Los mejores libros que he leído en 2020

 

Era como un pedazo de papel en el que había escrito un conjuro incomprensible. Algunas veces resultaba incoherente y no tenía ninguna utilidad práctica inmediata. Pero albergaba una posibilidad. Quizá algún día pudiera descifrar el conjuro. Esa probabilidad lo iba reconfortando poco a poco, hasta lo más hondo del corazón”. Así es como se siente al leer una novela Tengo, uno de los protagonistas de 1Q84, la monumental obra en tres tomos de Haruki Murakami que disfruté en abril, en el peor momento de la maldita pandemia, en la que muchos nos hemos refugiado más que nunca en los libros. Cuánto hemos necesitado este año acercarnos a esa posibilidad que albergan los libros, cuando todo afuera se oscurecía y no parecíamos ver la salida. Sin duda, esta historia con ecos orwellianos en la que la realidad y la ficción se confunden y los protagonistas entran en una realidad paralela, es uno de los mejores libros que he leído en 2020, pero hay más. 

Los amantes de la lectura constatamos cada año por estas fechas que muchos de los mejores momentos de los últimos doce meses los hemos pasado con un libro en las manos. En 2020, claro, mucho más. El día que se decretó el estado de alarma, el 14 de marzo, leía (qué irónico) Alegría, de Manuel Vilas, y el día en el que se permitió volver a salir de casa y hubo algún que otro reencuentro, el 21 de junio, estaba leyendo, precisamente, Encuéntrame, de André Aciman. Este libro, que me encantó, es mucho más que una secuela de Llámame por tu nombre. Es una obra muy atractiva en sí misma, que continúa la historia de aquella otra novela 13 años después de su publicación y tres años después de su exitosa y delicada adaptación al cine. Va incluso más allá, con una bella reflexión sobre la nostalgia, el paso del tiempo y, claro, el amor. 

Uno de los propósitos que me puse para 2020 y que sí he podido cumplir este año es leer más obras de Carmen Martín Gaite, a la que cada día venero un poco más que el anterior. Primero me dejé atrapar por la conversación que mantienen Eulalia y su sobrino Germán en una noche en vela en Retahílasdespués sentí la opresión y la grisura de la España de los años cincuenta, especialmente para las mujeres, con Entre visillos, y finalmente disfruté con los apuntes de la escritora salmantina sobre la narración, el amor y la mentira, que así se llama el subtítulo de su obra El cuento de nunca acabar, imposible de catalogar en ningún género, absolutamente fascinante. "El primer gran enigma a desentrañar es el de dónde está la frontera entre lo que llamamos vida y lo que llamamos literatura", leemos en un pasaje del libro. 

Muchos de los libros que más he disfrutado este año guardan relación de algún modo con ese proyecto de Martín Gaite sobre la narración. En uno de ellos, Confesiones de una editora poco mentirosa, de Esther Tusquets, incluso aparece citada aquella autora. Son unas memorias ligeras, inteligentes, irónicas y muy divertidas. Un lujo para todo amante de la literatura. También gira en torno a este mundo el no menos divertido Correo literario, de Wislawa Syzmborska, en la que la autora polaca recopila alguna de las respuestas que envío a aspirantes a escritores. Un par de ellas como muestra: "cualquier cosa en este mundo se desgasta con el uso, excepto las reglas gramaticales. Utilícelas sin miedo, hay suficientes para todos" y "alguien dijo que todos los enamorados son poetas. Pero probablemente es una exageración. Le deseamos todo tipo de éxitos en su vida persona". 

Otro libro que guarda cierto parentesco con las obras anteriores es El infinito en un junco, un ensayo fascinante de Irene Vallejo sobre cuya calidad posiblemente ya se ha dicho todo, pero del que sus lectores siempre queremos hablar más. Es una deliciosa celebración de los libros, desde su nacimiento hasta la actualidad. "El libro ha superado la prueba del tiempo, ha demostrado ser un corredor de fondo. Cada vez que hemos despertado del sueño de nuestras revoluciones o de la pesadilla de nuestras catástrofes humanas, el libro seguía ahí. Como dice Umberto Eco, pertenece a la misma categoría que la cuchara, el martillo, la rueda o las tijeras. Una vez inventados, no se puede hacer nada mejor", escribe la autora. 

Aunque no lo parezca a simple vista, también Sapiens, de animales a dioses, el portentoso ensayo de Yuval Noah Harari que al fin leí este año también tiene puntos en común con todos estos libros, porque en su deslumbrante historia de la humanidad el autor destaca la trascendencia del lenguaje y de la capacidad del ser humano de construir y creer en ficciones (la religión, los Estados, el dinero, los Derechos Humanos...). 

Gracias al ensayo de Irene Vallejo me animé finalmente a leer los Ensayos Completos de Montaigne, uno de esos clásicos imprescindibles. Me fascinó su modernidad y su capacidad de abordar toda clase de cuestiones, desde las más cotidianas a las más trascendentales. "Todos los temas me son iguales para nuestras charlas, me es indiferente que tengan peso o profundidad", leemos. Así que en las más de 1.000 páginas de la obra hay espacio para todo, de las ventosidades a la muerte, del buen yantar a la educación, del sexo a las convenciones sociales. Extraordinario. 

La lista de ensayos que más he disfrutado este año se completa, entre otros, con ¡Me cago en Godard!, provocadora e inteligente mirada al mundo del cine de Pedro Vallín; La república de los soñadores, de Volker Weidermann, que se centra en la proclamación de la República Libre de Baviera en 1918, con Hitler como personaje secundario, de fondo en la trama, y El mundo tal y como es, de Ben Rhodes, asesor de Obama en política internacional. 


En el capítulo de obras autobigráficas, sin duda, incluyo la de Woody Allen en lugar destacado. A propósito de nada es uno de los libros con los que más he disfrutado este 2020. El cineasta neoyorquino se defiende las acusaciones de abuso, nunca probadas por la justicia, pero sobre todo habla de su vida y de su obra cinematográfica con su habitual ironía. Woody Allen en toda su esencia. 

Otras dos obras con tintes autobiográficos que he me han encantado este año son La mujer singular y la ciudad, de la portentosa Vivian Gornick, de quien me propongo leer más en 2021, y Boy Erased, durísimo relato en el que Garrard Conley rememora su experiencia en una pseudoterapia de conversión para "curarle" la homosexualidad. Es un libro desgarrador y, a la vez, muy luminoso. 

Este 2020 en el que no hemos podido viajar, los libros han sido más que nunca una escapatoria. No he volado hacia París este año, pero sí he viajado hasta allí gracias a París era una fiesta, las memorias de juventud de Hemingway que tenía pendientes desde hacía mucho, en las que el autor estadounidense relata aquellos años en la ciudad francesa, "cuando éramos muy pobres y muy felices", y gracias también a Paris sera toujours Paris, un delicado libro de Màxim Huerta ilustrado por María Herreros. También he viajado, gracias a los libros, a Barcelona, con Barcelona modernista, de Cristina y Eduardo Mendoza Una joya. Por cierto, Eduardo Mendoza publicó este año la segunda parte de la serie sobre Rufo Batalla, su alter ego en la España del tardofranquismo. El negociado del yin y el yang tiene lo mejor de la literatura del autor barcelonés. Fue una gran compañía en el confinamiento de primavera. 

No ha respondido a ningún plan preestablecido, pero al escribir este artículo me doy cuenta de que he leído mucho más ensayo que ficción este año y que varias de las obras que se pueden catalogar de ficción que más me han atraído son en realidad, si queremos ponerles etiquetas, más bien autoficción. Es el caso de la soberbia Antes de las cinco en casa, de Albert Forns Canal, en la que el hallazgo casual de unas libretas en el mercado de Sant Antoni de Barcelona desencadena un juego narrativo maravilloso, y de Irene y el aire, el regreso a la novela de Alberto Olmos, en el que cuenta el embarazo de su mujer y la llegada al mundo de su hija, con el estilo cuidado y siempre atractivo del autor. 

Termino con otras obras que me han acompañado este 2020 en el que tanta falta nos ha hecho la compañía de un buen libro y que no quiero dejar de mencionar: Civilizaciones, de Laurent Binet, que fabula una ucronía en la que son los incas los que terminan conquistando España; Los testamentos, donde Margaret Atwood continúa la historia de El cuento de la criada; Historia de dos ciudades, de Dickens, que era otro de esos muchos clásicos que tenía pendiente, y que me deslumbró; Lectura fácil, en la que Cristina Morales firma una obra provocadora y sugerente; Los nombres de los barcos, de Juan Carlos Vázquez, todo un descubrimiento; Un cuento de Navidad para Le Barroux, con el que Natalia Sanmartin Fenollera vuelve a publicar tras El despertar de la señorita Prim; Sócrates en bicicleta, del ciclista Guillaume Martin, en la que imagina un Tour de Francia de filósofos, y La voz del Faquir, de Harkaitz Cano, que es una de esos libros de una abrumadora calidad, deslumbrante de principio a fin. 

En un año en el que hemos pasado tanto tiempo en casa, el broche de este artículo de los mejores libros que he leído en 2020 no podía ser otro que Bienvenida a casa, de Lucia Berlin, donde se reúnen recuerdos de los distintos hogares de la autora estadounidense. Como siempre en sus libros, con una fabulosa capacidad de convertir en bellísima literatura lo más cotidiano y corriente. “Se rieron de buena gana, no riéndose de una broma o de nadie, sino como si las cosas del mundo tuvieran gracia", leemos en uno de los pasajes de la obra. Eso, reírnos como si las cosas del mundo tuvieran gracia, también nos lo permiten los libros. 

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