La república de los soñadores

 

Tendemos a pensar, erróneamente, que la historia sigue una cierta lógica, que todo ocurrió en el pasado de la única manera en la que pudo ocurrir, que a determinada acción le sucedió con sentido otra, que hay causas y consecuencias claras e indiscutibles, que los caminos que se siguieron eran los únicos trazados. Y, sin embargo, el pasado de cualquier país está lleno de momentos cruciales en los que la historia se acelera y todo puede suceder de muy diversas formas. Alemania. Noviembre de 1918. Tras la derrota en la I Guerra Mundial y la abdicación del káiser Guillermo II, un grupo de artistas se hace con el poder en Baviera, tras derrocar en un levantamiento pacifico a Luis III. Es el punto de partida de La república de los soñadores, de Volker Weidermann, cuyo subtítulo describe bien lo que nos encontraremos en estas páginas: La historia de un grupo de intelectuales que en 1918 asaltó el poder y proclamó la República Libre de Baviera (y todo lo que ocurrió después). En ese "todo lo que ocurrió después" está todo el libro, porque resulta imposible no pensar en todo lo que llegó tras ese fugaz intento de establecer una república de artistas e intelectuales. 


El primer presidente de esa república fue Kurt Eisner, periodista que había sido muy crítico con el emperador y contrario también a la guerra. De hecho, el pacifismo fue una de las fuerzas motoras de aquella revolución. Eisner no tiene problemas en aceptar la culpabilidad de Alemania en la I Guerra Mundial. No sólo eso, encima lo proclamó en el extranjero, lo que horrorizó a una parte de la sociedad alemana. Ese discurso antibelicista y la creencia en el poder transformador del arte son los dos pilares de la república de los soñadores a la que alude el título. “El arte ya no es una huida de la vida, sino la vida misma”, escribió Eisner. 

El libro, que es como un gran reportaje o una amplia crónica de lo vivido en tan sólo unos meses en Baviera, muestra las dudas, ilusiones y temores de ese tiempo convulso. Por sus páginas circulan importantes autores e intelectuales de la época. Por ejemplo, Rilke, quien la noche de la revolución estaba en un concierto escuchando “melodías de tiempos antiquísimos”. Un día después escribe en su diario: “no era una noche muy adecuada para pensar en un tiempo antiguo o antiquísimo cuando éste (quizás) ayer llegó a su fin”. Al día siguiente escribe que “ahora sólo cabe esperar que este inhabitual espíritu de rebelión genere sensatez en las mentes y no la embriaguez que lleva a la perdición”.

Eso que apunta Rilke es el verdadero tema del libro. En qué se convierten las revoluciones, a qué pueden dar paso. Thomas Mann, otro protagonista de la obra, también escribió en su diario que "toda revolución, desde el momento en que se lleva a cabo, se vuelve conservadora". 

El nuevo gobierno fue muy atacado desde la derecha, pero desde el comienzo “sus opositores más implacables y peligrosos” fueron la izquierda moderada y la izquierda radical. Fue una revolución pacífica y llena de buenas palabras. Sus dirigentes quieren un Estado de artistas, que promueva obras teatrales para educar a la población. En enero, apenas dos meses después de la revolución, se celebran unas elecciones en las que el partido de Eisner sólo obtuvo el 2,5% de los votos. El día que Eisner fue a presentar su dimisión fue asesinado a las puertas del Congreso. Poco después, un seguidor de Eisner dispara en el Parlamento a Auer, líder socialdemócrata y rival de Eisner. Se desata entonces el caos. 

Pese a que el entierro de Eisner fue multitudinario, casi con más público que votantes tuvo en las elecciones, su idea revolucionaria no triunfó. Sin embargo, tras su muerte acudieron a Múnich artistas, intelectuales y soñadores de todo el mundo. Se proclama entonces la República Soviética de Baviera, pero sin el apoyo de los comunistas. Aquello no acabó bien y en la represión militar de aquella república murieron 600 personas. 

Ya al final del libro leemos que aquellos soñadores quisieron formar "un gobierno de fantasía y ficciones. Querían lo mejor y crearon algo aterrador". Es la historia de aquella revolución, pero también la de tantas otras. Hay reflexiones  muy lúcidas e interesantes sobre las revoluciones. De Oskar Maria Graft, poeta revolucionario, el autor cuenta que “se siente como en la tierra legendaria de Schilda, donde la gente del Imperio de Utopía intentaba meter rayos de sol en cubos para que empezara a resplandecer un nuevo mundo. Pero no. El sol ilumina donde quiere”.

Hitler es un personaje secundario en este libro, pero su figura sobrevuela en todo momento por la obra. Lo conocemos como cabo, primero, y después como militar que había tenido un cargo oficial en la República soviétiva, pero que tras la represión del régimen revolucionario actúa de informante ante los nuevos gobernantes. Hitler, que llegó a simpatizar con esta república de los soñadores, terminó desarrollando la más criminal ideología de todos los tiempos. Lo hizo sacando partido de un clima de opinión muy concreto. Se aprecia en esta obra el antisemitismo de la sociedad alemana de la época. También la decepción por la derrota en la guerra. Y ciertas fuerzas que favorecieron el surgimiento del nazismo, como el libro La decadencia de Occidente, de Oswald Spengler, obra reaccionaria que señala como única salvación posible al hundimiento del mundo occidental la llegada de un personaje redentor. El libro ejerció una enorme influencia en muchas personas y, en parte, sentó las bases para la llegada de Hitler al poder. Porque, en efecto, la historia no sigue caminos obvios, porque todo pudo ser diferente en Alemania y en el mundo. 

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