El negociado del yin y el yang

Las novelas de Eduardo Mendoza son buenas compañeras en cualquier circunstancia. Por supuesto, también en estos días raros de cuarentena. Su inconfundible estilo garantiza siempre el disfrute que sólo proporciona la gran literatura. Su última novela, El negociado del yin y el yang, es puro Mendoza. El libro, que es la segunda parte de la trilogía de lo que es una especie de biografía novelada del autor, continúa la historia de Rufo Batalla por donde la dejó en El rey recibe


En esta nueva novela, editada por Seix Barral, la Historia de España, con mayúsculas, vuelve a ser el telón de fondo de las pequeñas historias y desventuras del protagonista, un personaje entrañable, algo torpe, que no sabe bien qué hacer con su vida y que siente que llega a todos los acontecimientos históricos tarde, que está desubicado siempre. Al igual que en El rey recibe, Mendoza pasa casi de puntillas por esos grandes acontecimientos, en este caso, la muerte de Franco o el intento de golpe de Estado del 23-F,  mientras que se recrea en las anécdotas de Batalla. Como acostumbra, el autor cuenta con ligereza lo solemne y con irónica solemnidad lo ligero. 

Nos encontramos a Rufo Batalla en Nueva York. Franco está a punto de morir y él sigue en su destino funcionarial en la Gran Manzana, donde trabaja más bien poco, pero cobra lo suficiente para vivir. Pronto cambiará esa aparente calma cuando vuelva a tener noticias del príncipe Tukuulo, aspirante imposible al trono de un país que ya no existe, y de esposa. De nuevo, sin ser muy consciente de las implicaciones de sus actos, volverá a verse envuelto en los enredos del monarca en el exilio, lo que llevará a Japón. 

También es jugosa la relación epistolar que, del modo más casual posible, entabla Rufo Batalla con una monja, que le va contando lo desvelos y los cambios en la vida de su sobrina, conocida de Anamari, la hermana del protagonista. A ambas, la monja y su sobrina, recibe Rufo en Nueva York, por encargo de su hermana, y de ese encuentro nace una excéntrica amistad, o algo así. Tras la muerte de su padre, con la que comienza la novela, Batalla deberá estar más pendiente de su familia, sobre todo de su hermano, de cuya vida en Alemania poco saben y mucho temen. 

El protagonista, uno de esos personajes rico en matices y que inspira ternura y patetismo a partes iguales, está confuso, no sabe bien a qué se dedicará en el futuro, y no deja de recibir toda clase de proposiciones laborales no del todo legales o que le apetecen poco. Sus enredos personales, sus dudas y sus viaje se entremezclan aquí con la transición española, que él vive con distancia y cierto escepticismo. Hay política en la novela, claro, porque se capta el espíritu de aquel tiempo, pero siempre con la ironía y la mirada despreocupada e inteligente de Mendoza. Tras leer El negociado del yin y el yang uno se reafirma en que es lógico que el autor despierte una extraña unanimidad, ya que pone de acuerdo a críticos y lectores, no se le conocen enemigos, cae bien a todo el mundo. Es un novelista excepcional y ante su prosa sólo queda rendirse una vez más. 

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