Yo era un chico


En los agradecimientos del impactante y conmovedor Yo era un chico, Fer Rivas, se acuerda de “quienes han escrito antes que yo sobre sus grietas, con las manos en cada uno de los márgenes y el cuerpo en torsión, expuesto. Porque, sin esas personas, esta historia sería un trozo de cemento en un desierto de escombros”. La autora se reconoce así, de forma poética y generosa, como continuadora de una corriente literaria escrita desde los márgenes, que parte de una historia íntima con desgarradora honestidad para construir un relato profundo sobre la propia identidad, la familia, la autoaceptación y la clase.  Reconoce la importancia de los referentes y el papel que el cine y la literatura queer ha jugado en su vida. 

El libro, editado en español por Sexto Piso con traducción de Cristina Lizarbe Ruiz, y originalmente en catalán por Angle Editorial, es extraordinario. Desde las primeras páginas, desde su propio planteamiento, el lector encuentra un estilo muy similar al del admirable Édouard Louis, a quien la autora cita expresamente en la página 115 del libro. En concreto, por lo mucho que le impactó Quién mató a mi padre, la obra en la que el escritor francés cuenta la vida de su padre. No son pocos los paralelismos entre ambas obras y entres ambas trayectorias vitales también. 

Igual que Louis, Rivas cuenta su historia de forma cruda, con frases cortas, afiladas como puñales. El libro está escrito en gran medida en segunda persona, porque la autora se dirige a su padre, que murió cuando ella tenía dieciséis años y era un chaval con miedo a reconocer que le gustaban los hombres, que no cumplía con lo que su padre esperaba de él. Impresiona la forma en la que la autora entrelaza la agonía de su padre en el hospital, unos días en los que cupo la remota esperanza de que pudiera recuperarse, con las dudas y temores de su infancia y adolescencia. A su manera ama a su padre, pero también lo teme. Por su severidad, por sus expresiones sobre lo que debe ser un hombre, por su obsesión con el trabajo, por su rigidez. 

Naturalmente, el descubrimiento de su propia identidad está en el centro de la obra. La sensación de extrañamiento, de no cumplir con lo que los otros esperan, de ser percibido como un cuerpo extraño en la clase, de vivir con miedo a que otros descubran lo que de verdad siente, lo que de verdad es. El descubrimiento del deseo, la culpa, el miedo al rechazo, la búsqueda de referentes… Todo aparece en el libro, que es también un libro de duelo, por ese vínculo con su padre, contradictorio y  veces destructivo, pero muy fuerte y con un impacto enorme en su vida. 

La identidad y el autodescubrimiento son esenciales en el libro, que tiene también entre sus aciertos la inclusión de la cuestión de clase, otro parecido con las obras de Édouard Louis. La autora tiene claro que la procedencia de clase obrera de sus padres marcó su personalidad y su forma de educarlos a ella y a su hermano. También cuenta lo que implicó en su infancia vivir en la Zona Franca (mentía en la escuela para no reconocerlo). La cuestión de clase, tan poco presente en la literatura española, ocupa aquí un lugar central. La primera parte del libro, por ejemplo, se llama aluminosis, en referencia a la barriada de la SEAT en la que vivía la autora, construida en tiempo récord con cemento aluminoso, un tipo de hormigón que se endurecía en sólo 24 horas, pero que, con el tiempo, podía provocar que las vigas se deshicieran por dentro, lo que se conoció como aluminosis, y que causó el derrumbe de varios edificios. 

Por supuesto, las reflexiones sobre la masculinidad, sobre lo que desde una mirada rígida se espera que debe ser un hombre, también están muy presentes en el libro, tanto de forma metafórica, con el encuentro fortuito con unos ciervos, como de forma mucho más directa y explícita, por comentarios, expresiones o reprimendas. Yo era un chico, en fin, es una soberbia e impactante demostración de que las vivencias más íntimas y personales pueden dar lugar a un gran ejercicio de literatura, con una honestidad arrolladora y una enorme valentía. La autora escribe desde los márgenes de clase e identidad sexual. Y escribe también, en cierta forma, a la manera de Annie Ernaux, para vengarse por todo ello. “Quizá la escritura sea la única forma que encuentro de sacaros del margen donde os confinaron”, escribe, dirigiéndose a su padre. Es un libro extraordinario. 


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