El cuento de nunca acabar

 

"Lo fácilmente resumible es porque no tiene paradoja ni secreto. Pasa con las novelas, con las películas, con las conversaciones, con la gente. ¿De qué hablasteis? ¿De qué va Fulano? ¿De qué trata esta película? ¡Pero si es que la mayoría de las veces, aunque se quiera, no se puede decir! ¡Qué manía con los resúmenes!", escribe Carmen Martín Gaite en El cuento de nunca acabar (apuntes sobre la narración, el amor y la mentira). Así que lo primero es dejar claro que esto no es un resumen de este maravilloso libro de la escritora salmantina, editado por Siruela, que es maravillosamente difícil de resumir, incluso de definir, porque es ensayo y cuento y muchas otras cosas a la vez. 

Avanzada ya la obra, allá por la página 215, la autora nos confiesa: “entre tantas vicisitudes, ya no me acuerdo cómo era el libro que quería escribir, sobre todo porque a cada momento me parecía que lo quería escribir de una manera distinta. Llamarlo libro es el primer error: ha sido y sigue siendo un proyecto inconcluso”. El libro, en efecto, es un proyecto que Martín Gaite consideraba inconcluso, del que es más fácil decir lo que no es (no es un sesudo ensayo sobre la narración, no es estrictamente un cuaderno de notas de la autora, no es un libro de memorias...) que lo que sí es. 

El cuento de nunca acabar está compuesto por retales del pensamiento de la autora de Nubosidad variable, Entre visillos y Retahílas, entre otras obras magníficas. Al leer este libro, o lo que sea, el lector siente como si la autora lo estuviera escribiendo a medida que van pasando las páginas, igual que ocurre con las conversaciones de sus novelas, que uno llega a creer estar escuchando en el momento exacto en que se producen. Por cierto, de la conversación, tan presente en su obra, escribe algo fabuloso cuando afirma que “es parecida a los apuntes en sucio, con sus tachaduras, sugerencias y cabos sueltos. Digo la conversación cuando es el encuentro de dos manos tendidas, de dos balbuceos que se buscan uno a otro, no cuando lo que se intenta es fascinar o convencer sin vuelta de hoja”.

Desde bien pronto deja claro la autora que no planteará aquí una obra académica repleta de citas y jerga. Renuncia a ello y apuesta por hablar de la narración del mejor modo posible: narrando, contando lo que piensa y siente sobre la narracción, el amor y la mentira, con su ligereza inteligente y su exquisito cuidado del idioma habituales. El comienzo del libro es fascinante: “las cosas de que voy a tratar en este cuento, ensayo o lo que vaya a ser, y que se refieren, en definitiva, a la esencia y a las motivaciones del decir, el contar y el inventar, me vienen preocupando desde hace tanto tiempo e interesando con tanta asiduidad que no sólo soy incapaz de fechar mis primeras reflexiones conscientes al respecto, sino que, dadas las múltiples adherencias que cría un tema tan rico, puedo afirmar que nunca en mi vida me he detenido con verdadera complacencia a pensar en otra cosa”.

Si tuviéramos que definir esta obra, que afortunadamente no tenemos que hacerlo, ni falta que hace, podríamos decir que es una declaración de amor al poder de la narración en cualquiera de sus formas, no sólo la novela, porque Martín Gaite cuenta que siempre le ha apasionado oír hablar a la gente. Algunos de los pasajes más bellos del libro son aquellos en los que la autora relata esa pasión primera por la palabra y por las buenas historias que sentimos de niños. Va improvisando la autora, porque "desatender las coartadas de la inercia siempre vale la pena". Este libro, o lo que sea, bebe de los cuadernos de todo de la narradora. Su hija, que entonces tenía cinco años y medio, le regaló a la autora por su cumpleaños en 8 de diciembre de 1961 un cuaderno con anillas en cuya primera página escribió, “con sus minúsculas desiguales de entonces”, tres palabras: “cuaderno de todo”. En esos cuadernos, donde nacieron las notas que completan esta obra,  lo abarcan, en efecto, todo. 

 La autora explica la enorme influencia de la literatura en nuestra vida. Leemos que "el primer gran enigma a desentrañar es el de dónde está la frontera entre lo que llamamos vida y lo que llamamos literatura y también que "el material del que se nutren nuestras narraciones no es tan importante como la forma que tenemos de hacerlo nuestro, es decir, de aplicarle una particular interpretación”. En este sentido, rememora el 23-F y cómo ante cada gran acontecimiento, todos recordamos dónde estábamos y qué hacíamos, es decir, todos tenemos un relato propio construido sobre ese instante. “Una historia que a todos nos afectaba, sí, de acuerdo, eso ya lo decían los periódicos, pero no porque lo dijeran los periódicos, sino porque nuestro 23 de febrero particular no venía ni podía venir en ningún periódico", escribe. 

El libro se cierra con apuntes al final, algunos, soberbios, como el que titula los letreros y donde denuncia la “manía de colgarle de antemano letreros al narrador, de vincular lo que dice con su personalidad, con su presunta ideología. ¿Y si no tuviera otra que la que se configura a través de las palabras que va tejiendo? Estamos deteriorados por el abuso de un oído polémico. La España de los abogados, de las defensas, de las banderías”. Nos suena, ¿verdad? Pero siempre vuelve a su pasión por la narración. “Las cosas hay que dejarlas como se recuerdan, como surgieron, un poco en plan de río revuelto. Lo primero que tiene que aprender un narrador es a no ser exhaustivo”, escribe. Y, poco después leemos que "la ciudad transitada tantas veces es un itinerario de narraciones que se hojaldran”. Mientras dure la vida, nos dice Martín Gaite al final de este libro, sigamos con el cuento. Que así sea. 

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