Los nombres de los barcos

La primera vez que me di cuenta de que jamás podré leer ni una mínima parte de los libros publicados en el mundo a lo largo de los tiempos fue cuando lo verbalizó un profesor de Literatura en el bachillerato. Hablaba él de esa sensación de agobio, esa presión de saber que hay muchas lecturas esperándote que tal vez jamás encuentres, porque puedes dar con ellas por casualidad o no hacerlo. Pensaba eso al leer Los nombres de los barcos, de Juan Carlos Vázquez (Fundación José Manuel Lara), que sólo gracias a una muy feliz coincidencia ha caído en mis manos. Y menos mal. Celebro mucho no haber perdido esta novela en la maraña de novedades editoriales. Es un libro muy entretenido, bien escrito, trepidante, que entremezcla con un magnífico pulso narrativo historias aparentemente inconexas


El comienzo no puede ser más potente: mientras multitud de aficionados del Atlético de Madrid celebran el título de Liga de su equipo en la fuente de Neptuno, a pocos metros de ahí, en el Museo Thyssen, unos ladrones escapan disfrazados de hinchas colchoneros con dos cuadros de altísimo valor expuestos en la pinacoteca: La señal del peligro, de Winslow Homer, y El Martha McKeen, de Edward Hopper. Ambas tienen en común que son marinas, cuadros que tienen el mar como escenario. 

El encanto del mar, irresistible para artistas a lo largo de la historia, está presente en cada página de esta novela. Porque el hilo conductor de lo que sucede en el libro es, sobre todo, el mar, como el protagonista central de la obra. El autor adora el mar y se nota. Y consigue trasmitir esa pasión a los lectores, incluso a los que no saben nada de este mundo, como es mi caso. Uno se deja envolver en la marea del lenguaje marino: sextante, timonel, estribor, regala, aleta, eslora, drizas, escotas, jarcias... Y un largo etcétera. Se nota que es un libro escrito por alguien que sabe de lo que habla y el lector lo agradece. 

Además del robo de los cuadros en el Thyssen, el libro comienza con otras dos historias: el Argon, un mercante muy cascado, y el Bernard, un velero que debe su nombre al navegante Moitissier, que vende Martín, su dueño, para cumplir su sueño de dar la vuelta al mundo en un nuevo barco. Naturalmente, nada será lo que parezca, las historias se irán cruzando, hasta un final que hace contener la respiración al lector. 

Un libro impecable, en el que lo más destacado es el cuidado en la recreación de cada escenario, la maestría en la forma de narrar las escenas marinas y su ritmo, porque no decae en ningún momento. Una de esas novelas que deseas recomendar a todo el mundo, que quieres compartir con otros que es, en esencia, lo que hago aquí en el blog a todos, en especial con los amantes del mar y del arte, aunque basta con que te guste la literatura para disfrutar de cada página de esta novela. Una auténtica delicia. 

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