Llámame por tu nombre

Leer el libro en el que se basa una película que te ha deslumbrado suele resultar menos peligroso y más gratificante que ver una película basada en un libro que te ha enamorado. En el primer caso, buscas asombrado el origen de aquella historia que te cautivó en la pantalla. Reconoces los diálogos. Asistes a las emociones y los pensamientos de los personajes. Encuentras historias y personas que no aparecen en el filme, o que tienen menos peso, o más. Valoras con más criterio si aquella película deliciosa partía de unos mimbres sólidos. Compruebas si la calidad literaria del libro ha alumbrado ese filme exquisito o si, por el contrario, es el buen pulso del director el que ha hecho volar un texto inicial de nivel, pero no tan brillante como lo contemplado en la pantalla. El camino inverso, el de ver una película sobre un gran libro, suele provocar más insatisfacciones, porque el lector tiene en la cabeza una imagen de los personajes y de la historia, porque cada cambio en la trama chirría, porque es francamente complicado trasladar al cine la magia de la literatura, su inmenso poder cautivador. 



Supongo que quienes leyeran Llámame por tu nombre, de André Aciman, antes de ver la deliciosa película homónima dirigida por Luca Guadagnino, basada en aquella novela, sentirán algunas de esas sensaciones. Quizá piensen que la personalidad de los protagonistas no se capta del todo en la pantalla, o que las partes de la obra que no aparecen en el filme habrían aportado más a la película. Leer la novela después de haber visto la película, por el contrario, es una aventura fascinante. O eso me parece, al menos. Es maravilloso, por ejemplo, leer algunos de los diálogos más encantadores del filme, casi tal y como aparecen en la pantalla, como la maravillosa conversación entre Elio y su padre, casi al final de la cinta, o aquel momento de intimidad y pasión en el que Elio y Oliver deciden llamar al otro por el nombre propio de cada uno. 

También resulta interesante ver cómo hay pasajes del libro que no aparecen en el filme, o cambios de escenario, como el viaje final de los protagonistas, que en la novela se van a Roma (creo que éste fue por cuestiones presupuestarias). O el papel más secundario que juega Marzia en la película, respecto al que tiene en la novela. Al leer el libro se aprecian las decisiones que tomó Luca Guadagnino, como situar el libro en presente, en ese verano que Elio y Oliver desearían sin fin, igual que los espectadores. En el libro, Elio rememora aquel verano, muchos años después de que ocurriera. En la película sólo hay presente, pasión, piel. La vida es ahora. Ese ahora congelado en el tiempo, ese estío en el que todo cambió en la vida de los protagonistas. 

La cinta consigue recrear el ambiente de ese verano en un lugar de Italia en los años 80, esa villa maravillosa en la Elio pasa el tiempo transcribiendo música, leyendo y bañándose en la piscina. También acierta al llevar a la pantalla la personalidad de ambos personajes. La novela es muy rica, tiene más matices que la película sobre el carácter de ambos. Pero ese fuego que arde en el interior de ambos, esa pasión desbordada, esa lucha interna entre lo que desean y lo que deben hacer, entre lo que sienten y lo que piensan, entre la piel y la cabeza, está en el libro, narrado de una forma exquisita, igual que se cuenta con miradas, guiños y gestos en la versión cinematográfica. 

Valorar esta novela de forma aislada resulta imposible para quien ha disfrutado ya de la película. Para empezar, porque uno le pone a Elio la cara de Timothée Chalamet y a Oliver la de Armie Hammer, claro, a diferencia de lo que sucede cuando se lee antes el libro, y son los actores que dan vida a la historia los que tienen que pelear con la imagen mental que cada lector se ha formado de ellos. A cambio de esa imposibilidad de ser mínimamente objetivos, de intentar ver la obra literaria por sí sola, sin referencias del filme, la experiencia de leer esta novela se enriquece mucho tras ver el filme, porque se disfruta a muchos niveles. Por ejemplo, uno fantasea con cómo se habrían rodado algunos pasajes del libro descartados para la película, o capta ciertos cambios en la sucesión de los hechos. La obra literaria es encantadora e incluye varias descripciones del amor y el deseo muy intensas, muy auténticas. El  ambiente intelectual en la casa de Elio y la mezcolanza de idiomas, dos de los múltiples atractivos de la película, proceden del libro, aunque en el filme, creo, están más subrayados, se destacan todavía más. 

El director de la película está preparando una segunda parte de la cinta. No sé si también en esa segunda parte será fiel al original de la novela, porque en ella se va más allá del presente narrado en el filme, o si seguirá un camino libre. Si traslada a la pantalla la parte final del libro, la que continúa la historia desde el punto en el que se quedó en el filme, más o menos, la sensación como espectador será una mezcla curiosa del que ve llevado a la pantalla algo que ha leído, sí, pero que a su vez es una historia que conoció por primera vez en el cine con esos rostros, con esos actores. Será extraordinario, en cualquier caso, no terminar de despedirse nunca de esta historia, que es exactamente lo que se desea cuando un libro o una película te ha fascinado tanto como ésta. 

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