Barcelona modernista

 



De Sant Jordi en Barcelona me gusta todo. Me encanta verme rodeado de libros y rosas, formar parte del espectáculo único de una ciudad entera volcada con una fiesta que celebra la literatura y el amor. Encontrarme con escritores firmando sus obras en cada puesto. Descubrir nuevas novelas, charlar con los libreros, mirar de reojo qué libros lleva esa persona o aquella otra. Todo es extraordinario el 23 de abril en Barcelona. La vida es más vida, más real, más intensa. Lamentablemente, este año raro de pandemia nos ha robado la fiesta de Sant Jordi por dos veces, ya que no se pudo celebrar ni el 23 de abril ni el 23 de julio, o al menos no en todo su esplendor, no como estaba previsto, en el Sant Jordi de verano, la fecha en la que se decidió celebrar el Día del Libro. Ese 23 de julio tenía previsto estar en Barcelona, pero no pudo ser y me encontraba en Santiago de Compostela. Y allí, con esos guiños del destino y de la vida que tienen los libros, encontré en la librería de viejo Follas Vellas la obra Barcelona modernista, de Cristina y Eduardo Mendoza, de la que nunca había oído hablar. 

Al final, pues, todos los caminos conducen a Barcelona y a esa alegría del hallazgo. Pensé mientras me sumergía en esa maravillosa librería de segunda mano en Santiago en que posiblemente lo que más me gusta de la fiesta de Sant Jordi son, precisamente, los puestos que montan las librerías de viejo, donde es más fácil asombrarse con un descubrimiento inesperado que en los que se centran en las novedades editoriales. Leo en la contraportada del libro que fue inicialmente publicado en 1990 dentro de una colección dedicada a las ciudades en algún momento decisivo de su historia. La edición que compré fue una reedición de 2003 de Seix Barral, en la que se cuenta que la obra se había vuelto inencontrable. No sé si ahora vuelve a esa situación, pero desde luego desconocía su existencia y hallarla me alegró el día. 

La obra es fabulosa. Ya en el prólogo, los autores avisan de que no quieren construir un libro exhaustivo ni erudito. Este libro no trata del Modernismo, en tanto que movimiento artístico, sino de la ciudad de Barcelona en la época en que el Modernismo operó en ella una metamorfosis radical y, en cierto modo: mágica”, nos cuentan. Una época, leemos más adelante, "cargada de ilusiones". Se cuentan las luces y las sombras de aquel tiempo, que transformó la ciudad de Barcelona. La Barcelona de hoy es, en gran medida, heredera de aquella, y eso que, según se explica, durante muchos años se receló en la ciudad de las obras modernistas. 

El libro, ilustrado con obras y planos de la época, nos traslada a la Barcelona de finales del siglo XIX. Un momento clave en el que el mecenas de las obras de arte dejó de ser el poder y pasó a ser el ciudadano común, el burgués. “Los creadores con cuya obra Barcelona habría de identificarse fueron en sus inicios jóvenes indóciles, remisos a aceptar las normas morales y sociales de su ambiente, rebeldes empedernidos”,afirman. 

La Barcelona de entonces era, en palabras de Edmundo de Amicisen 1884, "la ciudad menos española de España”, aunque también dijo que no era, “ni con mucho, la flor de las bellas ciudades del mundo, como la llamó Cervantes”.Para empezar, la ciudad estaba amurallada y el barrio de la Barceloneta se construyó más allá de esta fortificación, que impedía el crecimiento de la ciudad. De la Barceloneta de entonces, por cierto, leemos que “era con mucho el barrio más divertido de la ciudad, una especie de hijo pródigo fugado del redil paterno, bañado por el mar, algo licencioso y bullanguero”.

Las murallas fueron finalmente derribas, no sin oposición del gobierno central. La ciudad empezó a transforma de forma acelerada. Llegó el alumbrado de las calles, por ejemplo. Y empezaron a construirse espacios culturales representativos de aquella época y aún hoy emblemas de la ciudad, como el Liceo, que se levantó en el solar que ocupaba antes el convento de los Trinitarios, no sin críticas por cierta parte de la sociedad

El libro hace un retrato de la sociedad barcelonesa de aquel tiempo, desde el afrancesamiento de la burguesía del Modernismo, hasta el punto de que las cartas de los restaurantes estaban a menudo escritas en francés; hasta la condición de la mujer, que no avanzó tanto en aquella época como cabe presumir (se criticó con dureza su tímida y muy limitada incorporación al mercado laboral, por ejemplo); pasando por el movimiento anarquista y las condiciones de vida de los obreros. También se refleja cómo eran las relaciones entre Barcelona y Madrid. Efectivamente, ya entonces eran tensas. “No les quedaba otro remedio, tanto a Barcelona como Madrid, que seguir unidos en una especie de maridaje indisoluble en el que todo parecía concebido para fomentar la desavenencia y la incomprensión”, leemos. Por eso, la burguesía catalanes apoyó la Restauración, tras el golpe de Martínez Campos que acabó con la I República en 1874.

El punto de inflexión en la historia de Barcelona fue la Exposición Universal de 1888, que surgió de la iniciativa particular de Eugenio Serrano Casanova, o eso dice la versión oficial. Los autores afirman que es más lógico pensar que desde el inicio fue promovido por el ayuntamiento barcelonés. El gobierno central puso trabas y luego se apuntó el tanto. “No fue gran cosa”, pero “muchas cosas importantes en la vida de Barcelona tuvieron en la Exposición Universal de 1888 su inicio o su consagración” cuentan. De entrada, aportó una imagen a la ciudad y forzó a los barceloneses “a enfrentarse a las miradas del mundo, a calibrar las grandezas y miserias de Barcelona”. Según los autores, “la Exposición fue el trampolín del Modernismo y el Modernismo se convirtió a partir de ese momento en la marca de fábrica de Barcelona”.

El libro de detiene a hablar con detalle de la arquitectura, pieza clave del Modernismo, ya que este movimiento artístico entiende el edificio como una obra total e integra en él todas las artes. Aparecen por estas páginas arquitectos como Joan Rubió, el mejor heredero de Gaudí, Josep Puig i Cadafalch o Lluís Domènech i Montaner, a quienes debemos buena parte de los edificios más admirados hoy en Barcelona. Por ejemplo, la Pedrera, de Gaudí. Reconozco que desconocía que este nombre se lo pusieron los barceloneses descontentos con este edificio, cuyo nombre oficial es Casa Milà. El tiempo ha dejado claro que aquel edificio fue“un hito de la historia de la arquitectura universal”.

Paradójicamente, la misma burguesía catalana que financió los edificios más avanzados y rompedores se mostró muy poco partidaria de la innovación en las pintura. El libro cuenta cómo Ramon Casas, Santiago Rusiñol y Miquel Utrillo fueron a a París y allí se instalaron juntos en el Moulin de la Galette, en Montmartre. “Eran los hijos rebeldes de la burguesía catalana y querían probar las grandezas y miserias de la vida bohemia”, leemos. Varios de ellos enviaron crónicas desde París, que se han convertido en mi próximo gran objetivo lector. Sus obras más avanzadas no fueron del todo bien recibidas por la burguesía barcelonesa. 

En cuanto a la escultura, es llamativa la historia del escultor Josep Llimona, de quien leemos que "junto con su hermano Joan fue uno de los principales integrantes del Cercle de Sant Lluc -asociación formada por artistas de fuertes convicciones católicas para combatir las ideas y las costumbres de los modernistas-, es precisamente el artista más representativo de la escultura modernista”. También habla el libro de Miquel Blay, autor de la imponente obra Los primeros fríos, que se puede contemplar en el Museo Nacional de Arte de Cataluña, y que es razón suficiente para viajar a Barcelona y visitar esa pinacoteca las veces que hagan falta. 

Barcelona Modernista, en fin, relata aquellos años efervescentes de los que es heredera la Barcelona actual. Los años de Els Quatre Gats, creado por Pere Romeu en 1897, inspirado en Le chat noir parisino, que se convirtió en punto de encuentro de artistas y onde expuso sus obras un joven Picasso.  Los tiempos también de las fiestas modernistas en Sitges, donde Santiago Rusiñol explicó en un discurso "que el sentido común nos asfixia, que en nuestra tierra sobra prudencia, que no importa pasar por Don Quijotes allí donde pacen tantos Sancho Panzas, ni leer libros de hadas allí donde no se leen libros de ningún tipo”. Toda una declaración de intenciones del Modernismo, ese estilo con el que Barcelona ligó para siempre su historia. La Barcelona que hoy admiramos, esa a la que estamos deseando volver, se creó en gran medida en aquellos años. Sólo por eso y por las muchas puertas que abre este libro (todos los autores y obras que menciona) vale mucho la pena acercarse a él. 

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