Antes de las cinco en casa

 

En Reyes y en mi cumpleaños suelo compartir con sus majestades de Oriente y con mis allegados una lista de libros que deseo leer, para orientar los regalos. Suelo seguir la actualidad editorial, con programas como Página Dos o La estación azul, y tengo bastante claro lo que quiero leer, a qué autor pretendo conocer más a fondo o por qué caminos seguirán mis pasos lectores. No es que sea cuadriculado, porque también me gusta dejarme sorprender en librerías y comprar un libro que me atraiga por la razón más peregrina, pero sí tengo un cierto criterio en las compras. Pero a veces hay amigos que me sorprender con obras y autores de los que nunca había oído hablar. Son descubrimientos muy felices, que rompen todo esquema posible de lectura y abren nuevas sendas. Es lo que me pasó con Antes de las cinco en casa, el fascinante libro de Alberto Forns Canal, editado por Destino, del que no había oído hablar y que celebro mucho que me haya regalado dos buenos amigos y amantes también de la lectura.


Imagino que me lo regalaron, entre otras razones, porque la trama transcurre en Barcelona y saben bien lo que adoro esa ciudad. O por la sinopsis de la obra, que sin duda despierta el interés de todo lector. Sea como sea, les agradezco el regalo, porque el libro me ha encantado. Es de lo mejor que he leído este año. Empieza bien, con una cita de Lucia Berlin: “exagero mucho, y puedo mezclar realidad y ficción, pero no miento nunca”, que da paso a una historia deslumbrante, que muestra lo extraordinario que hay detrás de una vida ordinaria y que convierte una anécdota en una reflexión mucho más profunda sobre lo que nos hace humanos y da sentido a la vida. 

“¿Para qué escribimos diarios? ¿Para recordar? ¿Para perdurar? ¿O simplemente para existir?”, se pregunta Forns en el comienzo del libro. Desarrolla esas preguntas en las siguientes páginas, que siguen el rastro de la vida de Hilari, autor de un diario hallado por el escritor en los puestos de segunda mano del mercado barcelonés de Sant Antoni. Hay alguna que otra anotación de campanillas, digamos, como la que escribe el 9 de enero de 1971, cuando cuenta que ha acudido al Liceo a ver La bohème, de Puccini. "Cantaban dos jóvenes, Montserrat Caballé y Luciano Pavarotti, que harán carrera", escribe Hilari. 

Pero la mayoría de las libretas registran una vida más o menos corriente. Con muchos viajes y mucho cine, sí, pero sin confesiones extraordinarias ni grandes aspiraciones narrativas. Y, sin embargo, resulta fascinante la vida de Hilari y, sobre todo, cómo la cuenta el autor, cómo relata la forma en la que se adentra en la lectura de sus diarios e indaga sobre él. Investiga sobre el autor de esos diarios, intenta contactar con sus familiares que sigan con vida, se obsesiona con el contenido de esas libretas. El resultado es un libro extraordinario de principio a fin, desde su original comienzo, con el autor encontrando de forma casual las libretas en Sant Antoni, hasta el desenlace, en el que hay un par de últimas sorpresas para cerrar en alto. 

Aunque en un primer momento pueda no parecerlo, la vida de ese barcelonés corriente resulta hipnótica. Además del contenido de las libretas de Hilari y de las indagaciones del autor, la obra se completa con reflexiones y anécdotas sobre los diarios. Y ahí, como ocurre siempre en la gran literatura, cabe todo, sin importar géneros ni rígidos esquemas convencionales. La obra pasa de ser novela a ensayo, de contar la vida de Hilari a repasar la historia reciente de Barcelona y España, de reflejar extractos literales de las libretas a presenciar las dudas del escritor y los debates con su pareja. Todo narrado de forma impecable. Es de esos libros en los que uno tiene la sensación de que todo está exactamente donde debe estar, en los que nada sobra ni falta. Un proyecto narrativo que podría haberse acometido de mil maneras posibles y que, sin embargo, resulta impecable al lector, como si cada coma, cada digresión y cada ironía (que la hay a raudales, es un libro muy divertido) estuvieran en su sitio, como si este libro sólo se pudiera hacer escrito justo de esta forma y no de ninguna otra.

Además de la vida de Hilari, un contable en Telefónica que anota hasta lo que le cuesta cada café  y cuyas ideas políticas tardamos en conocer, el libro también incluye pasajes magníficos en los que se cuentan proyectos relacionados precisamente con la costumbre de escribir diarios. Por ejemplo, conocemos la historia de Philippe Lejeune, académico francés que se dedicó a estudiar el dietarismo en los años 80. Una encuesta en Francia en aquel tiempo concluye que el 7% de los franceses escribe un diario. En la universidad, la mayoría de los diarios son de chicas, pero la inmensa mayoría de los diarios que se publican están escritos por hombres, relata el autor. 

También aparece por estas páginas el artista japonés On Kawara, quien entre 1968 y 1979 llenaba mapas con sus paseos y hacía listas con las personas que iba conociendo, lo que diolugar a las series I went (he ido) y I met (me he encontrado). O el Mass Observation Project, en Reino Unido, que reunió a miles de voluntarios para que contaran su día a día, como experimento sociológico. O The Great Diary Project, también en Reino Unido, que tiene como objetivo salvar diarios que la gente no quiere conservar.

De todas las lecturas que he reseñado en este blog, que no deja de ser una especie de diario, la de Antes de las cinco en casa es una de las que más me ha atraído en mucho tiempo. Terminó con una de las muchas anécdotas divertidas del libro. El 20 de noviembre de 1975, Hilari emula a Kafka y su mítica anotación sobre la I Guerra Mundial (“Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde fui a nadar”) y escribe: “Franco ha muerto, trabajo normal”. Antes de las cinco en casa, un libro que es cualquier cosa menos normal, precisamente porque muestra lo extraordinario que esconde una vida normal, cualquier vida. 

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