Paris sera toujours Paris

Una buena amiga que tiene entre sus muchas virtudes acertar siempre con los regalos me ha descubierto Paris sera toujours Paris, escrito por Màxim Huerta e ilustrado por María Herreros (Lunwerg Editores). Y ha vuelto a acertar de pleno. No suelo subrayar los libros, prefiero tomar notas en el móvil de apuntar frases o ideas. No digamos ya si hablamos de libros ilustrados, que jamás osaría pintarrajear. Pues bien, las notas que he escrito sobre esta obra incluyen casi todos sus capítulos, que es fascinante y me ha deslumbrado. Casi es más lo que he escrito en las notas que lo que he dejado de anotar. Me encanta todo, de principio a fin. París es una ciudad hecha para gustar. Este libro, también. Y ambos lo logran. 



Sé que volveré a este precioso libro ilustrado, que lo tendré siempre a mano y que me refugiaré en sus páginas siempre que recuerde París, es decir, muy a menudo. Escribir sobre una ciudad es tan difícil como escribir sobre el amor y por las mismas razones. Aquí Màxim Huerta consiguen salir airoso del reto de escribir sobre una ciudad amada, París, la inspiración eterna para artistas y soñadores, la ciudad que no se acaba nunca. Los autores dan pinceladas, con palabras y con ilustraciones, sobre lo que nos enamora de París, desde la historia de sus bocas de Metro hasta las semblanzas y los recuerdos de tantos artistas en sus tiempos pasados, sobre todo, los míticos años 20. 

Es un libro fantástico, una delicia para cualquier amante de París, es decir, de la belleza y de la vida. Comienza el libro con la historia de sus placas. “El diseño fue ordenado por el conde de Rambuteau en 1847. La capital francesa se estaba transformando y aspiraba a ser la metrópoli más moderna de Europa. La más bella. La más mirada. La más coqueta”, leemos. 

Entre las muchas anécdotas históricas que recoge el libro está el origen del croissant. Todo se remonta a la Viena del siglo XVII, cuando los panaderos se percataron de los planes de las tropas de Mustafá Pachá para invadir la ciudad. Gracias a eso, Viena no fue invadida, y Leopoldo I reconoció con honores al gremio de los panaderos. Ellos, como gesto de gratitud, crearon dos panes, uno de ellos, con la forma de la media luna de la bandera otomana. Et voilà. El resto es historia, una dulce historia. 

Me llama la atención, por ejemplo, que en verano la torre Eiffel mida 18 centímetros más por dilatación térmica, ya que pasa de soportar cinco grados bajo cero en invierno a 40 grados en verano. O el origen de los buquinistas. Según cuenta esta obra, los libreros ambulantes eran muy mal vistos y e les trataba como a ladrones. Sólo a partir de 1859 se regularizó su situación. Hoy los buquinistas de la orilla del Sena son uno de los símbolos de París. Como lo es el Moulin Rouge, inaugurado en 1889 por el español Joseph Oller y por Charles Zidler, o como lo es la maravillosa librería Shakespeare and Company, cuya historia nunca está de más volver a leer. 

Por supuesto, nos encontramos en las páginas de esta obra con todos los grandes personajes de la historia reciente de París, como Joséphine Baker, Picasso, Gertrude Stein ("Estados Unidos es mi país y París, mi hogar"),  Kiki de Montparnase, o Amadeo Modigliani, de quien Kiki dijo que "el poco dinero que ganaba se lo bebía". Leer este libro es como pasear por París, el real, pero sobre todo, el imaginado, el romántico, el idealizado, el París de otra época que deja sus huellas en el actual, el que sigue haciendo a esta ciudad la más hermosa del mundo. Es un libro excepcional que nos recuerda que, naturalmente, París siempre será París. 

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