Unos libros llevan a otros y he llegado a los Ensayos de Montaigne gracias a Irene Vallejo y su obra El infinito en un junco, esa deliciosa celebración de los libros. Sabía de la obra del autor francés, claro, pero no me había acercado ella. Tras terminar las más de 1.000 páginas de la edición de los Ensayos completos de la Biblioteca Avrea, de Cátedra, constato que nunca es tarde para descubrir un libro valioso, porque él siempre te estará esperando, con reflexiones inteligentes escritas hace siglos, listas para hacerte pensar cuando estés listo para conocerlas.
Afirma Montaigne de Aristóteles que se ocupa de todas las cosas. Lo mismo podemos decir de él, ya que en sus ensayos habla de todo tipo de cuestiones, desde la muerte a los pedos y el sexo, del buen yantar a las pasiones y emociones humanas más complejas, de la filosofía a la vida cotidiana. Nada humano le es ajeno. “Todos los temas me son iguales para nuestras charlas, me es indiferente que tengan peso o profundidad”, leemos.
La obra es monumental y encontramos en ella a un autor conservador en algunas cuestiones, pero extraordinariamente avanzado a su tiempo en otras. Todo lo que escribe de las mujeres, lamentablemente, es muy hijo de su tiempo y su machismo. Pero sobre otros aspectos plantea reflexiones luminosas de plena validez en la actualidad. Hijo del Renacimiento y creador del ensayo como género, Montaigne escribe sobre todo aquello que le interesa, sin temor a contar aspectos personales de su vida, ya que considera que "el no osar hablar abiertamente de uno mismo revela cierta falta de coraje" y porque, como declaración de intenciones, nos cuenta que sólo intenta "poner al descubierto mi manera de ser, que podría ser otra mañana si un nuevo aprendizaje me hiciera cambiar”.
Es imposible resumir en un artículo del blog esta monumental obra (por su extensión y por su profundidad, por el fondo y por la forma), ni tampoco lo pretendo. Compartiré sólo algunos de los temas más presentes en la obra, plagada de citas de autores clásicos, a los que Montaigne leyó desde niño, ya que fue educado en latín. Por ejemplo, lo que escribe acerca de la tristeza en uno de los ensayos de su primer libro, cuando escribe que "toda pasión que se pueda hablar y digerir es sólo mediocre” y, citando a Séneca, afirma que "las preocupaciones ligeras suelen hablar, las excesivas quedan mudas”.
Sobre la paternidad no muestra una opinión particularmente entusiasta. “Los más y más sanos de los hombres consideran gran ventura tener muchos hijos; algunos otros y yo pensamos lo mismo de no tenerlos”. Critica las convenciones sociales ("odio a esas gentes de nuestro país que soportan peor un traje retorcido que un alma igual, y juzgan por los ademanes, por el porte y por las botas, de qué clase de hombre se trata") y ataca el amor desmedido por el dinero ("la avaricia es la más ridícula de las locuras humanas").
Muestra interés sincero por la forma de afrontar y entender la muerte de las distintas culturas. La muerte es uno de los temas centrales de sus reflexiones, quizá porque, según explica, vivimos rodeados de ella pero hacemos como si no supiéramos que todos moriremos algún día. “Ni muertos ni vivos os concierne; vivos, porque lo estáis; muertos, porque ya no estáis”. Ante esta forma de entender la muerte, él se muestra decidido a sacar partido a la vida, porque "la utilidad del vivir no está en su duración, sino en su uso". También habla abiertamente del suicidio y de la libertad de cada cual de disponer de su propia vida y elegir su muerte.
En tiempos tan oscuros como los actuales, cuando vuelven los movimientos tribales y nacionalistas, cuando se jalean los discursos xenófobos, es muy inspirador leer a Montaigne hablar sobre la necesidad de entender y no juzgar al otro. “Los bárbaros no nos asombran más de lo que nosotros les asombramos a ellos, ni con más motivo”, leemos. Y también “nacen de la costumbre las leyes de la conciencia que decimos nacer de la naturaleza”. Y más: “cada cual considera bárbaro lo que no pertenece a sus costumbres”. A fuego podríamos grabarnos estas palabras.
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