El despertar de la señorita Prim

Desborda sensibilidad y delicadeza El despertar de la señorita Prim, la exitosa novela de Natalia Sanmartín. Un delicioso cuento, una fábula que habla de la necesidad de disfrutar de las pequeñas cosas, de la cortesía, de las buenas formas, de la educación, de la religión, del feminismo, del amor... Pero, sobre todo, un cuento que aborda con maestría el choque entre tradición y modernidad. Con maestría y originalidad, pues en las páginas de esta obra son quienes se rebelan contra el estilo de vida moderno los que adoptan una actitud rompedora. Lo rebelde es volver a la tradición en las páginas de esta novela exquisita. Lo moderno es lo rígido, lo establecido, y es la tradición la que aporta la rebeldía y la innovación.
 
La obra está ambientada en San Ireneo de Arnois, un pueblo donde sus habitantes deciden volver a una forma de vida tradicional, pausada, alejada de las prisas y los ajetreos del mundo moderno. Un pueblo donde las cartas a mano sustituyen a los whatsapp y donde el registro de una biblioteca se toma a mano y no por medios informáticos. Un pueblo en el que los vecinos forman una comunidad solidaria y autosuficiente que se abastece de todo cuanto necesita. El primer gran logro de la novela es la construcción espléndida de esa fabulosa y fabulada población de San Ireneo de Arnois, colonia de refugiados del mundo moderno. Gracias a las magníficas descripciones podemos recorrer sus calles, entrar en sus casas, ver caer la nieve y maravillarnos de la armonía de este pueblo ficticio. Y, por qué no, degustar los dulces caseros de cada merienda y encuentro social.
 
Hasta esa localidad llega Prudencia Prim, protagonista de la novela, atraída por un anuncio en la que se requiere a una mujer para poner en orden una biblioteca. Entre los requisitos de la oferta de trabajo, llevarse bien con niños y perros y abstenerse personas con titulaciones superiores. Misteriosa oferta que conduce a la señorita Prim a trabajar en la casa del hombre del sillón, así es como se le conoce durante toda la novela. Un señor serio, educado, exquisito en las formas, de profundas convicciones religiosas y radicalmente opuesto a la educación que se da en escuelas y universidad. Tiene a su cargo a sus sobrinos, a quienes forma en casa con lecturas de los grandes clásicos.
 
Atrapa de la novela el mundo en el que enmarca, ese pueblo que a todos os gustaría habitar, si acaso por algún tiempo, sin prisas ni agobios urbanos. Y engancha también, y muy especialmente, por los debates dialécticos entre la señorita Prim y el hombre del sillón sobre multitud de asuntos. Se habla mucho y bien de literatura, con guiños a las lecturas y a los autores que uno sospecha que son los más amados por la autora. Hay muchas conversaciones sobre ella. Fascina, por ejemplo, aquella en la que la señorita Prim y el hombre del sillón distinguen entre las buenas lecturas y las grandes lecturas, y cómo aquellas deben anteceder a estas. O también sus duelos por reconocer una cita textual de una obra clásica. En el fondo, somos lo que leemos, viene a decir la señorita Prim en un pasaje de la novela en la remarca la trascendencia que tienen sobre la vida de cada uno las lecturas que, en buena medida, le han formado y le han hecho ser como es.
 
Además de los debates formidables sobre literatura y educación, la religión tiene también una importante presencia en la obra. El hombre del sillón es muy religioso y ha encontrado el equilibrio en su vida con la religión. La señorita Prim es agnóstica. Sin ánimo de desvelar nada del final de la novela, naturalmente, el lector se pregunta si el título del libro se refiere a un despertar religioso o si hablamos de algo más general, del encuentro de la belleza, de cierta forma de espiritualidad no necesariamente ligada a una confesión religiosa. Son de interés, en todo caso, las confrontaciones de ideas sobre este asunto entre, de nuevo, las dos visiones enfrentadas que representan la señorita Prim y el hombre del sillón. Este último defiende, o tal parece, que sólo a través de la religión puede una persona encontrar su equilibrio, lo cual es una postura respetable, aunque ciertamente no la comparto.
 
Sobre la mujer y el feminismo, sobre su lugar en el mundo y la igualdad con los hombres se habla también, y se hace con valentía, honestidad intelectual y originalidad, en esta novela. Hay un grupo de feministas peculiares en San Ireneo de Arnois y son sugerentes las reflexiones que destila esta novela en varios pasajes de la misma. No se enmarcan dentro del discurso único sobre el feminismo, digamos. No son mensajes simplistas. Por eso son novedosos.
 
La señorita Prim elogia en varias ocasiones el valor de la delicadeza, de las buenas formas, de la sensibilidad. El encanto de esta obra procede también de estos valores. Es delicada, sensible, muy tierna. Una novela adorable que está, porque esto siempre es lo más importante, muy bien escrita. Cuenta una historia pequeña, pero muy grande en el fondo. Una historia que liga la reflexión con la ternura, una historia alegre que también hace pensar, una historia clásica pero con personalidad propia. Por todo eso y porque quiero volver a visitar las calles de San Ireneo de Arnois, El despertar de la señorita Prim es una de esas lecturas que se recuerdan con una sonrisa en la boca y a la que uno sabe que volverá antes o después.


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