La voz del faquir

En buena medida, La voz del Faquir, de Harkaitz Cano (Seix Barral), es una novela colectiva que recorre la historia reciente de Euskadi. Ahí reside, sin duda, parte de su interés. Pero, a la vez, es un libro íntimo, que gira en torno a la personalidad contradictoria y fascinante de su protagonista, Imanol Lurgain, que es en realidad el cantautor vasco Imanol Larzabal. No esconde el autor sus claroscuros, no cae en el error de escribir una hagiografía cuando puede hacer (y hace) algo mucho mejor: el relato lleno de aristas y matices de un hombre rebelde, amante del arte y de la vida, que es tan libre que no siente del todo cómodo en ningún sitio, que es incapaz de militar en grupo alguno sin querer salir corriendo de él, comprometido contra la dictadura franquista, defensor del euskera ("la lengua prohibida") y de su pueblo, pero también nítidamente pacifista, incapaz de tocar un arma. La personalidad del protagonista es el gran aliciente de la novela, lo que la hace cautivadora, incluso para quien nada sabía de Larzabal, como es mi caso. La fuerza de la novela está en su estilo, en la forma de plasmar la historia vasca de los últimos años, sí, pero sobre todo en ese personaje protagonista complejo y cautivador. 


Desde su militancia temprana en ETA hasta su muerte, demasiado joven, repudiado por el entorno abertzale, La voz del Faquir cuenta la vida de alguien que, por encima de todo, amó la música y el arte. De él se dice en un pasaje del libro: "canciones es lo que hace, trovador es lo que es". En otro momento se le describe como un "catador de belleza", a la que busca en todas partes, sobre todo, en las palabras. Siempre, las palabras. Como herramienta de trabajo, como obsesión, como fuente inagotable de belleza. "Hay en las palabras cierto placer del que las cosas y las personas carecen -piensa el Faquir. Hay en las palabras un placer del que las acciones carecen -se le ocurre a continuación-. Pero ¿acaso no son las palabras parte de la acción?, se rebate a sí mismo". 

Por encima de todo, artista y "catador de belleza", sí. Un hombre complejo, en continuo conflicto consigo mismo y con su mundo. Sensible, mucho, pero también egoísta, a veces. Alguien cuya "facilidad para hacer amigos sólo se ve superada por su habilidad para perderlos". Una persona tierna y delicada, que comienza todos sus conciertos con la misma canción, porque es la que más le gusta a su madre, pero que se deja llevar por envidias y recelos encima del escenario. Alguien decididamente contrario a la violencia en cualquiera de sus formas y alguien, en definitiva, libre y fiel, sobre todo, a sí mismo. Dos cualidades, la libertad y la lealtad a unos principios, que le hicieron la vida imposible, sobre todo, cuando critica en público el asesinato de una etarra arrepentida que abandonó la banda (Yoyes en la vida real, Arakis en la novela). Dejan de llamarle. Recibe amenazas. Ya sólo es bien recibido en un público que no es el suyo, que sólo le aplaude por razones políticas, no artísticas. Se siente fuera de sitio, traidor para aquellos con los que siente más afinidad política, abrazado por otros de los que les separa un abismo. 

Esa contradicción permanente, ese peaje gigantesco que paga el protagonista por ser él mismo, por no callar ante las injusticias, por no dejarse llevar por la corriente, marcó su vida y marca esta novela. Es lo que le da hondura, lo que la hace muy valiosa. Siempre fue fiel a esa búsqueda de la belleza, que además de en la música y en la poesía, encontró en las mujeres y en los viajes. Sobre todo, en París, donde vivió un tiempo, que recordó siempre. Hay pasajes muy hermosos sobre París y sobre San Sebastián, es decir, la ciudad que ama y en la que vive, que odia y ama a partes iguales. "Los parisinos se comportan como si no hubiese otra ciudad en el mundo, y esa suficiencia les da un cierto encanto, que ellos no saben qué poseen", leemos en un pasaje del libro. O "hay gente que se dedica a rastrear París en San Sebastián; una huella de París, en cualquier caso, la muestra de París, la islita de París, su promesa o su boceto", en otro. 

Los viajes, incluso la simple posibilidad del viaje, son importantes para el Faquir, porque "el mero hecho de tener el pasaporte actualizado en un cajón de casa es ya viajar un poco: la alegría de la anticipación y el recuerdo de los lugares donde has estado", y porque  "el aire que respiras en el lugar al que acabas de llegar nunca es el mismo que el de tu pertenencia".

La novela también habla de la muerte, de la dificultad para congeniar la juventud, cuando se quiere cambiar el mundo, y la madurez, cuando es el mundo el que te ha cambiado a ti. Y de historia y de política y de muchas otras cosas. Pero, insisto, lo hipnótico de verdad, lo más fascinante del libro, es su protagonista, ese trovador del que leemos que "su voz sabe cosas que su mente ignora y a los lugares a los que llega con esa voz no llegará nunca por sí mismo".

Comentarios