El cuento de la criada

A veces, la mejor forma de reflexionar sobre la sociedad es inventarse otra. Es lo que hacen las distopías, que construyen un futuro temible, espantoso, pero basado siempre en riesgos reales a los que se enfrenta la sociedad. Más que visionarios, los autores de este tipo de obras sirven de alerta, de señal de alarma. Ejercen el rol de quienes saben que es una mera fábula pensar que las sociedades avanzan siempre hacia el progreso, que la historia de la humanidad es una historia de avances sin retrocesos, que es algo que no depende de nosotros, que no tenemos que cuidar ni preservar. Y lo cierto es que no es así. Horrores como tantos estados totalitarios en el pasado o la deriva absolutista de algunos países en el presente así lo indican. Las distopías se antojan siempre una exageración, pero no hay que irse tan lejos, por ejemplo, para encontrar países donde las mujeres no pueden hacer nada sin el permiso de un hombre, donde son ciudadanas de segunda clase, en gran medida, por culpa de una lectura fanática de la religión. 

En esos riesgos real, en esas patologías aún tan vivas del machismo y del extremismo religioso, se basa El cuento de la criada, novela de Margaret Atwood escrita en los años 80, que ahora vuelve a estar de actualidad por una exitosa serie de televisión basada en la obra. La lucidez de la autora, su capacidad de anticipar algunas de las cuestiones que más degradan hoy la sociedad, es quizá lo que más impacta de esta historia, muy dura, muy bien construida, muy contundente. El género distópico es uno de los que más ayuda a pensar en la actualidad, aunque se escape de ella, aunque parezca que nada tiene que ver con la realidad. Y así lo indica la autora en una reflexión demoledora en un pasaje del libro, cuando leemos: 

"Como sabemos por el estudio de la historia, ningún sistema nuevo puede imponerse al anterior si no incorpora muchos de los elementos de éste, tal como demuestra la existencia de elementos paganos en la cristiandad medieval y la evolución hasta llegar al KGB ruso a partir del anterior servicio secreto del zar; y Gilead no fue una excepción a la regla. Sus principios racistas, por ejemplo, estaban firmemente arraigados en el periodo pregilediano, y los temores racistas proporcionaron parte del aliciente emocional que permitió que la toma de poder de Gilead fuera un éxito". Boom. 


La novela se sitúa en un futuro en el que lo que antaño fue Estados Unidos, hoy un Estado dictatorial, el régimen de Gilead, en el que las mujeres sirven sólo para procrear y en la que el machismo, que tan "firmemente arraigado" estaba en la sociedad en el momento en el que escribió la obra, y que aún tan presente está en nuestras sociedades, se impone como norma. Todo, por una concepción extrema de la religión, de lo que es decente, de lo que se entiende que manda dios. Hay una clase dominante y luego están las criadas, mujeres que se dedican, básicamente, a darle hijos a los señores. Están también las Tías, que educan a éstas en los principios de una buena católica, y las Marthas, también al servicio de la élite. Esta distopía es, como todas, un aviso de emergencia, una voz de alarma, contra el totalitarismo. Y pone el foco en el machismo, contra el que tanto queda por luchar aún, y también en la utilización del miedo por parte de los gobernantes para reducir el espacio de libertad personal de los ciudadanos. 

Recrea la autora un futuro terrible, asfixiante para las mujeres. Lo hace dándole voz a una de las criadas, a la que alude el título de la obra. Ella cuenta en primera persona cómo es su vida, las pequeñas esperanzas, y el recuerdo de un pasado mejor, cuando vivía con su pareja, cuando tenía libertad. "Pensábamos que teníamos problemas. ¿Cómo íbamos a saber que éramos felices", escribe. O, también, hablando de su comandante, del hombre a cuyo servicio está, que "él tenía algo de lo que nosotros carecemos: tiene la palabra. Cómo la malgastábamos en otro s tiempos". Sencillamente, porque no se le suele dar valor a lo que se tiene. La palabra. La libertad. Se dice que sólo se valora de verdad algo cuando se pierde, y mucho de eso hay en El cuento de la criada

La narradora de la historia conoce a otras personas descontentas con el régimen de privación de libertad y derechos básicos para las mujeres, el estado tiránico en el que se ha convertido su país, aquel en el que vivió sin necesidad de pedir permiso a los hombres, sin sentirse un ser inferior. Y mira con desprecio a quienes han provocado esto: "hay algo convincente en el hecho de susurrar obscenidades sobre los que están en el poder. Hay algo delicioso, atrevido, sigiloso, prohibido, emocionante. Es como un hechizo, en cierto modo". Pero entre el dolor y el desprecio ("se me llena la boca de odio, como si fuera saliva"), hay espacio también para el amor, para las ganas de sentirse viva, de volver a sentir emociones del pasado, arrebatadas por la tiranía. El cuenta de la criada es, en fin, una distopía que, alejándose de la sociedad y construyendo otra, ayuda a observar y analizar la sociedad actual, con todas sus virtudes y todas sus zonas oscuras. 

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