Nada más empezar el concierto de anoche en el Movistar Arena de Madrid, Sabina contó que ésta es una gira larga que empezó en febrero en América y que ha pasado después por ciudades como Londres o París, pero que lo mejor que tiene esta gira de despedida es que de vez en cuando pasa por Madrid. Sabina, madrileño de Úbeda, recordó que ésta es la ciudad en la que eligió vivir y en la que ha compuesto todas sus canciones. “Por eso mis canciones suenan en Madrid mejor que en otros sitios, porque están en casa”, afirmó, para terminar de despertar el delirio entre el público.
Aún volverá alguna otra noche a Madrid Sabina dentro de la gira con la que sigue despidiéndose de los escenarios y que sólo podía llamarse Hola y adiós. Está por ver si el portazo suena o no como un signo de interrogación. Él asegura que, esta vez sí, la despedida va en serio. Quién sabe, es posible que termine negándolo todo. Desde luego, para él cantar en Madrid es siempre especial. Por usar un símil taurino, sin ser yo nada de eso, Madrid es para Sabina la gran plaza de primera, de la que siempre busca salir por la puerta grande, de la que hace unos años salió por la enfermería, cuando todos temimos lo peor. Pero volvió el maestro para regalarnos nuevas noches de gloria como la de ayer en el Movistar Arena, siempre el Palacio, el Palacio de Sabina en su Madrid, del que salió de nuevo triunfal.
Se vio anoche disfrutón a Sabina, lo cual, dadas su socarronería y su sentido del humor, puede parecer un oxímoron, pero no lo es del todo. Sabemos, porque lo ha contado él en más de una ocasión, que tiene mucho respeto al escenario y lo pasa mal siempre antes de salir, que siente siempre cierto miedo escénico. Anoche reía y bromeaba con frecuencia. Se lo veía a gusto. Se diría que está sabiendo disfrutar y saborear esta gira de despedida.
Por mucho que Madrid sea su ciudad, conquistada hace décadas, supongo que uno no termina nunca de acostumbrarse del todo a tener enfrente a un público tan entregado, que recibe al maestro y su banda con una estruendosa ovación. Cuando escuchamos eso de “la primavera sabe que la espero en Madrid”, el estadio se viene abajo. Cada estrofa, cada frase, cada palabras de sus canciones, de tantas y tantas canciones inmortales, resuenan en estos conciertos de su gira de despedida de un modo especial.
Sabina se pasa el concierto entero sentado, le abrigan y apoyan quizá más que nunca las voces de su equipo, y se toma sus descansos, pero sigue siendo un espectáculo único verlo en directo. Las letras de sus canciones forman parte de la banda sonora de muchas vidas, nos moldean, nos emociona por más veces que las escuchemos y las coreemos junto a una multitud de personas de todas las edades. Basta escuchar los primeros acordes de cualquier de sus temas para que suene un “ohhhh” en el público, que celebra un nuevo pellizco emocional en forma de canción. Y así una tras otra, más recientes y más antiguas. Tras Yo me bajo en Atocha interpretó dos de las mejores canciones de su último disco, Lágrimas de mármol y Lo niego todo.
Llegaron después, en aluvión imparable, muchos de sus himnos, como Ahora que, quizá la canción que mejor refleja ese momento de enamoramiento, de comienzo de una relación en el que el mundo está recién pintado, las tormentas son tan breves y los duelos no se atreven a dolernos demasiado. O la espléndida Peces de ciudad, recuperada en sus últimas giras. Al cantar Calle melancolía contó que fue una de sus primeras canciones, por increíble que parezca dada su excelsa calidad. Fue el primer momento de la noche en el que Sabina puso el micrófono al público para que interpretara el estribillo. “Sólo hay una cosa mejor que cantar para ustedes en Madrid y es cantar con ustedes en Madrid”, afirmó. “Qué maravilla, qué maravilla”, decía él por la entrega del público y pensábamos nosotros por estar disfrutando de una noche tan especial.
Como ya hacía en sus anteriores giras, Sabina se toma un descanso y cede el escenario a su banda. Mara Barros deslumbra como acostumbra, esta vez cantando Con dos camas vacías, antes de su ya clásica y esperadísima copla que antecede a Y sin embargo, que es uno de los grandes momentos de cada concierto de Sabina. Emociona ver al Palacio entero entregado a la memoria de la gran Chavela Vargas con Por el bulevar de los sueños rotos. No faltan otros himnos antes del mix de Noche de bodas y Y nos dieron las diez, con el que el que Sabina y su banda se despiden del escenario, pero sólo fugazmente.
Los bises comienzan con la maravillosa La canción más hermosa del mundo, interpretada por Antonio García de Diego, antes del momento más emotivo de la noche, cuando Sabina interpreta visiblemente emocionado Tan joven y tan viejo, y todo el mundo en el público se estremece al escuchar eso de “así que de momento, nada de adiós, muchachos”. El fin de fiesta lo protagoniza Princesa, con la que el público vuelve a ponerse en pie, ya para no sentarse, y que regala la imagen preciosa de la banda junto a Sabina en el centro del escenario. Terminó el concierto, con la ovación más estruendosa y larga que recuerdo haber visto en el Palacio, y se podría decir, como canta Sabina en Donde habita el olvido, que la vida siguió como siguen las cosas que no tienen mucho sentido. Sólo que, en realidad, hay instantes que sí le dan sentido a la vida, como una canción de Sabina, como un concierto como el de anoche con el que el genio siguió despidiéndose de los escenarios. Como también canta Sabina, nos dijimos adiós, ojalá que volvamos a vernos.
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