Uno de los grandes debates literarios de los últimos años se centra en lo que se suele llamar literatura del yo, autobiografía, autoficción o novelas sin ficción. Escribir, en fin, desde la experiencia y las vivencias personales para trascender lo íntimo y construir una historia con la que conecten los lectores. Es una tendencia creciente en todo el mundo, en especial en Francia, donde el premio Nobel a Annie Ernaux en 2022 marcó sin duda un punto de inflexión, porque supuso una forma de reconocimiento oficial de ese estilo que parte de la intimidad para ir más allá, lo que la autora francesa llama un enfoque “autosociobiográfico”.
Hay quienes consideran que se abusa de la primera persona en la literatura actual y que eso revela falta de imaginación. Otros pensamos que, en realidad, todo es ficción, que cualquier escrito, por fantasioso que sea, tiene algo (o mucho) de autobiográfico y que, en fin, más que la fuente de la que bebe el autor o la autora del libro, lo importante de verdad es lo que cuenta y cómo lo cuenta. En mi caso, muchas de las lecturas que más he disfrutado últimamente pueden catalogarse como autobiográficas, o tienen algo de ello. Pienso en la propia Annie Ernaux, en Édouard Louis, en Milena Busquets o en algunas obras de Rosa Montero. Es, en cualquier caso, un debate siempre apasionante y por eso me lancé directo a por Escribir la intimidad, la charla en formato libro entre Annie Ernaux y Rose-Marie Lagrave editado por Altamarea con traducción de Gloria Pérez Rodríguez.
El libro, muy interesante, surge de la iniciativa de las doctorandas Sarah Carlotta Hechler, Claire Mélot y Claire Tomasella, que invitaron a Annie Ernaux y a Rose-Marie Lagrave a un coloquio en 2021 sobre “experiencias y escritos de tránsfugas feministas de clase”. Un año después, realizaron una entrevista complementaria. El libro reconstruye aquellas charlas en formato de conversación.
En Francia se habla mucho de los relatos de los “tránsfugas de clase”, término que la propia Ernaux reconoce que se usa demasiado y se ha convertido en un estandarte. El año pasado, por ejemplo, Laélia Véron y Karine Abiven publicaron Trahir et venger, un atractivo ensayo en el que reflexionaban sobre las paradojas de los relatos de tránsfugas de clase, que siempre están entre dos mundos, en la frontera, no sólo de dos clases sociales. Una de las principales críticas de las autoras a los relatos de los tránsfugas de clase es que su insistencia en la intimidad pueden despolitizar esos relatos, al caer en un individualismo extremo que rima con esa falaz idea neoliberal del “si quieres, puedes”.
En parte, Ernaux y Lagrave argumentan sobre ello en esta fantástica conversación en la que la escritora y la socióloga se reconocen como referencia mutua. Además, es muy interesante que la una tome algo de la otra. Ernaux alaba la sociología y su labor, de la que dice que puede incluso cambiar el mundo, mientras que Lagrave, lectora y admiradora de Ernaux, elogia también la capacidad de la literatura de adoptar una primera persona y de escribir desde un lugar menos rígido que cuando se escribe una obra sesuda de sociología. Las dos se reconocen como tránsfugas de clase feministas, aunque sus vidas tienen diferencias. Ambas escuchan a la otra y debaten sobre asuntos de plena actualidad.
Afirma Ernaux que “más que el dinero, son los aprendizajes intelectuales y culturales los que hacen al tránsfuga de clase”. Habla sobre la distancia que sintió con su familia a medida que se formó y también de su decisión de optar por lo que llamó una “escritura plana” para hablar sobre clase de origen. Debaten ambas sobre la importancia, y la dificultad, de no caer ni en el populismo de elogiar un modo de vida, dominado en realidad, ni dejarse llevar por la condescendencia o la ironía ante prácticas o comportamientos de los que había participado.
La clase, por supuesto, está en el fondo de los deberes, en los que ambas hablan de la escuela, la religión, el feminismo, el sentimiento de ilegitimidad que acompaña siempre a las tránsfugas de clase incluso cuando han triunfado o de la integración de la experiencia personal con la sociología. Hay anécdotas y episodios vitales muy interesantes, como cuando Annie Ernaux cuenta por qué decidió no enviar su primer libro a colecciones femeninas, al entender que la experiencia de tránsfuga de clase es transversal. También habla de lo importante que fue para ella que Simone de Beauvoir elogiara Los armarios vacíos, y del fracaso en ventas de El acontecimiento, que habla sobre el aborto, que ella achaca a la incomodad del tema en aquella época. Rememora las duras críticas que recibió tras describir las ataduras de un matrimonio burgués en La mujer helada. Algunas de las peores críticas, afirma, procedían de mujeres que le espetaban que, si de verdad pensaba que los hijos eran una carga, no los hubiera tenido.
Las dos autoras se reconocen en la interseccionalidad, desde la convicción de que no se puede disociar la lucha feminista de la lucha social, y las dos debaten sobre cómo llegar a lo universal escribiendo desde el yo. Ernaux cuenta que nunca ha pensado en las reacciones de su familia ni de nadie al escribir, aunque reconoce que no habría sido capaz de escribir algunos de sus libros en vida de su padre. “La escritura debería tender a la suspensión del juicio moral”, afirma. La autora es consciente de que muchas de las críticas recibidas se presentan con supuestos argumentos literarios pero esconden en realidad una posición política, no le perdonan que cuestione el orden burgués, que reflexione sobre la clase y el machismo.
Las dos comparten también devoción por Bourdieu. Es interesante el pasaje dedicado a la religión. Ernaux tenía una madre muy católica y fue a una escuela privada religiosa, mientras que Lagrave también vivió en un entorno religioso, en especial, por su hermano. Hablan de la eeconversión de valores católicos en su compromiso político, como amar al prójimo como principio para defender a las personas inmigrantes en situación irregular, pero también achacan a la religión la culpabilidad sexual.
La obra termina con un epílogo de Paul Pasquali, en el que destaca que ambas autoras apuestan por escribir la vida de los demás a partir de sí mismas, huyendo de introspecciones narcisistas y monólogos egocéntricos. También remarca la importancia de las ciencias sociales que, además, y esto lo añado yo; como se demuestra estos días con la cruzada de Trump contra las universidades estadounidenses, suelen estar en la diana de los gobiernos autoritarios. Escribir la intimidad, en fin, permite profundizar en el pensamiento y la forma de entender la literatura, la sociología y la vida desde el compromiso de dos mujeres que, desde sus diferencias, se admiran y reconocen la una en la otra, en una cierta sensibilidad, una forma de estar en el mundo que ilumina e inspira a muchos lectores.
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