Entre visillos

De Carmen Martín Gaite podría decirse lo mismo que le dice Emilio, un personaje de Entre visillos, a Pablo, quien escribe poesía pero no se considera poeta: “tú no encuentras vulgar ninguna cosa. Todo lo conviertes en algo que tiene vida”. Todo en las novelas de Martín Gaite, hasta lo más aparentemente banal, adquiere vida. Hay humanidad en sus personajes, por menores que parezcan sus desventuras. En esta novela, publicada en 1957 y ganadora del Premio Nadal, la autora salmantina narra la vida de una ciudad castellana, que no nombra en ningún momento, y en especial, la asfixiante falta de libertad de las mujeres durante el franquismo. 


Casi treinta años después de la publicación de esta novela, Martín Gaite publicó el ensayo Usos amorosos de la posguerra española, en la que abordaba esta misma cuestión, pero no desde la ficción. El gran mérito de Entre visillos es la forma vívida en la que recrea la vida en los años cincuenta. La novela levanta testimonio de una época y refleja en sus páginas el habla espontáneo de sus personajes. Es un contexto de represión para las mujeres, a veces manifiesta y otras veces velada. Pero siempre, de fondo, la desconfianza ante cualquier actividad, el permanente juicio moral de lo que está bien visto y lo que no, el irritante qué dirán. 

“A mediodía me gustaba sentarme en las terrazas de los cafés de la plaza Mayor, y me estaba allí mucho rato mirando el ir y venir de la gente, que casi rozaba mi mesa, escuchando trozos de conservación de los otros vecinos”, leemos en un pasaje de la obra. Y es exactamente así se siente el lector de Entre visillos. Porque escuchamos fragmentos de conversaciones, asistimos a pedacitos de la vida de distintos personajes. La novela cuenta con varios narradores, pero se presenta en conjunto como un gran plano secuencia cinematográfico, de esos en los que la cámara sigue a los personajes y va cambiando de historia y entrelazando los diálogos

Encontramos en el libro a mujeres que quieren estudiar en la universidad, pero a las que sus padres o maridos no se lo consienten. También  mujeres libres que pagan el precio del descrédito y la crítica social permanente por su osadía. Y jóvenes que, acuciadas por su entorno, tienen como principal objetivo vital encontrar un buen marido ( “para casarte conmigo, no necesitas saber latín ni geometría; conque sepas ser una mujer de tu casa, basta y sobra”). Y relaciones sentimentales de las que hoy diríamos que son tóxicas. Encontramos también charlas banales sobre el matrimonio y las tareas domésticas como única preocupación aceptable para las mujeres. Y mucha presión de la sociedad, por ejemplo, vigilando el escrupuloso cumplimiento del luto. siempre en ellas, claro. Se explica en la novela, por ejemplo, lo que es el alivio de luto: poder empezar a llevar medias grises y ir al cine año y medio después de la muerte del ser querido. “No es vivir, vivir así”, leemos en un pasaje de la novela. 

También hay espacio para la esperanza y para las pequeñas alegrías. Sólo destellos, chispazos de felicidad y libertad, como el que siente Elvira cuando lee sentada en el césped: “hoy aquí, lejos de la gente y de las circunstancias que me atan, me olvido del cuerpo, no me pesa, sería capaz de volar, pero en cuanto me ponga de pie y eche a andar hacia casa se me vendrá todo el recuerdo de mi limitación”. Entre visillos retrata un tiempo felizmente superado, sí, pero del que aún heredamos ciertos tics machistas contra los que sigue siendo necesario combatir. 

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