Las mejores películas que he visto en 2019

Desde que llevo escribiendo el blog y resumiendo las mejores películas al final de cada año, sin duda, este 2019 es el que más me ha costado elegir la película con la que comenzar el artículo. Tenemos dicho aquí que no tiene sentido poner a competir unas películas contra otras, naturalmente, pero en casi todos los últimos años ha habido una película que me ha conmovido o fascinado por encima de otras. Esta vez hay dos muy distintas entre sí, pero que comparten su brillantez y que, por cierto, se verán las caras en la temporada de premios en Estados Unidos, en la que aspirarán a todo. Hablo de Dolor y gloria, una especie de autobiografía en la que Pedro Almodóvar nos regala una de las mejores películas de su filmografía, y de Parásitos, una película que transpira cine en cada plano, una obra maestra de Bong Joon-Ho. 

La película de Almodóvar es extraordinaria. En ella, el cine es indistinguible de la vida. Su protagonista, Salvador Mallo, a quien da vida con maestría Antonio Banderas, es un álter ego del propio Almodóvar. Un director de cine exitoso y con reconocimiento internacional, aquejado de fuertes dolores y con miedo a no poder volver a rodar. Los recuerdos de su vida, sus amores, sus pasiones, sus silencios, sus triunfos, sus fracasos, fluyen en la pantalla, con momentos para la risa, claro, y también para la emoción. Una película personalísima, llena de verdad, una joya que ensalza el poder del cine del mejor modo posible: rodando cine con mayúsculas. Cada nuevo filme de Almodóvar es un acontecimiento cinematográfico porque así se lo ha ganado él con sus trabajos. Dolor y gloria lo es porque roza la perfección. Lo mejor de 2019, de lo mejor de toda la carrera de Almodóvar. Palabras mayores. 


Parásitos es muy distinta a Dolor y gloria, pero no menos brillante. El filme surcoreano es febril, una explosión de creatividad y originalidad, cine llevado al límite. Como decíamos en la crónica, hay un momento de la película en la que se utiliza la expresión "avanzar a machetazos" y eso es justo lo que hace este filme. A machetazo limpio, alternando géneros, con un ritmo trepidante, con interpretaciones excelsas, con constantes giros de guión que son como triples saltos mortales, de los que la película no sólo sale ilesa, sino que sale reforzada. Hay unas cuantas decisiones en el filme que, rodadas del modo equivocado, podría haber dado al traste con la historia. Asume muchos riesgos el director y los solventa todos. Un prodigio. 

Si tuviera que elegir una tercera película para componer un podio de las cintas que más he disfrutado este año me quedaría con La virgen de agosto, de Jonás Trueba. A diferencia de las dos anteriores, no está nominada a ninguno de los premios cinematográficos más reconocidos, ni ha tenido una carrera comercial muy larga y exitosa. Pero es una de esas películas que nos recuerdan por qué amamos el cine. Probable,mente, la mejor de su director, quien ya nos había cautivado con otras películas en los márgenes de la industria, como La reconquista o Los exiliados románticos

La protagonista de La virgen de agosto, magnética Itsaso Arana, decide pasar agosto en Madrid, ese mes en el que la ciudad se vacía, el calor aprieta y, de alguna forma, la vida se detiene. Quiere pensar, caminar libre por la calle, dejarse envolver por sus dudas y por encuentros casuales. No pasa realmente casi nada en la película, ni falta que hace. Hay conversaciones sobre el amor, la amistad, la madurez, la religión, el sexo, el miedo al compromiso... De nuevo, como en anteriores trabajos de Jonás Trueba, instantes de vida llenos de verdad. Y, de nuevo, con la música jugando un papel relevante, en este caso, con el rodaje de una actuación real de Soleá Morente en las verbenas agosteñas de Madrid, ciudad cuya alma retrata a la perfección el director. Una película sobre la identidad, sobre la vida. Una película que habría merecido más reconocimiento y más éxito en taquilla, pero que no por eso pierde un ápice de calidad. 

Un año entero de cine da para mucho. Por ejemplo, para volver a sentirnos en casa dentro de una película de Woody Allen. Día de lluvia en Nueva York está lejos de las mejores películas del director pero también lejos (muy por encima) de la media de las películas estrenadas en los cines este año. Nos sigue valiendo un Woody Allen con el piloto automático, igual que nos vale, claro, un Quentin Tarantino mayor, el que homenajea al cine y se homenajea también un poco a sí mismo y a su universo peculiar en Érase una vez en... Hollywood. Enésima demostración del incuestionable talento de Tarantino y, también, de que la duración de las películas no tiene nada ver con los minutos, sino con su calidad. Dura 165 minutos la película, nada menos, pero no sobra ni uno de ellos. La música, el mano a mano interpretativo entre Leonardo Di Caprio y Brad Pitt, la nostalgia por el cine de antes... Lo dicho, nada sobra, todo está en su sitio en este filme, en teoría, el penúltimo de los que rodará el director, salvo que cambie de idea. 

Otra película de este año que deja huella es La trinchera infinita, de Jon Garaño, Aitor Arregi y José María Goenaga, que tras deslumbrar con Loreak y Handia, ponen ahora su maestría al servicio de una historia impresionante, olvidada hasta ahora por el cine, la de los topos, personas afines a la República que vivieron durante décadas escondidas en sus casas, por temor a represalias del franquismo. Antonio de la Torre, que lo hace todo y todo lo hace bien, y Belén Cuesta, impecable en un papel dramático muy distinto a los papeles cómicos por los que más se le conoce, dan vida a los protagonistas de esta historia, visualmente portentosa, un prodigio narrativo. En las escuelas de cine podrían enseñar esta película a los estudiantes y decirles, simplemente: así. Así todo. Tal cual. Esto es el cine. 

También se ambienta en la Guerra Civil Mientras dure la guerra, el regreso de Alejandro Amenábar, una película, me temo, bastante malentendida, quizá porque lo que cuenta duele demasiado, tal vez por la precisión de su retrato de España. Karra Elejalde no era una elección tan obvia para dar vida a Miguel de Unamuno, pero cumple con nota. La película es lúcida y triste, tal vez por aquello que dejó escrito Gil de Biedma: "de todas las historias de la Historia, la más triste sun duda es la de España, porque termina mal". 

En el capítulo de películas extrañas, entendido siempre este adjetivo como un elogio cuando se habla de creaciones artísticas, destaco dos obras: La favorita, de Yorgos Lanthimos, , sensual, grotesca, irresistible; y Madre, de Rodrigo Sorogoyen, que es tan irregular como angustiosa, tan deslavazada en ocasiones como atractiva, tan dolorosa como hipnótica. El cine de Sorogoyen nunca es previsible, por eso siempre aporta algo. Aquí toma como punto de partida su corto Madre para seguir con la misma historia, pero años después, cuando la protagonista del filme entabla una relación misteriosa y ambigua con un joven de apariencia angelical que tiene la misma edad que tendría su hijo fallecido. 

No incluiría a Joker en el listado de las mejores películas que he visto en 2019, aunque la interpretación de Joaquim Phoenix sí merece todos los reconocimientos del mundo. Tampoco he incluido a otras películas de las que se ha hablado mucho, pero que no me ha dado tiempo a ver este año, será ya en 2020: El irlandés e Historia de un matrimonio, ambas de Netflix, por cierto, como Diecisiete, el regreso de Daniel Sánchez Arévalo, una historia mínima, con el carisma y la ternura propias de su cine. También la ternura y la sensibilidad son lo más destacado de Green Book, que ganó el Oscar a la mejor película de 2018 y que fue muy criticada, porque al parecer es un pecado mortal para una película ser amable, buscar embellecer la vida y transmitir buenos sentimientos. 

Termino con cuatro películas que no puedo dejar de incluir en este artículo del mejor cine que he visto en 2019. Para empezar, Sauvage, cuyo personaje se debate con furia entre la necesidad de cariño y sus instintos más salvajes y primarios, más autodestructivos. Un retrato realista, que ni juzga ni ensalza a su protagonista, sobre un chico que se dedica a la prostitución. 

También se debate, en este caso, entre lo que siente y lo que debería sentir, entre lo que es y su entorno familiar quiere que sea, el protagonista de Identidad borrada. La película, basada en el libro autobiográfico de Garrard Conley, muestra el efecto devastador de las terapias para "curar" la homosexualidad, frecuentes en Estados Unidos, y defendidas en España por puna facción radical de la Iglesia católica y por representantes de la extrema derecha. Con sobriedad, el filme sigue los pasos del hijo de un predicador baptista al que enseñan a reprimir sus sentimientos. Una película magnífica que deja momentos imposibles de borrar de la memoria, como esa escena en la que el protagonista le dice a su padre: "soy gay y soy tu hijo, y ninguna de las dos cosas va a cambiar" 

También se sirven de la realidad Brexit, una película que se aproxima sin maniqueísmo a la campaña por la salida del Reino Unido de la Unión Europea, que aborda algunas de las claves del tiempo político inestable y extremista que afronta toda Europa, y  Tres idénticos desconocidos, un documental impactante sobre tres hermanos gemelos separados al nacer por oscuras razones que se encuentran cuando son universitarios. 

Mañana: Las mejores series que he visto en 2019. 

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