Diez premios Goya. Excelentes críticas. La opinión muy favorable sobre la película de una buena amiga de cuyo criterio me fío. Muchas ganas de ver la cinta, que en su día se me escapó de la cartelera demasiado pronto. Todo jugaba en contra de Handia, en el sentido de que tenía las expectativas muy altas. Y el cine, un poco como la vida, es sobre todo cuestión de expectativas. Sin embargo, la cinta dirigida por Jon Garaño y Aitor Arregi me gustó aún de lo que esperaba. Encontré lo que esperaba, la tierna historia real de Joaquín, un joven que no paraba de crecer, pero hallé mucho más que eso.
Handia es una película hermosa, sutil, nada obvia, muy emotiva pero a la vez contenida, delicada, como un cuento. A ratos triste, a ratos alegre, siempre honesta y auténtica. Visualmente impecable. La película, ambientada en el siglo XIX, está divida en capítulos, en los que avanza la historia de Joaquín (inmenso Eneko Sagardoy) y de su hermano Martín (magnífico Joseba Usabiaga), quien lleva realmente el peso de la película. Casi al comienzo del filme, un batallón de soldados carlistas llega al caserío en el que Joaquín y Martín viven con su padre. Buscan soldados para la guerra contra las tropas isabelinas. El padre suplica poder seguir teniendo a su lado a sus hijos, porque necesita mano de obra para sacar adelante su caserío. Al final, le dan a elegir con cuál de sus hijos se queda. Martín marcha al frente y, de algún modo, eso le marca para siempre.
Cuando Martín regresa, herido tras concluir la guerra, se encuentra con que su hermano Joaquín es inusualmente alto. Un gigante. Llama la atención. Asombra. Fascina. Sorprende tanto que, forzados por las penurias económicas de la familia, deciden viajar por España, y más tarde por el mundo, mostrando su exuberante altura, exhibiéndolo ante un público deseoso por ver al gigante de Gipuzkoa. Con enorme sensibilidad, la cinta transmite los sentimientos de Joaquín, que se siente diferente, y que de algún modo representa a todo aquel que alguna vez se ha sentido raro, observado, juzgado, que querría ser "normal", aceptado, pasar desapercibido.
La excelsa interpretación de Eneko Sagardoy logra transmitir esas emociones de Joaquín, igual que hace Joseba Usabiaga dando vida a Martín. Hay en la cinta un hermoso paralelismo entre el crecimiento físico del protagonista y otro tipo de crecimiento, el de la madurez, de él y del resto de personajes. Sobre todo, de Martín. No deja de ganar altura Joaquín, que siguió creciendo toda su vida, y tampoco dejan de madurar ambos hermanos. Su relación, tierna, compleja, humana, real, es uno de los grandes puntales del filme, donde todo funciona a al perfección: la música excepcional, la recreación deliciosa del siglo XIX en Euskadi, sus tradiciones, la belleza insultante de su paisaje, la recreación de la mirada deslumbrada de los protagonistas al viajar a ciudades extranjeras... Nada chirría, nada sobra ni falta en el filme.
La cinta muestra la historia de alguien que se siente diferente, pero enseña mucho más. Con sutileza, sin remarcar nada, tratando al espectador como un ser adulto, también refleja las complejidades de las relaciones familiares, el peso de la tradición, la difícil forma de conjugar las ansias de cambiar con las obligaciones, la capacidad de encontrar belleza en momentos duros y situaciones tristes, la necesidad de sentirse comprendido y aceptado. Es una película maravillosa que regala escenas imborrables, quizá ninguna como un diálogo maravilloso y lúcido, ya casi al final del filme, en el que alguien dice que "lo mejor del ser humano es su capacidad de adaptación". Martín, quien sueña con viajar a América y empezar una nueva vida lejos de su tierra, pero se siente atado por las responsabilidades, responde con melancolía "pues yo creo que es lo más miserable".
Estamos a comienzos de febrero y tengo la sensación de que este año estoy viendo muy buen cine. Una de las películas de las que he disfrutado este año es El gran showman, que tiene ciertos paralelismos con Handia, en el sentido de que muestra a personas no convencionales exhibidas en espectáculos. Siendo similares en ese sentido y siendo ambas dos magníficas películas, no pueden ser más diferentes. Aquella, un musical, llena de fuegos artificiales y de ritmo; esta es mucho más contenida. Una frenética, otra más a fuego lento. Muy distintas, pero ambas bellas y hermosas a su manera, y ambas con un mensaje de respeto a la diferencia, un canto a la sensibilidad y el respeto. Mucho más profunda, sin duda, Handia. Más de pasar un rato agradable y vitalista El gran showman.
Por cierto, la sala de los Renoir Princesa en la que vi la cinta estaba llena. Para eso sirven los Premios Goya. Cada vez que maldiga la falta de ritmo de las galas de los Goya, por ejemplo, recordaré la escena de esa sala llena, de tantas y tantas historias hermosas a la que muchos espectadores sólo acceden (o accedemos) gracias al reconocimiento de la Academia. Handia, reestrenada en decenas de cines en toda España, tendrá una segunda vida comercial gracias a los Goya y ya sólo por eso estos premios tienen todo el sentido del mundo.
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