Brexit

Hay dos escenas particularmente elocuentes en Brexit. The incivil war, la película sobre el referéndum en el que los británicos decidieron salir de la Unión Europea, dirigida por Toby Haynes y estrenada recientemente por HBO. En una de ellas, varios miembros de la campaña de los partidarios del Brexit visitan a una pareja adulta en un barrio a las afueras, a quienes no ha visitado ningún partido político desde los años 80. Se sienten excluidos del sistema. El barrio ha cambiado. Él está en paro. Sus hijos se han marchado. Los defensores del Brexit les cuentan lo que quieren oír, que la UE tiene culpa de que perdiera el empleo, por sus exigencias regulatorias desmedidas, y que la inmigración le ha quitado el trabajo. Es mentira, pero da igual. Funciona. 

En otra escena asistimos a un grupo de trabajo con ciudadanos corrientes, organizado por los defensores de la permanencia en la UE. De pronto, surge una fuerte discusión sobre la UE y el hipotético coste que le supone al Reino Unido formar parte del club, sobre la inmigración, sobre las competencias. Una mujer se pone a llorar y dice sentirse excluida, harta de ver cómo todos piensan de ella que no vale nada, que no sabe nada, que no es nada. Se hace un silencio en la sala y uno de los contrarios del Brexit se derrumba, porque descubre de pronto que rebatir con datos las mentiras del otro lado no sirven de nada, porque ese estado de ánimo, esa rabia, esa exclusión, esa ruptura con las élites políticas, lleva larvándose dos décadas. Eso es el Brexit. Eso es Trump. Eso es la oleada del populismo, de la antipolítica, que recorre el mundo y amenaza las democracias. Eso es el siglo XXI. 


La película, en la que el siempre impecable Benedict Cumberbatch da vida al consejero político Dominic Cummings, clave en la campaña del Leave, no es una obra maestra y tiene importantes carencias. La más elemental, quizá, que la historia está demasiado reciente y que se sigue escribiendo a día de hoy. También se echa en falta ver representado en el filme el papel crucial que jugaron en la campaña del Brexit los tabloides sensacionalistas. Porque se presenta a Cummings como un gurú, un genio que sabe conectar con las corrientes de opinión de fondo que se escapan a los políticos convencionales que defienden la permanencia en la UE, como una especie de personaje quijotesco que se enfrenta al establishment. Y mucho de eso hubo, desde luego, pero los medios también influyeron y, creo, eso se percibe poco en el filme. 

En cualquier caso, la película tiene también multitud de aciertos. El más claro, que consigue mantener intacta la atención del público durante la hora y media de metraje, a pesar de que cada día leemos informaciones sobre el Brexit, y aunque tengamos tan reciente aquella campaña. El Brexit fue el origen de este movimiento populista y demagógico, de esta nueva política en la que importan más las emociones que los datos. Y en la película se observa con claridad cómo los partidarios del Brexit, con Cummings a la cabeza, tienen muy claro cómo deben apelar a los votantes en este contexto político alérgico a los matices. "Hay que apelar a la razón, a los datos, al empleo", se dicen en la campaña por la permanencia. "Las emociones, reacciones simples: el coste de estar en la UE y Turquía como espantajo", afirman a la vez en el otro lado. Los defensores del Brexit buscaron a través de Internet, de una forma que incumplió la ley electoral según se supo después, a sus votantes potenciales, con mil millones (¡mil millones!) de anuncios personalizados. Parte de su éxito fue apelar a los que nunca votan en las elecciones, a tres millones de votantes excluidos y abandonados por el sistema, el votante perfecto para una campaña rupturista. 

Según parece, Cumberbatch puso como condición para protagonizar esta película que no fuera un panfleto antiBrexit. Y, desde luego, no lo es. Queda claro cómo se exacerba el odio al diferente, el racismo puro y duro, en la campaña. Y cómo se da cuerda al Ukip para que apriete con su radicalismo, para que aporte su grano de arena con sus mentiras y su radicalidad. También se observa cómo Cummings y otros asesores participan en la campaña con irresponsable frivolidad. Para ellos todo esto es un experimento social, poco más. Se divierten. Es una campaña publicitaria. Una gigantesca oportunidad de apuntarse un tanto. Pero no es un panfleto antiBrexit, en absoluto, porque también se muestran los enormes errores de cálculo de los defensores de la permanencia en la UE, la mayoría de los partidos tradicionales del Reino Unido, desde la irresponsabilidad de David Cameron por convocar un referéndum, que conduce a un debate extremadamente polarizado y tóxico, hasta la indefinición de Jeremy Corbyn, pasando por la incapacidad de la campaña del Remain de rebatir con éxito la estrategia emocional de los partidarios del Brexit. 

Mientras que la campaña del no al Brexit se centran en datos, que importan poco a la mayoría del votante medio, los defensores de la salida de la UE van a los bares, escuchan a la gente y les dice lo que quieren escuchar. Populismo puro y duro, sí. Ingeniería social, con complejos algoritmos en Internet para hacer campañas a la medida. Cummings (Cumberbatch) protagoniza varias escenas brillantes, en las que analiza con cínica lucidez la sociedad británica (y podríamos decir, occidental) actual: el magma de descontento de muchos ciudadanos con el sistema, por ejemplo. Él no crea ese clima de indignación, no construye ese polvorín, sólo saca partido de ello. Para resetear el sistema, dice él, aunque desató un movimiento sin marcha atrás. Porque, como le espeta el jefe de campaña de la permanencia en la UE en otra escena magistral, "cuando abres la caja, ya no puedes cerrarla". La primera película del Brexit no es una obra maestra, pero lo que se muestra en la pantalla es exactamente lo que nos pasa, del Brexit a Vox, pasando por Trump y Bolsonaro. Y esa incapacidad de frenar a la antipolítica que se refleja en el filme es la que vemos a diario. La pantalla de nuestros televisores, en fin, ejerce de espejo con este filme. Somos nosotros. 

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