Día de lluvia en Nueva York

Hay una escena en Día de lluvia en Nueva York, la última película de Woody Allen, en la que Ashleigh (Elle Fanning), una joven periodista, le dice a Roland Pollard (Liev Schreiber), un consagrado y atormentado director, que está convencida de que su mejor película está por llegar. No podemos decir lo mismo de Woody Allen, no falta que hace. A sus 83 años es altamente probable que su mejor película haya llegado ya (tenemos 50 para elegir su mayor obra maestra), pero eso resulta del todo irrelevante. Seguimos necesitando nuestra dosis anual de cine de Woody Allen. Las películas del genio neoyorquino siguen siendo un lugar donde queremos quedarnos a vivir. 


Aunque parezca que lleva años haciendo la misma película, aunque sus últimas historias sean menos redondas que sus mejores filmes, aunque dé la sensación en ocasiones de que el director va con el piloto automático. Da igual, entre otras cosas, porque su talento es tan enorme que un Woody Allen menor está muy por encima de la media de las películas que se estrenan hoy en día. Hace tiempo que renuncié a ser objetivo con su cine, es verdad. Pero en cada una de sus películas, incluso en las más olvidables, se encuentran destellos de su genialidad, de su enorme oficio. Decía en una entrevista promocional que no tiene tanto mérito rodar una película al año y que, si haces películas, en el fondo no es tan complicado, como el carpintero está habituado a hacer sillas o muebles. Una explicación simple para un auténtico prodigio, la asombrosa capacidad de Allen de poner en pie una historia cada año, de hilar diálogos inteligentes, de crear universos propios, de reflexionar sobre la muerte, el sexo, el amor, la vida. Allen hace que parezca sencillo lo que es extraordinario. 

Uno sale del cine tras ver la última película del genio neoyorquino y quiere tomar el primer vuelo a Nueva York. O, mejor dicho, a la Nueva York de Allen, esa que luce con una belleza especial en este filme, la ciudad que adora el creador de tantas obras inmortales, a la que es fugazmente infiel con algunas bellas ciudades europeas, la última, San Sebastián, pero a la que siempre vuelve. "O estás en Nueva York o no estás en ninguna parte", le escuchamos decir a Gatsby, el alter ego de Allen en este filme, un magnífico Timothée Chalamet que sigue confirmando su talento en cada película, tras deslumbrar en la deliciosa y sensual Call me by your name. El cine de Woody Allen homenajea a Nueva York, a la que él recuerda y quiere, esa que va devastando poco a poco la gentrificación. Pero da igual, porque para eso está el cine, para mostrar una Nueva York inmensamente más romántica y bella que la real. 

Día de lluvia en Nueva York es una cinta maravillosamente anacrónica (está ambientada en la actualidad, pero los móviles aparecen en contadas ocasiones y casi hasta estorban). No sé cuántos jóvenes adoran los piano bar de los hoteles de lujo, asisten a exposiciones de arte o reflexionan sobre Ortega y Gasset. Pero da igual. Lo que cuenta Allen en este filme es anacrónico y, por momentos, poco verosímil, pero es hermoso. Es encantador. Es necesario. Lo queremos. Lo estábamos echando de menos. Basta escuchar la música que acompaña a cada filme del genial director y ver sus créditos iniciales, blanco sobre negro, para sentirnos en casa. Luego llegan esos diálogos y esa ironía. Esos personajes atormentados. Ese fatalismo existencialista. Esa añoranza de un tiempo perdido que probablemente nunca fue tan bello como se recuerda. El reino de Allen, que ya no es de este mundo, que tal vez nunca lo fue, pero donde nos encontramos cómodos, donde queremos volver una y otra vez de su mano. 

No importa absolutamente nada que Día de lluvia en Nueva York no sea la mejor película de Allen, sobre todo, teniendo en cuenta que el director ha rodado medio centenar de filmes. Es casi por pura estadística. Pero el fascinante universo cinematográfico de Allen sigue aquí. Y nos basta y nos sobra. Es un filme entretenido, agradable de ver. Es lo que estábamos necesitando. Es la última película de Woody Allen, sobran las explicaciones. Esta vez, reconocemos los tics neuróticos de Allen en el personaje de Gatsby, un joven de familia acomodada que quiere alejarse de todo lo que procede de su familia menos del dinero. Un sibarita, con un puntito snob, que habla de hoteles de cinco estrellas en Nueva York y de música y arte del pasado como si fuera un hombre maduro. Gatsby (ese nombre) acompaña a su novia a Nueva York, la ciudad de él, ya que la chica va a entrevistar a un cineasta de mucho prestigio, que nunca ha hecho una concesión comercial. Todo se descontrola y lo que iba a ser un fin de semana en pareja termina cambiando de rumbo. A esto se suma la aparición casual de Chan (Selena Gómez), la hermana de una exnovia de Gatsby. 

El filme funciona, entretiene y, por momentos, enamora. Se ha dicho todo sobre el cine de Woody Allen, pero quizá se remarca poco su capacidad para hacer brillar a sus actores y, quizá especialmente, a sus actrices. Como decía un poco más arriba, Timothée Chalamet está soberbio en el papel de Gatsby, pero no lo están menos Elle Fanning, en la piel de esa joven sólo aparentemente inocente, que se parece poco a su novio y se ve rodeada de famosos y guapos pretendientes a medida que avanza el filme, y, sobre todo, Selena Gómez, a quien reconozco que nunca antes había visto actuar y de la que tenía ciertos prejuicios. En esta película borda el papel de Chan. 

En fin, Día de lluvia en Nueva York no decepcionará a los amantes del cine de Woody Allen, es decir, a los amantes del cine. Queremos quedarnos a vivir en sus películas, sí, como el protagonista de Midnight in Paris quería quedarse a vivir en el París de los años 20, porque son más bellas, intensas, atractivas y, por momentos, reales que la propia vida, aunque todo eso sea falso. Como dice el personaje de Selena Gómez en un momento de la película: "la vida real está bien para quien no puede llegar a más". Woody Allen es de los que pueden llegar a mucho más y así queremos seguir disfrutándolo cada año. 

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