Mientras dure la guerra

A veces, las críticas recibidas por una película sirven precisamente para ponderar su valor. Es lo que pasa con Mientras dure la guerra. El último trabajo de Alejandro Amenábar ha recibido algunas clases de críticas que no hacen más que ensalzar sus aciertos. De un lado, quienes la han atacado antes de verla porque creen que tras ella hay un panfleto antifranquista, "otra película más de la Guerra Civil", esa frase que sólo puede pronunciar quien lleva décadas sin ver películas españolas con cierta frecuencia. Del otro, quienes sí han ido a verla esperando encontrarse precisamente ese mismo panfleto, pero que han salido del cine cariacontecidos porque no lo encuentran por ningún lado y en lugar de eso encuentran una película honesta, que ellos confunden con equidistante. 


El primer acierto del filme, pues, es precisamente que tanto los unos como los otros se sienten disgustados. No hay panfleto por ningún lado, ni trazo grueso, ni caricatura del bando nacional, ni ensalzamiento del republicano. Hay cine de calidad. Hay más bien, si acaso, una reivindicación de la tercera España, la que no por censurar los excesos de unos justifica los de otros, la que no es equidistante, sino justa en sus juicios, la que no quiere ver dos bandos a su alrededor, la que, al final, se queda sola, porque no encaja en ninguna de las dos etiquetas. Arriesga Amenábar al abordar esta historia, sabiendo perfectamente que generaría polémica y que entraba en terreno pantanoso. Y arriesga al elegir a Karra Elejalde para dar vida a Miguel de Unamuno. No porque Elejalde no sea un excelente actor, sino porque quizá el gran público lo relaciona más con el mundo de la comedia. De ambos riesgos sale triunfal Amenábar: la cinta es honesta, conmovedora y precisa en el relato de un momento clave de la historia de nuestro país, y Elejalde borda el papel del intelectual. 

La acción de la película se sitúa en Salamanca (que luce bellísima, por cierto) en el verano de 1936, justo después del golpe de Estado contra el legítimo gobierno republicano. Miguel de Unamuno, rector de la Universidad de Salamanca, había apoyado el golpe, porque entendía que las tropas sublevadas podían devolver el orden al país y salvar la República. En un primer momento, Unamuno cree que el golpe ayudará a enderezar el rumbo de la República, que tanto apoyó, hasta el punto de que sufrió el exilio por sus críticas a la monarquía años antes, pero que tanto le había decepcionado. Poco a poco, Unamuno empieza a ver que los militares no traen orden, sino fascismo. Es clave en ese cambio de opinión del escritor ver cómo sus amigos van cayendo en la purga de los nacionales, que quieren eliminar del país a quien no piense como ellos. 

La cinta no rehuye en ningún momento la obviedad de que el bando republicano también estaba cometiendo desmanes. Es algo que decepcionará mucho a quienes esperen un panfleto y que desagradará a no pocos espectadores, pero es algo que preocupaba al propio Unamuno en su momento y, sobre todo, es algo real, no inventado. En paralelo a las tribulaciones de Unamuno, la película cuenta también el ascenso del general Franco a jefe del Estado y generalísimo del ejército. Como se cuenta en la cinta, el liderazgo de Franco en el bando nacional no era ni muchos menos previsible, más bien todo lo contrario, pero por distintas razones terminó ascendiendo. Cuando Unamuno conoce a Franco lo ve como "un pobre hombre". 

Ambas historias se entremezclan, entre otras cosas, porque el gobierno republicano tarda poco en destituir a Unamuno de su cargo en la universidad de Salamanca, para ser enseguida restituido por los nacionales, a cambio de colaborar en su labor de purga contra todo aquel que no comparta ese movimiento. Toda la película va preparando el terreno, en un constante in crescendo emocional y de tensión, para el encontronazo entre Unamuno y Millán Astray en la Universidad de Salamanca, con motivo del día de la raza, el 12 de octubre del 36, aquel en el que Unamuno dijó lo de "venceréis, pero no convenceréis", y Millán Astray le replicó con un "muera la inteligencia traidora". Eduard Fernández da vida al fundador de la Legión. Como acostumbra, lo borda. Es sin duda la mejor interpretación de la película. A Franco le da vida Santi Priego. Unos dirán que le humanizan demasiado y otros que le ridiculiza, una prueba más de que la película huye de todo maniqueísmo.

Mientras dure la guerra dialoga con la España actual. No sólo porque el pensamiento de Miguel de Unamuno mantenga toda vigencia, sino también porque muchos de los temas que centraban el debate nacional entonces siguen hoy candentes, como la bandera, las distintas formas de ser español, el encaje de Cataluña y Euskadi en el resto de España y la dificultad de entendernos entre diferentes. Hay varios momentos especialmente emotivos en el filme. Uno de ellos, sencillo pero muy revelador, es una conversación entre Unamuno y uno de sus amigos, en el que Unamuno, descontento con todos, incomprendido por ambos bandos, le dice que al menos no le quitarán el campo, los paseos, las charlas con los amigos. "¿Charlas? En este país más bien serán discusiones", le responde

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