Érase una vez en... Hollywood

Van quedando pocos directores que consigan que cada estreno suyo sea un acontecimiento cinematográfico. Quentin Tarantino es sin duda uno de ellos. Venerado por muchos, mal entendido por algunos, criticado por otros, hasta los más firmes detractores del director tendrán que reconocer que es en uno de las grandes cineastas de todos los tiempos. Reconozco que era un poco reticente con Érase una vez en... Hollywood. por sus 165 minutos, pero queda acreditado una vez más que el hecho de que una película se haga larga o no depende sólo de su calidad y nada tiene que ver con su duración. No se hace larga en absoluto la novena película de Tarantino, que tiene un ritmo endiablado, lo que no quiere decir, ni mucho menos, que siempre ocurra algo en la pantalla, porque por lo general apenas pasa nada, pero no importa, porque cumple lo que promete, es una cinta entretenida, menos tarantiniana que las anteriores, pero fiel a su director y a muchas de sus mayores virtudes.


En buena medida, la película es un brillante ejercicio de nostalgia. Tarantino rinde homenaje a Hollywood y a algunos de los géneros que le hicieron amar al cine, como los westerns. Como es tradición en sus películas, la música está muy presente, con innumerables escenas de los protagonistas conduciendo que parecen rodadas sólo para dejar sonar los temas. La película está ambientada en 1969, el año en el que Sharon Tate, mujer de Roman Polansky, fue asesinada por varios seguidores de la secta de Charles Manson. Con la vida de Sharon Tate (inmensa Margot Robbie) de fondo, y con la maestría acostumbrada de Tarantino para jugar con la intriga y el suspense, a medida que se va acercando la fecha en la que todo ocurrió, los protagonistas reales de la película son Rick Dalton, una estrella venida a menos a quien interpreta Leonardo Di Caprio, y su doble, Cliff Booth, a quien da vida Brad Pitt en uno de los mejores papeles de su carrera. 

La relación entre ambos articula la historia. La suya es una relación de amistad que va mucho más allá de lo profesional. Cliff es el doble de Rick en las escenas de acción, pero es mucho más que eso. Le lleva en coche a todas partes, se encarga de sus asuntos domésticos, le da ánimos cuando se desanima por el declive de su carrera. Ambos son los pilares de la película, por su excelencia interpretativa, potenciada aquí por un guión efectivo que funciona a la perfección. La cinta, decíamos, es un ejercicio de nostalgia y, como tal, un homenaje al cine. A la película tampoco le falta algún que otro guiño a trabajos anteriores del director. 

No creo que Érase una vez en... Hollywood sea una obra maestra, ni tampoco creo que eso demasiado importante. Cada vez las críticas, y todo en general en la sociedad, están más polarizadas, como si sólo se hicieran dos tipos de películas: las infumables y las obras maestra. Por definición, hay pocas obras maestras. Algunos de los trabajos anteriores de Tarantino lo son. Esta última película, la novena de su filmografía, no, o al menos yo no la catalogaría así. Pero sí es una cinta llena de méritos, muy entretenida. Es, de hecho, puro entretenimiento, puro cine. Es una fiel representación de la forma que tiene Tarantino de entender el cine, que no va de reflexionar, sino de despertar emociones fuertes. Hay, eso sí, escenas y diálogos llenos de sensibilidad, a pesar de todo, aunque no faltan las escenas de violencia marca de la casa, por supuesto. 

Hay quizá menos diálogos largos, verborreicos y brillantes que en anteriores películas del director, pero la cinta sigue teniendo los sellos de identidad de este cineasta que dijo que dejará de rodar cuando llegue a su décima película, lo que significaría que esta última cinta sería la penúltima de su filmografía. El tiempo dirá. De momento, podemos seguir disfrutando de su talento con esta película en la que Tarantino sigue haciendo del cine un espectáculo hipnótico.  

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