Sauvage

Hay una escena de Sauvage en la que su protagonista, Léo, un joven de 22 años que vive de vender su cuerpo en las calles de París, en la que éste es atendido por una médica. Tiene problemas de salud derivados del consumo de toda clase de sustancias, de su mala alimentación, su falta de sueño, enfermedades varias no diagnosticadas y un modelo de vida tan salvaje como indica el título del filme. Cuando la doctora está reconocimiento al joven, Léo le da un abrazo. Ese instante, sin palabras, de apenas unos segundos, describe a la perfección la falta de cariño del protagonista de la película, el motor real de la historia, la razón de su existencia, amar y sentirse amado. Pero, a la vez, en esa misma consulta médica, cuando la doctora le dice que podrían plantear un tratamiento para dejar atrás las drogas y la vida que lleva, Léo le pregunta, muy serio, casi desconcertado, "¿y por qué iba a querer cambiar?". Y ahí reside también la irresoluble contradicción que habita en Leó, entre la necesidad de sentirse querido y un instinto autodestructivo. 


La película, que es la opera prima de Camille Vidal-Naquet, juega fuerte, no hace concesiones. Hay escenas sexuales muy explícitas, las propias del trabajo de Léo. No se esconde nada, todo se muestra, desde el minuto uno. Pero, a la vez, la película es de una sensibilidad exquisita. El protagonista del filme se enfrenta a sus contradicciones y el propio filme es una contradicción en sí mismo. Léo es el joven sensible enamorado de otro chico que también vende su cuerpo, con quien vive a ratos, con quien mantiene una relación que cada uno de los dos ve de una manera distinta. Pero Léo también es el joven que duerme al raso a menudo, que se alimenta de robar una manzana en una frutería. Y el que persigue durante todo el filme algo con lo que, quizá, no sepa lidiar. Es el que siente un inmenso vacío a ratos, pero también el que besa a sus clientes. Es quien camina sensual y libre por la calle, pero también quien necesita que le den amor. 

La película, dura, difícil de ver en ocasiones, capta a la perfección todas esas contradicciones, esa complejidad del comportamiento de Léo. Leí unas declaraciones del director del filme en las que decía que no sabía si la prostitución era buena o no, sólo sabía que existía. Y, en efecto, Sauvage está rodado desde esa posición, sin ánimo de juzgar, sin ocultar absolutamente nada, sin esconder lo doloroso y traumático de este empleo, pero también sin paternalismos baratos. Léo, ingobernable, salvaje, libérrimo, no se cuestiona en realidad si quiere seguir o no con esa vida. Él sólo avanza, camina, sigue adelante. A veces no entendemos su comportamiento, como probablemente tampoco él se entienda a sí mismo. 

La interpretación de Félix Maritaud, que da vida a Léo, es extraordinaria. Llena de verdad y naturalidad al personaje. Da vida con convicción a la revolución emocional que siente. Muestra su fragilidad, sus anhelos, sus instintos. En una película tan centrada en un personaje, que además es muy complejo, que tiene muchas aristas, el talento interpretativo de quien se mete en la piel del protagonista es clave. Y en esta cinta Maritaud cumple con nota su difícil misión. Sentimos angustia por él. De su mano sentimos también el deseo, el amor, el miedo. Hacía tiempo que no deseaba tan fuerte en una sala de cine (por cierto, la número 5 de los Renoir Plaza de España, que sigue sin fallarme) que una historia terminara bien y, a la vez, que no tenía tantas dudas sobre qué significa exactamente terminar bien para su protagonista, dada la contradictoria y salvaje, salvajemente humana, personalidad del personaje. Sauvage es cine atrevido, poderoso, cautivador, angustioso, duro, sensible, emotivo, oscuro y luminoso por momentos, todo a la vez; pero, sobre todo, es cine maduro, del que da un golpe seco al espectador, del que lo remueve con fuerza y lo deja noqueado un buen rato. Es cine, en fin, que vale mucho la pena. 

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