La reconquista

"¿Sabrán repetir después las palabras que se dicen los amantes, y ponerlas en los labios como nunca dichas antes?" Esta hermosa estrofa de Todos somos principiantes, de Rafael Berrio, uno de los temas que sirven de hilo conductor de La reconquista, el cuarto largometraje de Jonás Trueba, es una de las muchas perlas que regala la cinta. Tan bella, tan lúcida, tan melancólica, tan cierta. "Que un día fui portador de ese fuego y visité estos mismos reservados, donde amé y a veces fue amado", continúa el tema, que concluye con tino que "nadie sabe nada de su propio amor". Y en esa confusión sobre los sentimientos propios nada, con ternura y sensibilidad, esta película, estrenada la semana pasada en la que su autor vuelve a dejar claro que tiene una voz propia y una concepción del cine reposada, discursiva, inteligente y reflexiva que siempre es bienvenida. 

En un mundo en el que no se escriben cartas y en el que una película que no tenga el respaldo de uno de los dos grandes grupos televisivos está casi condenada a la clandestinidad, La reconquista es un rara avis. Desmoraliza ver que la cinta se estrenó sólo en una docena de salas en España, apenas cuatro en Madrid. El cine no va de cifras ni taquillazos, sino de emociones. Pero nos perderíamos muchos trabajos de valor si nos quedamos sólo con las comedias sobre tópicos regionales o las historias con presupuestos desorbitantes y aparatosos efectos especiales. 


Ya no se escriben cartas de amor (ni de ninguna otra cosa). Pero antes, sí. Y es una carta del pasado la que guía el reencuentro de Manuela (Itsao Arana) y Olmo (Francesco Carril). Una carta que les trae al recuerdo su yo de entonces, con 15 años, la certeza inapelable del primer amor, la contundencia de ese sentimiento vivido por vez primera. "Hay algo que sabemos y que no saben los mayores, ni siquiera nosotros cuando seamos mayores", atruenan esas palabras escritas en el pasado sobre la vida de los dos protagonistas, cuando duplican la edad de entonces y son treinteañeros que se alejaron, pero siguen sintiendo algo especial al encontrarse, al sonreírse, al escuchar juntos un tema que lo significó todo para ellos. 

Es una cinta melancólica, pero no triste. Rememora un pasado en el que los sentimientos se plasmaban en cartas manuscritas y no en pantallas. Pero la cinta no habla sólo de amor. Habla del paso del tiempo, de cómo nos transforma. De la fidelidad a uno mismo. De la trascendencia de las palabras, ninguna es inocente, todas importan, incluso asustan. Hasta que algo no se escribe o no se menciona es como si no existiera del todo. Por eso impacta tanto a los dos personajes esa carta del pasado. Es una historia sencilla, una forma de entender el cine diferente, tierna, necesaria. Una de esas películas de las que se habla al salir de las salas, de las que siguen mucho tiempo en la mente del espectador. 

Hay varias escenas mágicas en el filme que lo justifican por sí solas. Jonás Trueba mantiene su tono, su estilo delicado y sensible de sus anteriores trabajos, plagado de referencias cultas sin resultar pedante, con diálogos cargados de sentimiento. Un instante prodigioso, en un local de noche, cuando suena una canción que cuenta en parte su propia historia. Tragan saliva. Comparten unas castañas asadas y recuerdan el pasado, quizá, como reza la canción, sin saber nada de su propio amor Esa escena recuerda a otra de Antes del amanecer, de Richard Linklater, en la que basta una melodía para despertar emociones en la pareja protagonista. O aquella otra escena cuando, de niños, en verano, se escribían en el cuaderno del colegio declaraciones de amor eterno.

Una carta, esa carta del pasado que remueve a los dos protagonistas, es el centro de la historia. Unas palabras que pesan. Y la mirada condescendiente a nuestro propio pasado. "No lo leas así, ese no es es el tono", le reprocha ella a él. Y no lo era. Se escribía desde una mirada determinada, desde un lugar concreto. Igual que plasma esta historia, su forma de ver la vida, desde su posición actual el director. Esta cinta vuelve a tener un sello muy personal que va de la mano del propio autor, que antes ya plasmó el amor y el desengaño en Los ilusos, Todas las canciones hablan de mí, y Los exiliados románticos. Aunque esta cinta está más hecha, más pulida, más estructurada. Es un director en la treintena, que ha vivido esa adolescencia de cartas manuscritas y noches colgado al teléfono, hablando con susurros. Tiene mucho de generacional su cine. Habla desde ahí. Y llega al espectador por esa autenticidad. 

Hay algo en la historia de reivindicación de la pureza de ese amor adolescente, y en eso recuerda al tema 6 Caricias, de Andrés Suárez, que es un canto a ese primer amor, "la pureza de dos cuerpos sin medida (...) y que no os cuenten cómo funciona la vida". El paso del tiempo nos da experiencia y conocimiento, sí, pero sobre todo nos aporta incertidumbres, nos despoja de certezas. Nada que ver con esa seguridad absoluta del amor adolescente. A la vez, es una historia vitalista. Deja un final abierto, apela a las emociones del espectador, le lleva a mirar sin ironía, con el tono adecuado, su pasado, sus escritos, sus vivencias, allí a donde le ha llevado el destino. Y es muy sugerente esa idea de que haya algo que de adolescentes uno sepa que, cuando es mayor, ni siquiera él sabrá, se habrá diluido con los años, se habrá ido perdiendo. 

Las interpretaciones de Itsao Arana y Franceso Carril cumplen con nota, igual que Candela Recio y Pablo Hoyos, que da vida a los mismos personajes en el pasado. Aparece poco en pantalla, pero suficiente para brindar un trabajo excepcional, como siempre, Aura Garrido, quien en la cinta es Clara, la novia de Olmo. Los diálogos están cuidados y la música es de nuevo vital, esta vez con temas de Rafael Berrio. Si es imposible terminar de ver Los exiliados románticos sin escuchar en bucle las canciones de Tulsa, sospecho que con esta cinta y los temas de Berrio ocurrirá lo mismo. No es casual que la primera cinta de Trueba se llamará Todas las canciones hablan de mí. El último trabajo de Jonás Trueba es una cinta, en fin, delicada y sensible. Más que una historia de amor, una historia del tiempo, de la fidelidad a uno mismo, de las palabras, del miedo que da el amor intenso, de los sentimientos que perduran. Sí, de la vida. 

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