Postales del 2022

Estos últimos días he hablado de varios de los mejores momentos que he vivido este año, que son aquellos que he pasado en la compañía de un buen libro, una buena película o disfrutando de una obra de teatro. Para completar lo mejor del año quedan los viajes, en los que siempre estamos dispuestos a dejarnos sorprender, en los que vivimos de un modo más intenso, más abiertos a los deslumbramientos, las aventuras y los instantes apasionantes que, sin saberlo entonces, terminarán perdurando en la memoria. Así que no encuentro mejor forma de despedir el 2022 en el blog que con estas postales del año. Allá van. 


En marzo descubrí La Gomera y fue un auténtico descubrimiento, un flechazo. Me gustó todo, desde el viaje en ferry para llegar a ella, que tiene mucho encanto, hasta su gastronomía, pasando por sus paisajes, su historia (con referencias a Cristóbal Colón por todas partes), su tranquilidad y, por supuesto, el impresionante parque de Garajonay, que parece algo así como un bosque encantado y que conserva un tipo de vegetación propia del terciario que prácticamente ha desaparecido de Europa. Un lugar increíble al que volver pronto. 

Pocas cosas eché tanto de menos durante la pesadilla del Covid-19 que viajar a Barcelona para disfrutar de Sant Jordi, la fiesta del libro y la rosa, el mejor día del año. Este pasado 23 de abril, por fin, Sant Jordi regresó en todo su esplendor, sin restricciones. Volvió a ser un día único. Ya la víspera, con todas las librerías engalanadas y preparadas para la fiesta del día siguiente, fue maravillosa. Pude conocer la librería Finestres, que tenía pendiente desde hacía mucho y me encantó. El día de Sant Jordi amaneció con un cielo amenazante y, aunque parecía que nos íbamos a librar de la lluvia, ésta terminó llegando, incluso con granizo, lo que fue una contrariedad, claro, pero no deslució la magia y el encanto de una jornada espléndida en la que una ciudad entera se echa a las calles para celebrar con libros y rosas lo mejor de la vida, la literatura y el amor. Ya queda menos, concretamente 112 días, para el próximo día de Sant Jordi, que espero vivir, claro, en Barcelona. 


También la Feria del Libro de Madrid recuperó este año la normalidad después de ser suspendida en 2020 y de estar muy condicionada por las restricciones sanitarias de la pandemia en 2021. Este año en la Feria, esa región literaria que, sin existir en lo que llamamos realidad, existe con más intensidad que cualquier ciudad o región verdadera, se respiraba una energía especial. La alegría del reencuentro, de poder volver a charlar con los libreros, a dejarse sorprender, a vernos las caras. La postal que recupero para recordar la Feria de este año es la grabación del programa de La Culturera, de Onda Cero, que pude disfrutar en directo. Fue muy divertido, una tarde fantástica. 

Este año he conocido Zúrich. No había visitado Suiza hasta ahora y su capital me encantó. No tuve mucho tiempo para hacer turismo, pero sí el suficiente para poder pasear la parte antigua de la ciudad, la que tiene más encanto, y hasta para bañarme en su río. Es una de esas ciudades europeas que transpiran calidad de vida en cada rincón. Tan cara como dicen, es verdad, pero realmente encantadora, rodeada de naturaleza, con edificios bajos y mucha vida. 


Recién aterrizado de Zúrich, casi con el tiempo justo para dejar la maleta en casa, me fui hacia el Wanda Metropolitano. La cita era importante, para no perdérsela por nada del mundo: concierto de Vetusta Morla. Una vez más, la banda no decepcionó. Fue el propio Pucho, cantante del grupo, el que describió lo de esa noche como un ritual. No le vamos a llevar la contraria. Propia de un ritual fue la energía que trasladó la banda al presentar los temas de su nuevo disco y al recuperar muchas de las canciones de sus anteriores trabajos. Junto a los seis componentes del grupo estuvieron también en el escenario las pandereteiras de Aliboria y los músicos tradicionales palentinos defensores del folclore de El Naán. Su interpretación de Finesterre es de las que no se olvidan. 

A Coruña ha entrado con fuerza en mi cartografía sentimental y ahí seguirá instalada para siempre. La ciudad gallega cuenta con tantas virtudes que uno se imagina viviendo en ella, paseando por sus calles. Cuando el tiempo sonríe con un día soleado, la jornada de playa en Riazor u Orzán es fantástica, pero no lo es menos si amanece nublado o con lluvia, porque la ciudad cuenta con multitud de planes, desde una ruta por la Torre de Hércules hasta sus muchos museos, pasando por el Aquarium o la parte antigua, la Marina... Tantos y tantos lugares encantadores. Y qué decir de su gastronomía. A Coruña siempre es una buena idea y la escapada a Santiago de Compostela desde allí es obligada. Galicia calidade. 


No he ido a muchos conciertos este año, pero menudos conciertos he disfrutado. En julio volví a disfrutar del enérgico y vitalista directo de Zaz tres años después de su última vez en Madrid. Entre medias, la pandemia, que todo lo detuvo y condicionó, que está también muy presente en las poéticas y optimistas letras del último disco de la cantante francesa. Su concierto en el Teatro Real fue apoteosico. Su voz, siempre al borde del abismo, de una sólida fragilidad, perfecta en su imperfección. Sus canciones lenas de lirismo. Los músicos que la acompañaban. El escenario, tan majestuoso, con una iluminación fantástica. Todo resultó deslumbrante, incluido un guiño a España, ya que su madre era profesora de español y de niña le escuchó cantar muchas veces Clavelitos, que interpretó ante un público entregado. 

A un año le falta algo si no viajo a Donosti. Si es más de una vez, mejor. 2022, también en este aspecto, ha estado a la altura. Además de volver a los mismos sitios donde tan feliz he sido, de pasear por los mismos rincones y descubrir otros, de gozar con los pintxos y la gastronomía, de quedarme prendado largos ratos frente a la Concha, además de todo eso, digo, este año pude ver en vivo la Clásica de San Sebastián, una de las carreras de un día más bellas y emocionantes del calendario. Ciclismo y Donosti juntas. ¿Qué más puedo pedir? El día anterior vi la presentación de los equipos y el día de la carrera, que amaneció con algo de txirimiri, pero que luego abrió, asistí a la salida y a la llegada, en la que se exhibió Remco Evenepoel. Además, fue mi reencuentro con las carreras ciclistas, ya que llevaba dos años sin asistir por las restricciones de la pandemia, así que fue un día realmente especial. 

Viajar a Mérida en verano se ha convertido en una bendita tradición a la que no pienso renunciar y que sólo tuve que dejar de lado, como tantas otras cosas, por la pandemia. Llevo ya muchos años asistiendo cada verano a su Festival de Teatro Clásico y la emoción que siento cada vez que entró en el imponente teatro romano de la ciudad emeritense para ver una obra sigue siendo igual de intensa que el primer día. Es algo difícil de describir, el sueño de una noche de verano. Esta vez la obra, muy filosófica y con mucha hondura, fue La tumba de Antígona, de María Zambrano. Además del teatro, que es el centro de gravedad de la ciudad, Mérida tiene mil y un encantos como el templo de Diana, en la postal de arriba. Volveremos. 


Durante los peores momentos de la pandemia vi casi de forma compulsiva documentales sobre París. No se podía viajar ni era sencillo saber cuándo podríamos volver a hacerlo, pero ver imágenes de la capital francesa era una forma de albergar esperanzas, de convencerse de que, antes o después, volvería la normalidad. El reencuentro con París ha sido otro de los momentos que más he disfrutado este año. Lo conté en el blog en tres artículos, uno dedicado a todo lo que de libresco y literario tiene la ciudad de la luz, otro consagrado a algunos de los lugares a los que siempre vuelvo y a otros que desconocía, porque en París siempre descubres algo nuevo, y el último dedicado a Montmartre, ese pueblo indómito y bohemio dentro de París, nunca asimilado del todo. La postal pertenece a uno de los pocos días del año en los que se permiten competiciones de remo en el Sena, lo que retrasó un poco el crucero por el río y el Canal Saint Martin que tuvimos esa mañana. 

Le debo a mi pasión por el Tour de Francia las ganas de conocer muchos lugares de Francia por los que transita con frecuencia la carrera ciclista más importante del mundo. Uno de esos sitios es el Mont Saint-Michel, sin duda, uno de los lugares más asombrosos que he visto en mi vida, y donde tuve la suerte de dormir una noche. Es fascinante la forma en la que la abadía está integrada en la roca, y también lo que tiene de inexpugnable este rincón único, que en cierta forma es un compendio de buena parte de la historia de Francia en los últimos siglos. Uno de esos lugares que hay que visitar al menos una vez en la vida. 


Termino este artículo de las postales del 2022 con una exposición que todavía se puede visitar en el Círculo de Bellas Artes de Madrid hasta febrero y que es muy recomendable para todo aquel que, como yo, creciera fascinado por las aventuras de Tintín. Hergé: The Exhibition muestra la vida de Hergé, el creador del célebre personaje de cómic. Es cierto que pasa un poco de puntillas por los episodios más oscuros de su biografía, como las acusaciones de colaboración con los nazis o el tono colonialista de alguno de sus libros, pero la exposición vale mucho la pena. 

Ojalá el 2023 nos traiga más exposiciones, libros, series, películas, obras de teatro, conciertos, danza, viajes, postales y momentos maravillosos en compañía de nuestra gente. En definitiva, más vida. Aquí seguiremos contándolo. 

¡Feliz 2023!

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