La Feria del Libro de Madrid no existe. O, mejor dicho, existe igual que Macondo, Región, Comala, Camelot o Liliputh. Durante tres semanas, la Feria compone una geografía de ficción que no sale en los mapas (no aparece en Google Maps la ubicación de las casetas), pero no por ello deja de ser real, intensamente real. Tiene su propia mapa la Feria, con la ubicación de los puestos y sus distintos espacios, pero es más como esos mapas de lugares de ficción de las novelas, por supuesto, tan reales o más que los lugares existentes en eso que llamamos vida real. Durante estas tres últimas semanas, el Paseo de Coches del Retiro no ha sido el Paseo de Fernán Núñez, sino el epicentro de esa ciudad de ficción y, por tanto, completamente real, que es la Feria cada año.
Igual que cuando uno cierra un libro no deja de existir el mundo de ficción de esas páginas, que de hecho le resulta al lector más auténtico que la gente que viaja a su lado en el autobús o que el vecino de enfrente, cuando a partir de esta noche o de mañana se empiecen a desmontar las casetas de esta ciudad efímera, de este mundo de ficción tan real como es la Feria, no desparecerá lo vivido allí, bajo los árboles del Retiro. Durante el resto del año no habrá en ese lugar casetas ni pabellones que acojan debates o presentaciones, no habrá firmas de libros por partes de los autores, pero no diremos que fue un sueño, seguiremos sintiendo este escenario de ficción, esta ciudad fantástica de la Feria, como algo más grande y real que la propia vida.
La Feria, que volvió el año pasado tras el parón obligado por la pandemia, ha vuelto de verdad este 2022 a lo que era antes. Sin restricciones de aforo, con más sensación de libertad, con más ganas de vivir la vida intensamente, con más sorpresas a la vuelta de la esquina. En las casetas de las librerías y las editoriales se veían caras felices, satisfacción por haber vuelto a la Feria de siempre y por la gran afluencia de público. Un año más, ha sido impresionante la cantidad de gente que ha acudido estas tres últimas semanas a esa ciudad de papel. Sabemos que vivimos en un país donde no se lee demasiado, pero es imposible no sentir esperanza al ver a tantas personas reunidas en torno a una fiesta que celebra el libro, en toda su extensión. No digamos ya al ver tan llenas de pequeños lectores las casetas de literatura infantil. Ver a la niñas y los niños hojear tebeos y cuentos es cada año una de las mejores y más ilusionantes estampas de la Feria. Pero hay más. Muchas más.
Almudena Grandes, que tanto disfrutó de la Feria, recibió ayer un homenaje precioso por parte de sus lectores. Uno de los muchos aciertos este año de la organización de la Feria, de la que es directora Eva Orúe, ha sido el formato de este homenaje a la autora madriñeña. No fue una conferencia ni un debate o una presentación con autores o estudiosos de la obra de Grandes, sino un homenaje popular, una invitación a sus lectores, que éramos, somos, legión, a leer algún pasaje de su obra, el que cada cual prefiriera. Fue muy emocionante.
Por cierto, este año la Feria ha eliminado la megafonía y hasta que no la han quitado no me he dado cuenta de lo poco que la echo de menos, de lo acertado de la decisión. Este año también he notado una presencia mayor de la Feria en las redes sociales y en YouTube, donde se pueden encontrar todas las presentaciones y conferencias que se han celebrado estas tres semanas. Hay para todos los gustos. Son muchos los puntos fuertes de esta bendita locura que es la Feria y uno no menor es su impulso para que se hable de literatura en los medios de comunicación. Gracias a la Feria, estos días hemos encontrado más noticias que nunca sobre libros en los medios. La Feria trasciende a esa sucesión de puestos en los que perderse y comprar siempre muchos libros, aunque siempre también menos de los que uno querría llevarse. La Feria es también ese catalizador de debates sobre toda clase de cuestiones. Los libros lo contienen todo, ensayo, novela, poesía, teatro, reflexiones sobre el mundo que nos rodea y también nuevos mundos de fantasía. Ha sido estupendo ver, escuchar y leer tantas noticias, entrevistas y debates propiciados por la Feria, cuya organización puede estar muy satisfecha por la repercusión en los medios de sus distintas actividades.
Paseando por la Feria uno tiene la misma sensación que cuando visita un gran museo como el Prado o el Louvre: fascinación por todo lo que te rodea y también en cierta forma una sensación de verse abrumado, consciente de todo lo que uno desconoce, de la cantidad de libros que no llegará a leer, de la inmensa oferta con la que cuenta. Así que conviene rebajar un poco las expectativas, porque siempre se escapará algo, y es normal, así funciona la vida, por lo que vale más la pena celebrar los encuentros o descubrimientos. Lo mejor de la Feria es acercarse a las casetas de editoriales independientes, poco conocidas, y charlar con sus responsables, que te hablan con pasión de lo mejor de su catálogo. También, claro, visitar las casetas de las librerías, tan esenciales. Esas conversaciones sobre libros, que terminan siendo conversaciones sobre la vida, son lo más valioso de la Feria.
Un año más en la Feria tienen cabida todo tipo de obras y de autores. Y, un año más, pienso que está bien que así sea. No podría ser de otro modo. Hay escritores jóvenes que se han dado a conocer en Internet que atraen auténticas multitudes y cuyo nombre desconozco. Hay autores televisivos. Hay un poco de todo. Y no me parece mal. Precisamente gracias a esa variedad de temas y de casetas todo el mundo podrá encontrar lo que desea. Hay librerías especializadas en música, en ajedrez, en literatura náutica, en religión, en política, en literatura y ensayos LGTBI (obligada siempre la visita a Berkana). Hay grandes gigantes editoriales con espacio como de seis o siete casetas y también otras chiquitas y mucho más artesanales que se estrenan este año en la Feria. Todos conviviendo al lado, lo cual es también una hermosa lección en tiempos de tanto odio, confrontación y polarización. La Feria es un compendio de todo lo que está bien en esta sociedad, de todo por lo que sigue valiendo la pena luchar. En unas horas se recogerán las casetas, pero quedará en el recuerdo esta ciudad de ficción, este mundo tan real más allá de los mapas como Macondo o Comala que es la Feria del Libro de Madrid.
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