La tumba de Antígona


La 68 edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida echa esta noche el telón con la última representación de La tumba de Antígona. Anoche pude disfrutar de esta obra y aún sigo conmovido. Impresiona la mirada filosófica de María Zambrano sobre la historia de la hija de Edipo y Yocasta, y hermana de Ismene, Eteocles y Polinices, que es condenada por el rey tibetano Creonte a ser enterrada viva en una tumba, después de que Antígona desobedeciera la ley y diera sepultura a Polinices, pese a ser considerado un traidor a la ciudad. 


La obra, que es una coproducción del propio Festival junto a la compañía Karlik Danza Teatro, está dirigida por Cristina D. Silveira y protagonizada por Ana García, quien da vida de forma magistral a Antígona, y por el amplio elenco de la compañía. En esta versión del mito, publicada por María Zambrano en 1967, Antígona no se suicida al ser enviada a la tumba, porque no puede quitarse la vida quien no ha vivido. Por el contrario, la protagonista deambula entre el mundo de los vivos y el de los muertos y se encuentra con las personas que ha querido, todas muertas ya: sus padres, sus hermanos, su prometido... Con ellos habla de la vida, de la guerra, del exilio (tema central para Zambrano), de la lucha por el poder, de la rebeldía contra la sinrazón de los tiranos, de la violencia, de cómo hay leyes que no son justas y, sobre todo, del amor, la necesidad imperiosa del amor.

 

Acompañamos a Antígona en su lúcido delirio. La obra, excelsa, se convierte en un tratado filosófico y literario sobre la condición humana. El texto es exquisito, de una profundidad poco habitual. Mientras Antígona recuerda su infancia o la vida junto a su familia, desde abajo, descalza sobre la arena negra en su tumba; arriba, en el imponente escenario del teatro romano emeritense, se representan escenas de su pasado, en buena medida, con coreografías que le dan corporeidad y belleza a esas reflexiones y memorias de la protagonista. 


Ana García mantiene con una intensidad y una excelencia interpretativa fuera de lo normal el pulso y el ritmo de esta obra que debe de resultar extenuante y de una enorme exigencia para cualquier intérprete. No da respiro ni tregua la obra. No es una obra fácil, en absoluto. Pero merece la pena dejarse envolver por el peso de la palabra, su poder transformado, casi mágico, en una noche de verano bajo las estrellas en Mérida. El teatro, en esencia y en origen, es eso, el templo de la palabra, y anoche lo fue más que nunca.


De un tiempo a esta parte, el Festival de Mérida programa con frecuencia obras con rostros populares, con especial presencial de comedias, musicales y adaptaciones muy libres de obras clásicas. No hay ningún problema en ello, porque eso atrae sin duda al público y porque la constante renovación de los clásicos, las nuevas miradas sobre ellos, demuestran su extraordinaria vigencia. He disfrutado mucho obras de este tipo en los últimos años en el teatro emeritense y estoy seguro de que volveré a hacerlo en próximas ediciones del Festival. Pero está muy bien que también se representen obras más fieles al original, apoyadas sobre todo en el poder del texto y de la historia contada. Obras como La tumba de Antígona, tan soberbia, tan arrolladora, tan reflexiva e intensa. Antígona defiende el amor, una y otra vez (“si sólo existiera amor, no habría que pensar”), contra las luchas por el poder. Cuenta que su historia, como todas las historias, está llena de sangre. Canta a los errantes, a quienes a lo largo de los siglos han tenido que salir al exilio, como la propia María Zambrano tuvo que hacer, razón por la cual la historia de Antígona conectó con ella de una forma especial como se plasma en esta excelente obra. Antígona reniega de las guerras y de la violencia en pasajes que resuenan con especial contundencia y significado en estos tiempos de guerra y muerte en Ucrania. También reclama la infrecuente capacidad del hombre de escuchar a los otros, una virtud muy poco común. Y pide que dejemos a la tierra tranquila, sin enviarle tanta sangre y tantos muertos injustos por culpa de las guerras y los duelos de los seres humanos. 


Además de Ana García, destaca en el reparto Aolani Shirin, que acompaña con su violín toda la obra y ofrece algunos de los momentos más memorables de la noche. También engrandecen aún más la palabra de María Zambrano por boca de Antígona en esta extraordinaria obra la composición musical de Álvaro Rodríguez Barroso, la escenografía de Amaya Cortaire, el vestuario de Marta Alonso Álvarez, la caracterización de Javier Herrera, las videografías de Félix Méndez y Alex Carot, las coreografías de Cristina D. Silveira y la iluminación, formidable, de Fran Cordero. Una obra memorable. 

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