Reencuentro con París (yIII)

 

Los alicientes de París son innumerables y en mi viaje de reencuentro con la ciudad he descubierto lugares que no conocía y que pasan a engrosar la lista de sitios a los que volver cuando regrese, lo antes posible, a la ciudad. Es maravilloso sentir que París es inagotable y que está además en constante transformación, por lo que siempre habrá algo nuevo que admirar. Eso está genial, sí, pero ya hemos dicho que en París importa tanto la realidad objetiva como la imagen que de ella tenemos, tanto lo que vemos y sentimos al visitarla como sus resonancias históricas, sus leyendas y los ecos del pasado. Y si en algún lugar se hace especialmente evidente eso es en Montmartre, que sigue siendo mi lugar preferido de París, y al que le dedico este último artículo de la serie del reencuentro con París. 
Montmartre es especial porque es una ciudad dentro de París. Por su historia, escenario de la Comuna en la Revolución Francesa. Porque fue el lugar en el que buscaron la gloria pintores como Picasso, Modigliani, Van Gogh, Matisse, Renoir, Degas, Touluse-Lautrec y tantos otros. Por su espíritu rebelde, provocador y contestatario en cabarets como Le Chat Noir o el Moulin Rouge. Por La Bohème, esa canción melancólica y preciosa de Charles Aznavour sobre el barrio y su pasado como hogar de artistas geniales y pobres. Por la belleza de la basílica del Sacre Coeur, que sobrecoge. 

Por la Place du Tertre, donde las terrazas de los restaurantes ocupan demasiado espacio, pero donde todavía hay un buen número de pintores que ofrecen retratos a los paseantes. Por el cementerio de Montmartre. Por sus viñas. Por seguir siendo, de algún modo, un pueblo dentro de París, sin terminar de asimilarse del todo. Por los teatros, los cafés, las plazas. Por tantas y tantas razones, Montmartre es único, sigue siendo el barrio con más personalidad de París y ni siquiera la avalancha de turistas lo impide. Pasear por Montmartre sigue siendo un placer, uno de los mejores regalos que París puede ofrecernos. 


Había visitado ya el Espacio Dalí, el museo dedicado al genial artista catalán en Montmartre, pero no conocía aún el Museo de Montmartre. Es muy recomendable. Situado en la casa donde vivió el pintor Maurice Utrillo, es un museo chiquito pero muy valioso, porque en él se relata la historia del barrio, se habla de la gran presencia de pintores en el siglo pasado y también se encuentran distintas obras de varios de esos artistas que engrandecieron la leyenda de Montmartre, como el propio Utrillo o como Suzanne Valadon, madre de Maurice Utrillo, cuya vida fue fascinante y que es la protagonista de un vídeo con el que se da la bienvenida al visitante en el museo. Los jardines Renoir, dentro del museo, donde también hay una cafetería y una terraza, son otro de los muchos alicientes de este pequeño pero encantador recinto, que presenta igualmente exposiciones temporales. La que vimos fue de Charles Camoin, que me encantó. 

La historia de Camoin es, en cierta forma, la de muchos de los pintores de su época. Nacido en Marsella en 1879, viaja a París para formarse como pintor y allí conoce a Henri Matisse. Junto a él y a otros amigos artistas fundan el fauvismo, movimiento pictórico que alude a un uso salvaje o con fiereza del color en sus obras. El nombre del movimiento procede de la expresión "les fauves", las fieras. Igual que Matisse, viajó a África, al Magreb, una experiencia que le marcó. Pasado el tiempo, la obra de Camoin termina siendo algo más convencional y menos radical que la de sus compañeros de movimiento. El cuadro de su esposa frente al mar (aquí al lado) es de esos que te quedarías mirando horas. Impresionante. 

Espero volver pronto a París y, naturalmente, en ese viaje una mañana, una tarde, una noche o un día entero estarán reservados, sí o sí, a Montmartre. À bientôt! 

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