Sant Jordi deslumbra contra viento y marea



Una de las grandes virtudes de la literatura es la suspensión de la realidad a la que nos conduce. Cuando estamos inmersos en las páginas de un buen libro, eso que llamamos la realidad se difumina y pasa a un segundo plano. Importa mucho más la historia escrita que lo que nos rodea, no son menos reales los personajes de ficción que las personas de carne y hueso, a las que con frecuencia miramos con cierta confusión cuando algo interrumpe nuestra lectura. Con Sant Jordi ocurre lo mismo, nos lleva a suspender la realidad, es una burbuja que durante 24 horas nos hace olvidarnos de todo. Tan obnubilados andábamos esta mañana algunos que casi no terminábamos de entender qué era aquello que empezó a caer del cielo de forma estruendosa a eso de la una menos diez. Granizó entonces con mucha fuerza y volvió a hacerlo a las dos y media. Volvió a llover también por la tarde, pero si Sant Jordi venció al dragón, cómo no iba a vencer al mal tiempo. 


Ni la lluvia ni el granizo han trastornado demasiado la gran fiesta del libro y la rosa. Lo recordaremos como una anécdota. Alguno hasta hemos aprendido cómo sí dice granizo en catalán: “calamarsa”.  Eso sí, lamentablemente, la lluvia y el viento causaron daños en algunos puestos, incluso con algún herido leve. Además, la lluvia echó a perder varios ejemplares, una auténtica pena




Rosa Montero ha contado a TVE que al vivir este año el encuentro con los lectores sentía que estaba cerrando de verdad la pandemia. El maldito Covid no se ha ido, pero gracias a la alta cobertura de vacunación y a la amplia inmunidad colectiva alcanzada entramos en una fase distinta de la pandemia, en la que, efectivamente, sentimos que la vida de antes al fin regresa. Hoy Sant Jordi ha sido como siempre, tan espectacular, emocionante, hermoso e inspirador como antes de esta pesadilla pandémica. Hoy sólo dejamos de mirar a los libros, a las rosas, a los programas de radio y televisión en la calle y a tanta gente feliz alrededor para mirar de vez en cuando al cielo. Y, desde luego, fueron las de siempre la alegría colectiva y el asombro de cada año por semejante celebración cívica del amor y la literatura. Todo alrededor es perfecto. Las parejas que se intercambian libros y rosas, los niños ilusionados con su tebeo o la nueva lectura, los puestos de rosas de todos los colores, los libros de una gran multitud de géneros y de diversos idiomas. Incluso sentarse un rato simplemente a ver a la gente pasar es un puro espectáculo este día. Cuánto entusiasmo, cuánta ilusión, cuánta vida.  




Todo en Sant Jordi es mágico e inigualable. Gran parte de su encanto es que todo ocurre en 24 horas, así que hay que disfrutar cada minuto. No puede ser de otra forma. Hay mil y un planes, mil y unas tentaciones a cada paso y uno siempre tiene la sensación de poder estar perdiéndose algo, porque es imposible llegar a todo, pero también de vivir momentos únicos. Guiños, miradas, pequeñas anécdotas, fragmentos de conversaciones escuchadas al azar, besos y sonrisas,  muchas sonrisas. El día es especial ya desde muy pronto, cuando empiezan a montarse los primeros puestos. También cuando se preparan los programas de radio en la calle. El más madrugador en Plaza Catalunya fue No es un día cualquiera, con Carles Mesa, que nos regaló un muy buen rato. Pero también, entre otros medios, la Ser, Catalunya Radio y TV3 han vuelto a salir a las calles para transmitir por televisión el encanto único del mejor día del año. 


En ese primer paseo del día también encontré a personas que a las ocho en punto de la mañana (desconozco desde cuándo estarían allí) eran las primeras de una cola para la firma de su autor preferido en los puestos de la Fnac en Plaza Catalunya. Las largas colas para las firmas han vuelto a ser protagonistas de Sant Jordi. Y, de nuevo, los que más masas han atraído han sido youtubers o autores televisivos. Como cada año, toca celebrar la variedad absoluta de esta fiesta. Aquí entra todo el mundo, todo tipo de autores y de lectores son bienvenidos. Entre quienes más público ha arrastrado hoy se encuentra el youtuber Yo soy Plex, al que no conocía, pero que provocó un auténtico delirio entre un muy numeroso grupo de chavales y chavalas que gritaban con entusiasmo febril. 





Entre la enorme variedad de libros, mucha presencia de Ucrania y Rusia. Libros para entender mejor el mundo loco en el que vivimos, pero también libros para evadirnos y viajar a otros mundos. Ensayos y novelas. Teatro y poesía. Obras nuevas y libros de segunda mano. Todo cabe en Sant Jordi. Por supuesto, también muchos puestos de libros infantiles y juveniles, esos que se antojan más vitales e ilusionantes, porque son las semillas de los futuros lectores. 


Las primeras estimaciones de los libreros apuntan a que este año se han igualado las cifras de venta de 2019, antes de la pandemia: 1,6 millones de libros vendidos, con una facturación de 22 millones de euros. El autor de ficción en español más vendido ha sido Santiago Posteguillo, mientras que en ensayo ha destacado Ángel Martín. En lengua catalana, Empar Moliner ha sido la autora más vendida en ficción. 





El año pasado no estuve en Sant Jordi, así que no pude comprobar cómo funcionaba aquello de la superilla, la superisla o supermanzana literaria. Creo que es una idea estupenda, que logra su objetivo de descongestionar algo La Rambla y da más espacio a los lectores. Lo que pasa es que Sant Jordi es incontrolable y llena Barcelona entera de gente, por lo que ha resultado inevitable que hubiera algún que otro colapso en esta isla literaria. En todo caso, ya digo, me ha causado muy buena impresión. La isla ha tenido a lo largo de la historia un gran papel en la literatura, como en La isla del tesoro, de Stevenson; Robinson Crusoe, de Defoe o La isla misteriosa, de Verne. Desde hoy, también pensaré en la superisla literaria de Sant Jordi cuando escuche esta palabra. 


Las dimensiones imponen: 140.000 metros cuadrados, todo el perímetro entre la avenida Diagonal y la Gran Via y entre las calles Pau Claris y Balmes (excepto Aragó y València) cortado al tráfico. Un lugar maravilloso. Mientras que el paseo de Gracia quedó reservado para puestos de librerías, editoriales y floristerías, la Rambla de Catalunya quedó reservada para asociaciones de todo tipo, incluidos los distintos partidos políticos. Por los puestos de estos últimos la mayoría de la gente pasa rápido. 





Por cierto, los días previos a Sant Jordi leí en la prensa las quejas de algunas pequeñas editoriales por la decisión del Ayuntamiento de Barcelona de dejar en manos del Gremi de Llibreters de Catalunya, incluido en el de la Cambra del Llibre, el reparto de espacios públicos. Según estas editoriales, el reparto no fue justo. Me recordó a la polémica del año pasado en la Feria del Libro de Madrid. Qué difícil debe ser acertar en algo tan delicado como esto y qué importante es que toda clase de librerías y editoriales tengan su espacio en esta fiesta, en especial, las más pequeñas


La Rambla ha dejado de ser el centro neurálgico de Sant Jordi, por la llegada de la superisla, pero ha vuelto a ser un lugar de paso obligado, con puestos de las librerías de la zona y, por supuesto, también de floristerías. Otros puntos con libros y rosas que me han encantado este año han sido la siempre bella Plaza Reial, la plaza de la Universidad, el paseo de Lluís Companys o el paseo de Sant Joan, una delicia para los amantes del cómic, con Norma atestada de público. Una fiesta. 





Como cada año, nadie tiene ninguna prisa por volver a su casa o irse a cenar. Queremos seguir alargando Sant Jordi hasta el último instante, hasta que cierra la última caseta. Es algo demasiado grandioso lo que ocurre cada 23 de abril en Barcelona como para no resistirse a dejar para más adelante la despedida hasta dentro de un año


Además de los libros, las rosas y la radio en la calle, muchos museos y edificios emblemáticos de Barcelona se engalanan y organizan todo tipo de actividades y una jornada de puertas abiertas por Sant Jordi. Uno de los chubascos que han hecho acto de presencia hoy nos alcanzó justo a la altura de La Virreina, el centro de la imagen en La Rambla. Allí se puede disfrutar de una muy interesante exposición sobre Marguerite Duras, que muestra la vida fascinante de la cineasta, escritora e intelectual comprometida. En una de las salas se pueden leer reflexiones de Duras sobre la creación literaria en español, catalán, francés e inglés. Entre ellas, esta genialidad, perfecta para el Día del Libro: “no sé qué es un libro.  Nadie lo sabe. Pero cuando hay uno, lo sabemos. Y cuando no hay nada, lo sabemos como sabemos que existimos, no muertos todavía”.

 



En el suplemento especial de Sant Jordi que cada año publica Cultura/s, de La Vanguardia, leo un reportaje muy interesante de Xavi Ayén en el que cuenta que este año un grupo de periodistas alemanes y de responsables de la feria del libro de Frankfurt  están visitando Sant Jordi, dado que este año España será el país invitado de aquel evento. En este reportaje, Jürgen Boss, directo de la feria de la ciudad alemana, cuenta que: “ojalá hubiera algo similar en Alemania: unir libros, rosas y amor en una fiesta que sólo dura 24 horas y que saca a todo el mundo a la calle, con la población emocionada. Nadie podría diseñar algo así en un despacho”. Da en el clavo. Porque Sant Jordi tiene algo irrepetible, imposible de diseñar en ningún despacho, porque es una fiesta que va de abajo arriba, que deslumbra por la entrega y la pasión de los ciudadanos. Es pura verdad, una tradición hermosa que no para de crecer, una historia libresca y literaria de esas que cuesta creer de tan bella como es. Es algo increíble, un milagro anual, como le gusta decir a Javier Cercas. Ya queda menos para el Sant Jordi de 2023. Aquí estaremos. 


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