Zaz deslumbra en el Real


Hace tres años, cuando acudí al concierto de Zaz en el Palacio de los Deportes de Madrid, pensé que acabada de asistir a uno de los mejores conciertos de mi vida. Anoche salí del Teatro Real con la misma sensación, aún más intensa, fascinado por la energía descomunal de la cantante francesa, con ganas de celebrar la vida y completamente cautivado por su voz única, siempre al borde del abismo, a punto de romperse, siempre perfecta en su imperfección, sólida en su fragilidad, soberbia. 


Agradeció Zaz al público en un momento del memorable concierto que acudiéramos a la cita con ella tres años después de su último concierto en Madrid. Dónde íbamos a estar. En estos tres años una pandemia ha puesto patas arriba el mundo entero y la cantante francesa se ha casado y ha publicado un nuevo disco, Isa, que en buena medida es hijo de ese tiempo pandémico y para el que la artista se ha rodeado de un nuevo grupo de músicos. Y qué bien suena a su lado. Gracias a una fabulosa puesta en escena, un sonido poderoso, un entusiasmo desbordado desde el primer minuto y un juego de luces propio del recinto privilegiado en el que nos encontrábamos, el recital fue de los que no se olvidan


Comenzó el concierto con Les jours heureux (Los días felices), el primer tema de su nuevo disco, que remite directamente a la pandemia y lo vivido aquellos días de la pandemia (“detrás de nuestra ventana creemos ver el mundo desparecer y los pájaros están ahí, todos los días cantan en voz alta” (...), como tú, yo cruzo los dedos para que el amor encante los días felices, que la vida baile sobre pianos de cola, que enamorados los ángeles concedan nuestros deseos y que la gente se ame un poco como nosotros dos”). Zaz interpretó esa primera canción entre el público. Ya con la banda formada en el escenario, ella apareció de pronto en el pasillo del patio de butacas. Fue un comienzo sensacional que auguraba cerca de dos horas en las que se sucedieron con un rimo frenético todos los temas de su último disco y buena parte de sus mejores canciones de trabajos anteriores. 


La artista, que dijo en un momento del concierto que la música se siente con el cuerpo, no con la cabeza, y que vibraba de emoción y de energía desde el inicio del recital, cantó temas de toda clase de estilos distintos, desde sonidos casi de rock a otros de puro jazz, de canciones intimistas a himnos que pusieron en pie a los espectadores. Siempre impone el Real, pero el ritmo de Zaz, su energía arrolladora, hicieron que el público entrara pronto en calor y bailara cada tema. Podríamos oír a Zaz cantar en cualquier idioma, registro o estilo y la reconoceríamos de inmediato. Así de única es su voz, así de personal es cada una de sus interpretaciones.


Zaz habló al público en francés salvo en dos ocasiones en las que llevaba escrito lo que quería contar en español. También hubo muchos “gracias” y “más fuerte” en una noche mágica en la que, de nuevo, volvió a cambiar la letra de Paris sera toujours Paris para hacer un guiño a Madrid. Uno de los momentos más especiales del concierto fue cuando la cantante recordó que su madre era profesora de español y que un día apareció en clase con una tuna que cantó una canción. “Desde entonces, siempre que escucho esa canción me pongo feliz”. La canción en cuestión era Clavelitos, que coreó el público entregado. 


Las canciones de Zaz hablan de amor, de espiritualidad, de estar conectados con la naturaleza, de valorar lo realmente importante en la vida, de anteponer los sentimientos y las emociones a lo material, tan efímero, tan insustancial. Ese tono vitalista y, por momentos, incluso un tanto utópico se antoja mucho más necesario, casi urgente, después de haber sufrido una pandemia espantosa que nos encerró en casa y que ha costado la vida a millones de personas. De pronto, aprendimos que eso que llamábamos la vida normal no estaba garantizado, no podía darse por hecho. Apreciamos que nuestra relación con el mundo que nos rodea condiciona nuestra vida, que no estamos solos. O, al menos, deberíamos haberlo aprendido. El último disco de Zaz reivindica el valor de lo importante, lo que le da auténtico sentido a la vida, incluso aunque no tenga nombre, como la relación de la cantante con el hijo de su marido, a la que dedica la preciosa Ce que tu es dans ma vie (lo que tú eres en mi vida), en la que le dice: “seré tu hermana, tu aliada, tu amiga, tu pedazo de roca. Lo que somos el uno para el otro, lo que somos el uno para el otro brilla. ¿Y si esto fuera la familia? ¿Y si esto fuéramos nosotros?


Además de las canciones de su última disco no faltaron, por supuesto, sus temas más conocidos, como la siempre emotiva Si jamais j’oublie. Fue tal la comunión con el público que logró la cantante con Je veux, su canción estrella, tal la locura colectiva, con todo el mundo levantado de sus asientos, que por un momento parecía que ése sería el final auténtico del concierto, que no habría bises. Zaz y sus músicos saludaron al público y se retiraron, pero no se hicieron demasiados de rogar para volver al escenario a cantar dos últimas canciones: Le chant des grives, uno de los mejores temas de su último disco, en el que canta a todos aquellos que “hagan lo que hagan, ponen alas en sus zapatos”, y La vie en rose, quizá la canción francesa más conocida en el mundo entero, a la que Zaz le da su toque personal y con la que puso punto final a una noche que no olvidaremos. Se resistía a marcharse del escenario la cantante, igual que nos pasaba a todos entre el público. Ojalá no vuelvan a pasar tres años y podemos volver a dejarnos atrapar por la arrolladora energía de Zaz en directo mucho antes. A bientôt. 

Comentarios