La Gomera


Cuando viajamos, nuestra propia mirada aporta siempre algo paradisiaco e idílico a nuestro destino. Nuestra ilusión y nuestra predisposición a dejarnos sorprender juegan a favor. En cierta forma, con ojos de viajeros, terminamos viendo lo que andábamos buscando, todas las maravillas que esperábamos al salir de casa. Siempre parece más verde la hierba en el jardín del vecino, dicen. Ocurre que a veces no es una sensación y la hierba es más verde, muchísimo más verde, en otra parte lejos de casa. Pongamos que hablo de La Gomera, la isla canaria que pude descubrir hace unos días y de la que volví enamorado. 





He disfrutado mucho de estos días en La Gomera por muchos motivos: su precioso paisaje, su gastronomía, la calma que se respira en la isla, el descanso, la tan necesaria desconexión, la magnífica sensación de reencontrarme con los viajes tras dos años de pandemia... Pero si tuviera que quedarme con una única razón para viajar a La Gomera, con la imagen que me vuelve a la cabeza una y otra vez, sin duda, ésa sería el Parque nacional de Garajonay


Cuando un paisaje nos gusta solemos decir que es de película. O de cuento. Necesitamos buscar metáforas, algo más real que la propia vida, más intenso, más arrebatador. Lo cierto en este caso es que dudo que cualquier película fuera capaz de captar tanta belleza. No lo hacen, desde luego, los móviles ni las cámaras de fotos. Así que, sí, el parque de Garajonay, que ocupa el centro de la isla, parece un bosque encantado, un escenario de película, concretamente, de Parque jurásico, ya que allí se conserva un tipo de vegetación propia del terciario, prácticamente desaparecida por completo en toda Europa. Al entrar en esos bosques de laurisilva, que mantienen una humedad constante gracias a la lluvia horizontal, uno entiende enseguida que está entrando en un espacio único





El parque cuenta con rutas bien señalizadas y con audioguías. Eso sí, hay zonas sin cobertura, así que conviene descargarla en lugar de confiar en el código QR. Es impresionante recorrer alguna de esas rutas, como la que lleva a la ermita de Lourdes. En el parque hay cerca de 500 especies de flora, incluidos varios endemismos insulares, es decir, especies que sólo se encuentran allí




Los altísimos laureles, que crecen y crecen en busca del sol y pueden alcanzar los 25 metros, se regeneran con el paso del tiempo. Debido a la humedad, responsable de ese verdor impresionante y de esa riqueza natural única de La Gomera, es habitual que caigan las ramas de los árboles, incluso sus propios troncos. En el tiempo que estuvimos allí, una mañana, vimos uno de esos troncos caer y escuchamos otro. Los profesionales encargados de preservar el parque dejan esas ramas en el parque, no las retiran, sólo si caen en medio de las rutas, porque así contribuyen a que se desarrolló el ciclo de la vida, igual que lo hacen los llamados chupones. ¿Qué son los chupones? Según nos enseñó nuestro guía Juan, son pequeños troncos que salen del tronco principal del laurel y que terminan reemplazándolo cuando éste cae, garantizando la continuidad del propio bosque. Una bella metáfora de la propia vida. 


El parque de Garajonay tiene mil y un alicientes. Es recomendable hacer varias rutas y volver a él una y otra vez. Impresionan sus miradores y también las formas caprichosas de algunos de sus rincones, como el Roque de León, con la forma de ese animal. Uno toma conciencia de la grandeza de la naturaleza, de su inimitable belleza y, a su vez, de nuestra propia pequeñez, en parajes naturales tan asombrosos como este. Impresionante. De lo más bello que he visto en mi vida





Por recorrer el parque de Garajonay, cuyo nombre proviene de la leyenda de un amor imposible entre la princesa gomera Gara y el príncipe tinerfeño Jonay, vale la pena visitar La Gomera. Pero, por supuesto, la isla tiene otros muchos otros alicientes. De entrada, la propia llegada al puerto de San Sebastián de la Gomera, su capital, en un ferry procedente del tinerfeño puerto de Los Cristianos. Hay un pequeño aeropuerto en La Gomera, pero los ferrys tienen más frecuencia. También más encanto. La travesía, de menos de una hora, es preciosa





Nada más poner un pie en la isla queda claro que podremos conectar con la naturaleza y disfrutar de paisajes fabulosos. Por ejemplo, los que ofrece Valle Gran Rey, la segunda mayor localidad de la isla, tras San Sebastián. Cuenta esta localidad con muchas pequeñas playas llenas de encanto y la llegada a la misma por carretera ofrece otra de esas imágenes imborrables, con casitas en mitad de la montaña y terrazas agrícolas por todas partes, muestras del ingenio de los gomeros para sacar partido de una tierra muy fértil en un territorio escarpado, sin un metro llano. Como nos contó nuestro guía en el Parque del Garajonay, en La Gomera las distancias más se deben medir en curvas que en kilómetros, porque la carretera que cruza la isla da mil y una vueltas. Pero vale la pena, sobre todo si no es uno quien conduce, porque el paisaje es excepcional, entre otras cosas, porque se atraviesa el parque de Garajonay y podemos volver a disfrutar de esas formas caprichosas de origen volcánico moldeadas con el paso del tiempo. 




En San Sebastián de la Gomera, donde es muy agradable pasear por sus callecitas, hay constantes referencias a Cristóbal Colón, ya que La Gomera fue el lugar donde el navegador hizo su última parada antes de partir rumbo a la India, donde nunca llegó, porque se encontró con América. Por lo que hablamos con distintas personas allí, el turismo ha regresado a la isla, sobre todo, el procedente del norte de Europa, claramente mayoritario. La ocupación ronda el 80%. La isla lo ha pasado mal por el parón del turismo derivado de la pandemia de Covid-19. Afortunadamente, parece volver la normalidad. Por cierto, parece también que la relación de la isla con La Gomera tiene un sano equilibro. No se encuentran excesos turísticos que sí se ven en otras zonas. 




Estaría hablando de La Gomera todo el día, pero voy terminando. Acabo con dos temas. Primero, la gastronomía, a la que uno siempre le da importancia, porque forma parte del atractivo de un viaje. También en este apartado he disfrutado muchísimo. Descubrimos, por ejemplo, la miel de palma, propia de la isla, exquisita. Por supuesto, las papas asadas con mojo. Mención especial al almogrote, un paté con el punto justo de picante. Probamos un plato de sambas son salsa de almogrote y casi terminamos con las existencias de pan en la isla, de tanto mojar. Y también platos preparados con gofio. Te tiene que gustar, a mí me encantó. Mucho pescado y muy rico, que para algo estamos en una isla. Y, por último, un postre delicioso, precisamente acompañado de esa miel de palma que se extrae con la poda de la parte de arriba de las palmeras, en un proceso minucioso, nada sencillo. 




Acabo, ahora sí, hablando del Parador de La Gomera. Casi en todas las ciudades donde hay un Parador, este lugar es uno de los alicientes, porque suelen estar empezados en un punto estratégico. Aquí, en lo alto de San Sebastián de La Gomera, con unas vistas fabulosas de la ciudad, frente al océano, y también en con el Teide de fondo. Además, el Parador cuenta con un jardín propio. Es un lugar maravilloso, donde desconectar no es una opción, es una obligación imperiosa, la única vía posible, lo mismo que consigue La Gomera en su conjunto. Volveremos.  

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