2020, un año que no olvidaremos

 

"Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras y, sin embargo, pestes y guerras cogen a las gentes siempre desprevenidas", escribió Albert Camus en La Peste, esa extraordinaria novela que muchos hemos recordado este año. No creo que a nadie le dé pena despedirse del 2020, ese año en el que, efectivamente, nos pilló desprevenidos la pandemia del coronavirus, esa peste que detuvo el mundo y se sigue llevando muchas vidas, demasiadas. Ciudadanos y gobiernos no quisimos o no pudimos ver las señales de alarma que llegaban desde Asia. Recuerdo perfectamente conversaciones en las que quitaba hierro a la amenaza del Covid-19 y, claro, me recuerdo en un concierto rodeado de gente y en una manifestación multitudinaria el fin de semana anterior al decreto del Estado de alarma en España. No supimos calibrar lo que se nos venía encima, la mayor pandemia del último siglo. 


Tengo bastante claro que no olvidaremos este 2020, pero aún no sé cómo lo recordaremos, cómo lo fijaremos en nuestra memoria, individual y colectiva. Creo que es importante, porque en gran medida nuestro futuro y lo que cambie o no el mundo de después dependerá de ello, de la traicionera memoria, de los recuerdos que construyamos de este año pandémico y la forma en la que los conservemos. En las cena de esta noche cada familia empezará a dibujar un boceto de su recuerdo de este 2020 que, naturalmente, estará muy condicionado por las circunstancias de cada uno. Hay muchas familias que han perdido a un ser querido, lo único verdaderamente irreversible de esta maldita pandemia. También mucha gente ha quedado en paro o ha tenido que cerrar su negocio. La tristeza, la soledad y la angustia se han extendido, porque lo vivido ha sido un enorme trauma colectivo. 

¿Qué recordaremos de este 2020? Quizá es pronto para saberlo. Sobre todo, porque termina el año pero aún no la pesadilla, ya que hay esperanza gracias a la ciencia, pero quedan meses muy duros por delante. Arrancaremos una hoja del calendario y dejaremos por fin atrás este año bisiesto tan siniestro, pero el coronavirus seguirá ahí, como tendrán que seguir la prudencia de todos y la responsabilidad individual. 

Creo que de estos días raros, que han terminado siendo meses, recordaré sin duda la conmoción de aquel viernes, 13 de marzo, en el que todo se aceleró o, más bien, se detuvo. El miedo. La agitación. Los nervios. Las dudas. La sensación de irrealidad, porque no terminábamos de creer lo que estaba pasando. Y, de inmediato, la cultura al rescate. Tantos libros, conciertos online, películas, series y canciones que nos salvaron, que nos regalaron entretenimiento, reflexión y sosiego en un momento terrible. 

Sin duda, recordaré el aplauso sanitario, esa muestra espontánea de agradecimiento a quienes estaban haciendo mucho más que su trabajo. De repente, muchos pusimos cara a los vecinos de enfrente. Recordaré la emoción casi sagrada de aquel aplauso a las ocho de la tarde, que empezó a las diez de la noche, pero que enseguida se adaptó al horario infantil, para que también los más pequeños, los que tanto sufrieron encerrados en casa y sin entender nada, pudieran aplaudir a esos héroes sin capa. Recordaré cómo éramos nosotros los que necesitábamos ese aplauso, para asomarnos a la ventana, para darnos ánimos, para decirnos unos a otros que, antes o después, saldríamos de ésta. Recordaré el escalofrío cada mediodía, primero, y por la tarde después, cuando conocíamos la cifra de fallecidos, que escondía tanto dolor, tanto sufrimiento. Recordaré el drama de las residencias de ancianos, donde tantas personas a las que debemos mucho murieron en soledad. Recordaré las lágrimas, las malas noches, el horror. Recordaré ese instante al despertar, ese momento fugaz en el que aún no caía en la cuenta de lo que estaba pasando, en el que, medio dormido, la pesadilla pandémica no existía. 

También recordaré de este 2020 cómo las videollamadas pasaron a ser la única opción de ver a las personas que queremos y con quienes no pasamos el confinamiento. Y recordaré que, por fin, cuando preguntábamos a alguien qué tal era porque teníamos un interés real por saber qué tal estaba él y los suyos. Recordaré cómo nos cuidamos en la distancia, la forma en la que mucha gente sacó lo mejor de sí misma, dando la razón a Albert Camus, que también escribió en La peste que en el ser humano "hay más cosas dignas de admiración que de desprecio". 

Recordaré el ejemplo de tantas personas que hicieron la compra a sus vecinos ancianos y de esos profesionales esenciales de verdad a los que la sociedad no trata con el respeto que merecen. Recordaré que esta crisis es terrible y no hay nada bueno en ella, pero que una situación así debería empujarnos a intentar aprender algo, quizá simplemente a tener humildad y empatía, a ponernos en el lugar del otro. Recordaré que cuando nos pedían quedarnos en casa había personas, seres humanos como nosotros, que no tenían casa donde confinarse. Recordaré que el maldito politiqueo terminó volviendo, tras unos meses de tregua, y que hubo personas indignas que quisieron politizar esta tragedia, a un lado y a otro. Recordaré que muchos políticos no estuvieron a la altura y también que la mayoría de ellos hizo lo que pudo ante una pandemia de dimensiones bíblicas que les sobrepasó a todos. 

Recordaré que celebré Sant Jordi, el día más bello del año, desde casa, igual que el Orgullo, que esta vez no pudo llenar de diversidad y colores las calles de Madrid. Recordaré el simulacro de normalidad en verano, cuando quisimos creer que esto estaba hecho. Recordaré el falso dilema entre economía y salud, como si alguna economía fuera mínimamente viable en mitad de una epidemia como esta, como si la prioridad para salvar la economía no tuviera que ser, precisamente, combatir la pandemia. Recordaré polémicas estériles, como la de la madrileñofobia

Recordaré Galicia y Cifuentes. Recordaré algunos reencuentros dubitativos y prudentes, inolvidables, y recordaré el Retiro como escenario perfecto, al aire libre, para retomar poco a poco la vida de siempre. Recordaré el confinamiento en la mejor compañía, y las charlas y las series y las comidas, los bizcochos y las pizzas. Recordaré los primeros paseos, que eran todo un acontecimiento. Recordaré las clases de francés a distancia. Recordaré la inmersión abrupta y total en el teletrabajo, con sus ventajas y sus desventajas, pero siempre con la certeza de ser un privilegiado, cuando tantas personas sufrían alrededor. Recordaré nuestras dudas sobre cómo cambiará el mundo realmente tras esta pandemia. 

Recordaré a algunos políticos (de otros países) que tratan a sus conciudadanos como adultos. Recordaré el enfado con los policías de balcón y también con los irresponsables descerebrados. Recordaré las contradicciones y las dudas de todos. Recordaré los bajones anínimos y las ilusiones. Recordaré los buenos momentos, esos que casi se parecen a los buenos tiempos, y los malos, en los que siempre hubo alguien al lado para levantar el ánimo. Recordaré la fatiga pandémica y recordaré todos los palabros como "desescalada", que se introdujeron en nuestro día a día. Recordaré las navidades más extrañas de nuestras vidas. 

Creo que, sobre todo, recordaré lo que nunca debimos olvidar: que nada en la vida está asegurado, que todo es demasiado frágil e incierto, que hay que celebrar cada fiesta como si fuera la última (porque siempre puede ser la última), que hemos venido aquí a disfrutar y a intentar hacer el mundo un lugar un poco más habitable, que no podemos dar nada por hecho, que éramos felices y no lo sabíamos. Recordaré ese espíritu de generosidad y bondad del comienzo del confinamiento de marzo y recordaré que en la vida hay muy pocas cosas importantes de verdad. Y recordaré que este blog, que cumplió 12 años en abril, fue más hogar y refugio que nunca. 

¿Y tú qué recordarás de este 2020?

¡Feliz 2021!

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