Lo que me gustaría aprender de esta crisis

Cada día tengo más claro que el mundo, así en general, va a cambiar más bien poco a largo plazo tras la pandemia del coronavirus. El tiempo dirá. Lo que sí creo es que cada uno a título individual podemos sacar algunas lecciones de esta crisis. No viéndola con ese aire pseudoespiritual que presenta la pandemia como una especie de maldición divina que nos empuja a purgar nuestros pecados, ni con afán alguno de decirle a los demás lo que tienen que hacer, sólo faltaría, sino pensando un poco en nosotros mismos y nuestra forma de relacionarnos con el mundo. Cada uno aprenderá algo de todo esto, incluido quienes piensen que no hay nada que aprender y que a nuestra forma de vida anterior al coronavirus no le pasaba nada malo, que ojalá podamos recuperarla pronto. Estos son algunos apuntes de las lecciones que, creo, aunque no me hagan mucho caso, me gustaría sacar de estos meses raros.


La cultura es vital y salvadora. Lo hemos dicho tantas veces que suena a frase hecha, a palabras vacías de significado, pero es así. Nunca han sido tan importantes como ahora las historias de los libros, las películas, las series, las canciones. Su compañía ha sido vital, para evadirnos o reflexionar, para reír o para pensar, para divertirnos o para retarnos. Mi confinamiento habría sido mucho peor sin celebrar Sant Jordi desde casa, sin Murakami, Sin Carmen Martín Gaite, sin El Ministerio del tiempo, sin la tercera escena de la Ópera de París, sin Página 2 o sin La grande librairie, el programa de libros de la televisión francesa que he conocido estos días.

Me gustaría salir de esta crisis con más empatía, porque haber vivido algo así debería servirnos para aprender a no juzgar a los demás, para intentar entender a los otros y ponernos en su lugar. Espero no olvidar nunca que hay personas cerca muy vulnerables, en una situación terrible, con problemas mucho más serios que mis dramas del primer mundo.

Espero aprender de esta crisis que los lugares que más echamos de menos, algunas librerías, nuestros cines preferidos, aquel restaurante, ese museo, ciertas ciudades, son los lugares a donde tenemos que volver en cuanto todo esto pase, porque nos necesitarán y porque son los sitios que embellecen nuestra vida, los que necesitamos de verdad. Igual que las personas en las que más pensamos, a las que estamos deseando volver a ver, son las personas a las que queremos siempre en nuestra vida, las que le dan sentido.

También espero salir de estos días raros, semanas, meses ya, con una aversión absoluta al politiqueo. Siempre es agotador y repugnante, pero en una situación así resulta mucho más insoportable. A izquierda y derecha, los unos y los otros, veo a mi alrededor demasiada gente cegada por su posicionamiento político, convencida de que los suyos son maravillosos y los otros son criminales. Gente que opina una cosa y la contraria según lo que diga su partido. Personas que moldean su opinión en función de las doctrinas de estos o aquellos. Gente, en fin, empeñada en perpetuar eso de las dos Españas, tan cansinos, tan agotadores, tan insufribles.

Espero salir de esta crisis más concienciado de la importancia de defender la sanidad, sin excusas, sin acordarnos sólo de Santa Bárbara cuando truena. Y espero también valorar más el trabajo de tantas y tantas personas que cobran sueldos ínfimos pero llevan a cabo trabajos esenciales: limpiadores, personal de supermercado, repartidores, conductores de autobuses, profesores... Espero no olvidarlo y que no lo olvidemos nunca como sociedad.

Hay más cosas que creo haber aprendido estos días. Que siempre tuvieron razón quienes dicen que es mejor no dejar pasar ni una sola ocasión de disfrutar, que no hay que dejar para mañana lo que se pueda hacer hoy. Que somos más frágiles y todo es más efímero de lo que pensamos. Que la política es tan noble como innoble es el partidismo. Que nadie es nítidamente puro y bondadoso ni absolutamente malvado y egoísta, que hay matices en todo y en todos. Que hay personas que se creen por encima del resto, incluso en situaciones tan dramáticas y excepcionales como esta, y piensan que quienes no tienen trabajo ni recursos no merecen ayuda de ningún tipo. Pero también que hay personas admirables que dedican su tiempo, dinero y esfuerzo a ayudar a los demás. Ojalá, para variar, sean éstas las que se impongan al egoísmo de tantos otros. 

¿Qué más espero haber aprendido de esta crisis? Que el periodismo es más necesario que nunca en tiempos de bulos y patrañas. Que está demasiada extendida la actitud de creerse las noticias que nos reafirman en lo que pensamos y recelar de aquellas que no le van bien a nuestros prejuicios. Que los hechos no son opinables. Esto ya lo sabíamos antes, pero conviene recordarlo: los hechos son hechos. Que está feo aprovechar una crisis sanitaria mundial sin precedentes en el último siglo para perseguir objetivos políticos. Que si nos fijamos en los más radicales de un lado o de otro, aunque son minoría, terminamos teniendo una visión distorsionada de la realidad. Que en los partidos políticos no suelen triunfar quienes piensan por sí mismos. Que pensar por uno mismo es más necesario y difícil que nunca. Que es sano reconocer que hay temas de los que lo desconocemos todo, porque no somos epidemiólogos, y es mejor no hablar de lo que no sabemos. Que, al parecer, la gente siempre son los otros y el sentido común coincide milagrosamente siempre con nuestra opinión. Que las teorías de la conspiración que todo lo explican están más extendidas de lo deseable.

Que se puede criticar o alabar a políticos de más de un partido sin que se detenga el mundo. Que en la vida hay muy pocas cosas que sean importantes de verdad y que no vale la pena perder el tiempo con aquellas que no lo son. Que discutir por tonterías con personas queridas es una pérdida de tiempo. Que el tiempo nunca vuelve, que hay que saber disfrutarlo del mejor modo posible, y que a veces la mejor forma de disfrutar del tiempo es perdiéndolo un poco. Que el mundo ya es demasiado feo como para que lo intentemos oscurecer aún más con peleas estériles. Que, dado que el tiempo es finito, tiene más sentido dedicarlo a hablar de aquello que nos entusiasma que a destrozar aquello que nos disgusta, como si pensáramos el mundo necesita saber que nos horroriza este estilo musical o aquella serie, como si necesitáramos mirar por encima del hombro a quienes tienen esos gustos horribles que no compartimos.

Termino con un propósito que también saco de esta crisis: espero cambia de opinión más a menudo, no atrincherarme en mis prejuicios, escuchar a quienes piensan algo distinto e intentar comprender sus razones. Sienta genial ir por el mundo dudando de casi todo, sin pensar, ni por asomo, que uno tiene siempre la razón y que el de enfrente no tiene ni idea, sólo porque no piensa como yo. Al final, puede que de esta crisis sí saquemos algo en claro. O puede que no, quién sabe.

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