¿De qué hablan cuando hablan de Madrid?

Uno de los mayores errores que cometimos como sociedad con la crisis política en Cataluña fue la malsana obsesión, allí y aquí, de poner el foco en los más radicales de los de enfrente. Independentistas catalanes convencidos de que toda España les odia y oprime, a un lado, y nacionalistas españoles pensando de verdad que todos los catalanes independentistas detestan a España y a los españoles. al otro. Sin matices. Sin la menor voluntad de entender al otro. Sin diálogo. La realidad nunca fue así, nunca es así de polarizada. A España no les representan ciertos tertulianos sobreexcitados.


Es muy tramposo el truco que consiste en señalar a los más radicales de quienes piensan distinto a ti para autoconvencerte de que todas las personas del otro lado son unos peligrosos extremistas, mientras que tienes claro que los radicales de los tuyos son una minoría, o directamente, no existen, sólo son demasiado vehementes. Yo sigo pensando que los radicales son una minoría, aquí y allí, en todas partes, y también creo que lo son quienes alimentan la llamada madrileñofobia

Con esta cuestión me pasa algo parecido a lo que me ocurría con el monotema del procés: no doy crédito a algunas cosas que leo, en un lado y otro, y de hecho, para empezar, me rebelo contra esa concepción de “ellos” y “nosotros”, tan cainita, tan estúpida. Me pregunto de qué hablan cuando hablan de Madrid, igual que en su día me preguntaba de qué hablaban cuando hablaban de Cataluña. De entrada, me horroriza que volvamos a hablar de terruños e identidades, algo especialmente sangrante cuando se habla de Madrid, porque si algún rasgo distintivo tiene Madrid es su ausencia absoluta de identidad. Ésa es su fortaleza principal. 

No hay una identidad madrileña, ni por asomo. Y menos mal. No hay una historia gloriosa que defender ni unas tradiciones ancestrales, más allá del toque pintoresco de las verbenas de verano y de San Isidro. Madrid no tiene identidad y ésa es justo la identidad de Madrid. Siempre es un error generalizar cuando se habla de las personas de un territorio metiéndolas a todas en el mismo saco, como si ese azar de haber nacido aquí o allí nos hiciera de una determinada manera, a todos por igual, como si todos pensáramos lo mismo de todo (como si todos pensáramos, a secas). 

Es absurdo, no tiene el menor sentido. Por eso, me pregunto de qué hablan cuando hablan de Madrid. ¿Hablan de estereotipos y tópicos? ¿En serio? ¿En el año 2020? Espero que no. Igual que espero que no se retroalimenten los tópicos sobre los pueblos y las pequeñas localidades que una minoría estúpida alimenta en las grandes ciudades. Porque los estereotipos son un atajo para perezosos intelectuales, el camino corto y tramposo de quienes viven felices poniendo etiquetas a los demás. ¿Hablan de política? ¿Asocian Madrid a su gobierno? Qué ordinariez, qué simpleza. Los madrileños no somos Ayuso ni los catalanes son Torra. Afortunadamente.

Madrid, como cualquier otra región o unidad territorial, es una invención, una simple convención, no es nada, nadie cinceló en piedra sus fronteras, igual que es una pura invención España y que lo es cualquier otro país del mundo. Una ficción. Construcciones sociales que sirven para organizarnos. Poco más. Cualquier región, ciudad o país no es más que eso, pero en Madrid resulta especialmente obvio. Y lo celebro. No hay agravios o hazañas pretéritas, no hay pensamientos únicos ni identidades, hay un himno oficial que nadie conoce y una bandera autonómica que ondea de los edificios oficiales, y gracias. 

Si Madrid es algo es una mezcla maravillosa de personas procedentes de otras partes de España y del mundo. Ni por asomo he pensado jamás que por el hecho de haber nacido en Madrid yo sea más madrileño que mi amigo italiano que se enamoró de la ciudad (y que encontró aquí un lugar donde vivir y amar en libertad, sin temor a miradas y reproches ajenos) y se quedó  aquí o que mis compañeros de la universidad de distintas regiones españolas. Porque la gracia de Madrid es que todos los que viven aquí son madrileños. No hay pureza de madrileñismo ni pruebas a sentimientos identitarios. Todas las identidades se dan la mano. Madrid es la mezcla de acentos y de idiomas. Si nos empeñamos en buscar una definición para Madrid, Madrid es la fusión de gentes y distintas procedencias. Madrid es eso. Por eso, insisto, no dejo de preguntarme de qué hablan cuando hablan de Madrid quienes han popularizado en las redes sociales el mensaje “Hartos de Madrid”.

Naturalmente, Madrid tampoco es el bastión ni el feudo de ninguna ideología. Sólo faltaría. Tan alejados de la realidad están quienes pintan la caricatura de una supuesta capital opresora como quienes intentan adueñarse de Madrid para defender su ideología. Fracasarán unos y otros si pretenden etiquetar Madrid, si no comprenden que Madrid es y sólo puede ser una cosa y la contraria, que hay muchos Madrid dentro de Madrid y eso es exactamente lo que la convierte en una ciudad abierta y cosmopolita. Madrid, lo diremos una y mil veces, es inabarcable. Nadie se puede apropiar de Madrid, ni quienes la presentan como el centro de todos los males patrios ni quienes la victimizan, como si Madrid necesitara que alguien la defendiera, como si Madrid fuera de su propiedad, como si la grandeza de Madrid existiera gracias y no a pesar de sus políticos.

También me pregunto de qué hablan cuando hablan de Madrid quienes, de este lado, sacan una chulería impresentable y se presentan desde Madrid como los salvadores de toda España, los que dan trabajo y dinero al resto, personificando así esta minoría la caricatura y el estereotipo del madrileño que alimentan los radicales del otro lado, dándoles en parte la razón, retroalimentando sus prejuicios. Absurdos unos y otros. Madrid no es tampoco, ni mucho menos, esa arrogancia de unos pocos.

Es una pena que cuando unos y otros hablan de Madrid no piensen ni por un momento en abrir un debate sosegado sobre el modelo de Estado, la España vacía, la centralización de empresas y de medios de comunicación, etc. Cuestiones todas ellas muy interesantes en las que seguro que hay mucho que mejorar como país y como sociedad, a ser posible, sin pretender enfrentar a las personas de unos territorios con las de otros. Porque el terruño importa poco, importan sólo las personas. Lástima que nos perdamos en el odio y en los discursos simplistas en vez de abrir debates atractivos y necesarios como sociedad.

Ojalá esto fuera de reivindicar y defender la España plural y diversa, y no esa España rígida que ansían algunos y que, afortunadamente, no existe, porque es mucho más rica y compleja, habla más lenguas, tiene más acentos, más diversidad, más historias que deben ser atendidas y no siempre lo son, más voces que deben ser escuchadas. Insisto, ojalá hablaran de esto cuando hablan de Madrid. Ahí nos encontraríamos. Pero no lo parece en absoluto. 

Antes o después pasará esta pesadilla del coronavirus, que algún día creímos sinceramente que podría ayudarnos a hacernos mejores, más empáticos. Pasará la pesadilla y seguirá la estrechez de mentes y el fanatismo político de unos y otros, el ciego sectarismo, la estupidez. No cambiará todo eso, como tampoco cambiará el espíritu abierto de Madrid, insisto, que nada tiene que ver con sus políticos. Madrid volverá a recibir a quienes vengan a un musical, de tiendas, a estudiar o a trabajar. Exactamente igual que antes. No puede ser de otra forma. Madrid es eso.

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