Los días raros

Se suele decir que sólo empezamos a valorar algo de verdad cuando lo perdemos y eso es justo lo que está pasando estos días con la normalidad, con nuestra vida cotidiana. Ahora que todos vemos alterada en mayor o menor medida nuestra rutina, esa forma de vida que damos por hecha, entendemos lo importante que es. No faltan las referencias culturales, que siempre están ahí, que siempre ofrecen asideros y ejemplos, donde siempre pasó todo antes que en la vida real. Hay quien compara esta situación con un capítulo de Black Mirror o con una película de ciencia ficción. Muchos, salvando las distancias, recordamos hoy La peste, esa inmensa novela de Albert Camus, y pensamos que vivimos, como aquella canción de Vetusta Morla, en Los días raros.


En aquella novela, Camus relata una plaga mortal devastadora que surge en la ciudad de Orán (Argelia). No son hechos reales, pero están inspirados en la peste que afectó a esa misma localidad en el siglo XIX, y además sirve como metáfora de la sinrazón y la violencia de la guerra. El libro se publicó en 1947, sólo dos años después del final de la II Guerra Mundial. “Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras y, sin embargo, pestes y guerras cogen a las gentes siempre desprevenidas”, leemos en esa obra. La novela es un tratado sobre la condición humana, porque es en situaciones excepcionales como ésta cuando se ve lo mejor y lo peor del ser humano.

La peste puede ser el libro de cabecera estos días y la canción de Vetusta Morla, Los días raros, bien puede ser su banda sonora. Por esa sensación de extrañeza y nebulosa sonora del tema, por su propio título y porque, pese a todo, deja un mensaje esperanzador. “Nos quedan muchos más regalos por abrir. Monedas que al girar descubran un perfil que empieza en celofán y acaba en eco”.

La literatura, la música, el cine, la cultura, en fin, sirven como refugio siempre, también en estos días extraños, como de vida en suspenso, que estamos viviendo, que jamás antes habíamos vivido. También la cultura sufre las medidas de prevención, que está llevando al cierre de teatros, museos, salas de conciertos y cines. Malos tiempos para la lírica, al menos en directo, en grupo, con acumulación de personas. Pero siempre podremos asaltar las librerías como algunos asaltan los supermercados. A los libros no hace falta congelarlos para leerlos cuando deseemos.

Vivimos entre anonadados y perplejos en una nueva normalidad, que deseamos sea corta, porque a todos nos trastorna, porque nos hace añorar como nunca pensamos que haríamos a la otra normalidad, a esa que vamos perdiendo poco a poco. Tocan tiempos de responsabilidad individual, de seguir las recomendaciones de las autoridades, de tener sentido común. Nos trastorna, claro, es un incordio, pero es lo que toca. No queda otra. Los gobiernos, el nacional y los autonómicos en España, tienen la responsabilidad política de gestionar esta crisis de salud pública, pero los ciudadanos tenemos la responsabilidad cívica de poner todo lo posible de nuestra parte. Debemos contribuir a que esto no vaya a más, a contener la extensión del virus.

Es decir, si se cierran los colegios no es para luego llevar a los peques al parque a juntarse con todos los demás niños y sus cuidadores, por mucho que estén insoportables en casa. Se trata de evitar aglomeraciones. Tampoco va la suspensión de las clases en la universidad de llenar las terrazas o las discotecas. Ni el teletrabajo servirá de nada si quienes lo tienen están más tiempo fuera de casa que dentro. 

Es un incordio, claro, pero no hay otra opción. Como dicen las autoridades italianas, aunque suene cursi, toca no besarse estos días para volver a besarnos con más fuerza en el futuro, cuando esto haya pasado, porque pasará. Evitar los viajes, aunque tengamos muchas ganas, aunque no queramos ni imaginar perdernos esas escapadas tan deseadas, por una cuestión de responsabilidad.  Asumir, en definitiva, que muchas de esas renuncias son dramas del primer mundo. Olvidarnos un tiempo de nuestra normalidad, añorarla, valorarla más ahora que la perdemos, y contribuir entre todos a frenar, o al menos ralentizar, el coronavirus. Son días raros, mucho, pero es en estas situaciones donde se ve la grandeza de la gente y donde toca demostrar, como escribió Camus en La peste, que “en el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio”.  

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