Galicia siempre es una buena idea


Escribo estas líneas contemplando la playa de Orzán, en A Coruña, dispuesto a aprovechar las últimas horas por tierras gallegas. Hoy, 25 de julio, resulta un buen momento para renovar los votos con Galicia, con sus gentes, sus ciudades, sus costas, sus rincones, su exquisita gastronomía. Este año necesitamos más que nunca desconectar, redescubrir los paraísos más cercanos, volver a la esencia, disfrutar de los escenarios naturales portentosos y de las ciudades que llevan la armonía por bandera, como A Coruña, una de las pocas que me faltaban por conocer en Galicia y de la que me iré en unas horas completamente enamorado. 

No estaba en los planes venir aquí, sino ir a Barcelona a disfrutar del Sant Jordi de verano, pero en tiempos de coronavirus, todo es tan incierto y cambiante como las olas que ahora veo desde la terraza del hotel. No pudo ser. Puestos a buscar nuevos planes para sustituir a Barcelona, nada menos, A Coruña es un destino excepcional. Tenía ganas de confirmar lo que me habían dicho, que la ciudad gallega forma parte de una especie de santísima trinidad norteña, junto a Santander y Donosti. Ante esa comparación tan frecuente, y teniendo en cuenta que me encanta Santander y que me enamora Donosti, parecía claro que A Coruña me agradaría. Lo que ha hecho es mucho más que eso, me han fascinado su elegancia, su tranquilidad y, a la vez, su buen ambiente, los mil planes que ofrece al visitante. Y, por supuesto, también su clima amable en plena ola de calor en el resto de España.



Tiene las playas, por supuesto. Orzán, Riazor y Matadero. Pero tiene mucho más A Coruña. Muchos rincones y plazas sorprendentes, calles llenas de vida. Otras serenas y misteriosas a su manera, recogidas y magníficas, como las de la ciudad vieja. Es una delicia sentarse un rato a pensar y a contemplar en la plaza de Santa Bárbara, en una plazoleta frente al convento homónimo, o en la de Santo Domingo, donde todo lo que se escucha es el sonido agradable de una fuentecita. Cerca de ahí, y con mucho más ambiente, están la plaza de la Constitución y la de Azcarraga.



Por supuesto, también la Plaza de María Pita, centro neurálgico de la ciudad coruñesa, que debe su nombre a una heroína en la resistencia de la ciudad contra la embestida inglesa en 1589. Su casa museo relata con detalle su vida y, sobre todo, aquel tiempo histórico y las razones que desembocaron en ese ataque de las tropas inglesas al mando de Francis Drake contra A Coruña, enmarcado en la guerra entre Isabel I de Inglaterra y el rey Felipe II, entonces rey de España y de Portugal. 




Hablando de casas museo, también merece una visita la de Picasso. Aquí vivió de niño. Fueron apenas cinco años, entre 1891 y 1895, pero fueron años importantes porque, con una precocidad impresionante, en la ciudad gallega nació y empezó a despuntar el Picasso artista. En su casa museo, coqueta, encantadora, esencial para conocer más sobre los primeros pasos del genio, hay sobre todo reproducciones de su obra primera, cuando no era más que un niño, y alguna obra original de su padre y de él mismo. Con 13 años expuso sus primeras obras en A Coruña. Se puede leer un fragmento de las críticas que recibió en La Voz de Galicia, entre el asombro por su joven edad y la casi certeza de que ese joven artista llegará lejos. Imposible entonces saber cuánto. 

Según parece, la familia Picasso abandonó A Coruña para huir así del dolor de la muerte de su joven hermana, pero el artista malagueño siempre quiso que esa parte de su vida estuviera recogida en un museo. Este, ya digo, es encantador y chiquito, un muy buen plan para una tarde o una mañana coruñesa. 



La lista de lugares atractivos de A Coruña no terminaría nunca, así que voy resumiendo. Es imprescindible pasear por el puerto, por la Marina. Como lo es hacerle una visita al acuario Finisterrae, maravilloso, y, por supuesto, a la Torre de Hércules, el faro romano en funcionamiento más antiguo del mundo. Las vistas desde allí son de los mejores recuerdos que me llevo de A Coruña. Esa grandiosidad del mar que nos recuerda nuestra pequeñez, esa majestuosidad oceánica, tan abrumadora, tan colosal.



Otra de las innumerable ventajas de A Coruña es que está al ladito de Santiago, que siempre es un buen destino, en todas las acepciones del término. Destino del camino de tantos peregrinos, lugar para recordar lo vivido en el camino francés hace unos años. Y destino para disfrutar, para pasear por sus calles y dejarse cautivar por la ciudad compostelana como si fuera la primera vez. Se nota en una semivacía plaza del Obradoiro a dos días de la fiesta de Santiago que el virus ha reducido a la mínima expresión al turismo y que también hay menos peregrinos que otros años culminando su ruta. Pero ahí sigue, imponente, ajena al paso del tiempo (más que por las obras de rehabilitación que se están llevando a cabo en su interior) la catedral de Santiago. Por muchas veces que la contemple nunca me dejará de quitar el aliento. 

La capital gallega tiene más atractivos aparte de los obvios. Por ejemplo, más de un millón de metros cuadrados de espacios públicos verdes. Tantos y tantos parques donde respirar y disfrutar de la calma y la serenidad. Se lleva la palma el de la Alameda, que ofrece además las mejores vistas de la ciudad. 

Viajamos a Santiago el 23 de julio, improvisado Día del Libro este año. Descubrimos dos librerías maravillosas: Follas Novas, con novedades y una exquisita oferta de toda clase de libros ordenados por temáticas en varias plantas, donde se nota el amor por la literatura y su exquisito cuidado; y Follas Vellas, que como indica su nombre ofrece libros de segunda mano en los que rebuscar rarezas. Dos magníficos descubrimientos, que tendré en cuenta cuando vuelva a Santiago, donde siempre hay que volver. 



Ya empieza a salir el sol y la playa me llama para disfrutar de esta última mañana coruñesa, así que voy a ir terminando el artículo, pero sería imperdonable terminarlo sin hablar de la gastronomía. Sé que decir que en Galicia se come muy bien es como afirmar que el agua moja o que dos más dos son cuatro, una pura obviedad. Pero qué extraordinariamente bien se come en Galicia, carallo. Qué manera de disfrutar. El marisco, toda clase de pescados, los pimientos de Padrón, el pulpo, el albariño, la tarta de Santiago, un arroz con bogavante que no olvidaré fácilmente... Definitivamente, sí, Galicia siempre es una buena idea. Volveremos.  

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