Economía, salud y muerte

 

Creo que nunca olvidaré el estremecimiento que sentía cada día durante el confinamiento cuando conocíamos la cifra de las personas fallecidas por coronavirus en las últimas 24 horas en España. Al principio, al mediodía, y después por la tarde. Y también recordaré siempre cómo nos sorprendíamos recibiendo con alivio cifras espantosas de muertes, sólo porque reflejaban un ligero descenso respecto a los fallecidos del día anterior. Varios meses después, esa cifra, que nunca es una cifra, que son proyectos vitales destrozados, familias rotas, no es tan alta como llegó a serlo entonces, pero es escandalosa y terrible. La semana pasada hubo días con más de 200 muertos por coronavirus en España


¿Sentimos ahora el mismo estremecimiento que en marzo? ¿Tenemos igual de claro que entonces que la salud es lo más importante y que el único daño irreparable de esta maldita pandemia son las muertes que causa? Me da miedo la respuesta. Me temo que empezamos a insensibilizarnos. Rara vez abren los informativos con la cifra de muertos. Ya apenas vemos esos gráficos del horror diario. Y, lo que es peor de todo, cuando los vemos, me temo, reaccionamos de una forma diferente a como lo hacíamos entonces, cuando si algo teníamos claro es que la vida y la salud iban por delante de todo lo demás. 

El dilema entre economía y salud es un falso dilema, pero creo que estamos cayendo en él, con todas sus trampas. No hay dos bandos: de un lado, quienes defienden destrozar toda la economía para salvaguardar la salud y, del otro, los que muestran absoluta indiferencia por la salud y sólo piensan en la economía. Me niego a aceptar que la sociedad, también en esto, está dividida en dos mitades. Me duele la falta de humanidad de ciertos argumentos. Me cuesta entender que no tengamos meridianamente claro que el valor de una vida, de cualquier vida, es incalculable, que no podemos hacer cálculos cínicos sobre cuántas muertes podemos permitirnos para salvar la economía. Una vida, cualquier vida, es sagrada. 

Para empezar, hay algo bastante obvio: España es un país que vive fundamentalmente del turismo y el turismo no volverá hasta que la crisis sanitaria no esté controlada. Es falso ese argumento según el cual salvaremos la economía tomando medidas laxas con el coronavirus e intentando convivir con él, pensando que la economía es lo más importante, como ha declarado cierta política. No es verdad. La economía no se recuperará hasta que no hayamos acabado con esta pandemia. Sobre todo, en aquellos sectores que más dependen del turismo. Nos pongamos como nos pongamos, es así, por lo que, aunque sólo sea desde una perspectiva puramente económica y de negocio, más nos vale hacer todo lo posible por controlar la pandemia. 

Esto no va, naturalmente, de que queramos hundir la economía, destrozar puestos de trabajo, fomentar las depresiones y los problemas sociales y también sanitarios asociados con el paro y la ruina. Naturalmente, nadie quiere eso, aunque haya quien fácilmente caricaturiza a quien defiende la salud como pilar sobre lo que construir todo lo demás. Es bastante elemental. Y nadie defiende que la economía se pare de forma indefinida y generalizada. Lo que pasa es que quizá va llegando la hora de que asumamos que este simulacro de convivencia con el virus no ha funcionado, que algo hemos hecho mal. Podemos empezar, por ejemplo, aceptando la cada vez más clara evidencia científica de la transmisión del virus por aerosoles. Es decir, podríamos, para variar, escuchar a los expertos, también cuando lo que dicen no nos gusta como, por ejemplo, que los espacios cerrados son infinitamente más peligrosos que los abiertos y, por tanto, determinadas actividades, por lucrativas e importantes que sean para la economía, son de alto riesgo.

La situación de muchos negocios y empresas es deprimente y no creo que nadie con una mínima empatía no comparta la preocupación por el destrozo económico que genera esta pandemia. Evidentemente, se deben articular todas las medidas de ayuda que sean necesarias para mitigar ese daño. Pero lo que está claro es que el virus no se va dejar de contagiar en espacios cerrados mal ventilados donde no nos ponemos las mascarillas, como los bares, por el hecho de que nos venga mal el daño económico que provocan las medidas que se deben tomar para contener la pandemia. A veces, lamentamos la ruina que trae el coronavirus de un modo algo infantil, como si diciendo eso muy fuerte el virus fuera a escucharnos y a entrar en razón, como cuando de niños cerrábamos muy fuerte los ojos ante algo que no queríamos ver e imaginábamos que sólo por eso desaparecía. Pero eso no funciona así. Por eso es tan terrible esta pandemia. Porque, además del irreparable coste en vidas humanas que provoca, causa mucho daño económico y social. Pero es así. La realidad es la que es, no la que nos gustaría. Es terrible y muy descorazonadora, pero eso al virus le da igual. 

Resulta triste ver que, como sociedad, estamos cayendo en los mismos errores que en marzo. Entonces decíamos que el virus no mataba más que la gripe, que estábamos exagerando. Ahora, cuando los indicadores empezaron a empeorar en verano, nos conformábamos afirmando que los afectados eran sobre todo jóvenes y lo superaban rápido, que apenas había muertes. Ahora que las muertes diarias se cuentan con cifras de tres dígitos, parece como si nos hubiéramos insensibilizado. Percibo una reacción similar a la que causan las guerras. La de Siria, por ejemplo. Recuerdo cómo abría informativos al principio, para después formar parte del paisaje, quedar como algo que sucede y punto, a lo que no se le da mayor trascendencia. ¿Estamos asumiendo cientos de muertes al día por coronavirus? ¿Estamos dispuestos a convivir con tanta muerte? 

Se repite mucho esa frase de "hay que aprender a convivir con el virus". Será demagógico y populista, seguro, pero cada vez que la escucho me preguntó que pensarán de ella los familiares de las personas fallecidas por el coronavirus. O los profesionales sanitarios, que vuelven a tener una carga de trabajo y una presión anímica salvaje. ¿Eso es convivir con el virus? ¿Aceptamos de verdad como una consecuencia inevitable de esa convivencia la escandalosa cifra de muertes diarias? Parece que, escuchando ciertos discursos, los de convivir con el virus y salvar la economía a toda costa, ahora nos viene mal que vengan los médicos a amargarnos y a contarnos cómo están los hospitales y los centros de salud. Es como si hubiéramos pasado página y esto del coronavirus nos sonara a algo ya pasado, de lo que preferimos no saber nada. Como si hubiéramos decidido que se acabó la broma, que hasta aquí hemos llegado, que no vamos a renunciar a nada más (no porque nos lo prohíba ningún gobierno, sino por responsabilidad y civismo), porque ya hemos hecho demasiado esfuerzos. Ni virus ni viras. Aquí, cada uno a lo suyo. 

Por supuesto, no se puede generalizar. Mucha gente sigue siendo responsable y cívica. Posiblemente, la gran mayoría. Y hay matices en todos los discursos, claro. Escuchar a los expertos de verdad, también cuando lo que dicen no nos gusta como, por ejemplo, que los espacios cerrados son infinitamente más peligrosos que los abiertos y, por tanto, determinadas actividades, por lucrativas e importantes que sean para la economía, son de alto riesgo. Todos queremos intentar hacer todo lo que haga falta para combatir el coronavirus preservando en la medida de lo posible la economía. Pero a veces parece que demasiadas personas, algunas de ellas, gobernantes, han decidido ya sobre este falso dilema entre la economía y la política, y parece que lo han hecho dando la razón a Stalin cuando dijo que una muerte es una desgracia y un millón de muertes es una estadística. 

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