2021, adiós al segundo año de la pandemia

 

Hace justo año, nos disponíamos a despedir el 2020, que no olvidaremos fácilmente. Tampoco será sencillo olvidar el 2021 que hoy termina. Comenzamos el año con una nevada histórica, Filomena, que en cuestión de días pasó de ser una distracción a un dolor de cabeza, ya que la nieve y el hielo posterior bloquearon algunas ciudades como Madrid durante días. 2021 también empezó con la esperanza del inicio del proceso de vacunación, que comenzó con un ritmo lento, pero pronto cogió velocidad y llevó a la mayoría de los países occidentales, con España a la cabeza, a unas tasas de inmunización muy elevadas. 
Las vacunas, esas que tanto demonizan algunos desde postulados acientíficos y supersticiosos, cambiaron las reglas del juego de la pandemia. Recuerdo con especial emoción el momento en el que mis seres queridos se vacunaron y también esa noche de verano en el Palacio en la que recibí mi primer pinchazo. Gracias a ellas se han salvado cientos de vidas y la incidencia del Covid-19 bajó con fuerza. Lamentablemente, las vacunas no llegaron a todo el mundo por igual y fue precisamente en una parte del mundo con muy baja cobertura vacunal, Sudáfrica, donde surgió la variante ómicron, mucho más contagiosa, que ha vuelto a disparar los casos, sin elevar en igual proporción ni los ingresos hospitalarios ni las muertes. Aún es pronto para extraer conclusiones, pero son muchos los expertos que piensan que ómicron, a la larga, puede ser una buena noticia, ya que dejaría al maldito Covid-19 como un virus menos dañino. Ojalá acierten. 

Le debemos mucho a la ciencia en la lucha contra el Covid-19, igual que se lo debemos en la vigilancia y monitorización del volcán de La Palma, que entró en erupción en septiembre. Gracias a ese control exhaustivo de los expertos no hubo que sumar ninguna muerte derivada de la erupción a las pérdidas materiales muy notables. Las imágenes del volcán y la desesperación de tantas familias desalojadas, de tanto dolor y sufrimiento, serán sin duda de las más recordadas del 2021. Los políticos dijeron que no se olvidarían de los palmeros. Esperemos que, para variar, cumplan su palabra.  

La gestión de la pandemia de coronavirus ha sido un año más el gran reto de los gobernantes en todo el mundo. En España, tras una maniobra chapucera de Ciudadanos y PSOE en Murcia, Isabel Díaz Ayuso convocó elecciones en Madrid. Con la laxitud ante el Covid-19 por bandera y el lema reduccionista "comunismo o libertad", la dirigente del PP arrasó en las elecciones del 4 de mayo. Los analistas destacaron su capacidad de conectar con el estado de opinión, con el sentir de la gente, harta de la pandemia. Lástima que el virus no se diera por enterado y siguiera propagándose, en especial, en espacios cerrados donde la gente se quita la mascarilla, como los bares y restaurantes. 

La Comunidad de Madrid, y tantas otras, han sido incapaces en este año de reforzar su sistema sanitario, ahora otra vez presionado por culpa de la sexta ola. Está bien y es necesario pedir responsabilidad individual a los ciudadanos, pero estaría todavía mejor que los políticos dejaran a un lado los discursos demagógicos y vacíos de contenido para asumir de una vez su responsabilidad. Una cosa es que la pandemia les pillara desprevenidos, como nos pilló a a todos, y otra es que no hayan sido capaces de reforzar a los centros de salud y los hospitales. A los sanitarios les llenaron mucho nuestros aplausos a las ocho, pero algunos creímos de verdad que ese gesto no era cínico ni hipócrita, que todos habíamos aprendido de verdad la lección de que debemos proteger a nuestra sanidad. Nos equivocábamos. Por lo demás, los insultos, el sectarismo, el bajo nivel intelectual, el odio al de enfrente y las ganas de enredar en vez de llegar a acuerdos han seguido siendo las marcas de identidad de la mayoría de los políticos españoles, salvo honrosas excepciones, como la de quienes han intentado poner la salud mental en primer plano de la actualidad y del debate público. 

El asalto al Capitolio estadounidense el día de Reyes por parte de algunos fanáticos seguidores de Donald Trump fue otra de las noticias del año. También aquí nos equivocamos quienes pensamos que semejante golpe a la democracia serviría de alguna forma de vacuna contra el sectarismo y el radicalismo político. Nada de eso. Es cierto que la presidente de Biden en Estados Unidos está intentando romper con la herencia extremista de Trump, pero las sociedades occidentales siguen muy polarizadas y divididas. Las mentiras y los bulos siguen campando a sus anchas y los partidos extremistas continúan subiendo en las encuestas y en las elecciones en muchos países del mundo. En Francia, por ejemplo, a Marine Le Pen se le ha sumado estos meses como candidato a la presidente Éric Zemmour, aún más radical que ella, todavía más escorado a la extrema derecha. Las encuestas les dan a ambos una suma superior al 30% de los votos y, aunque no parezca viable que pasen a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del próximo año, y mucho menos que puedan ganar en esa segunda vuelta en caso de llegar, esta irrupción de discursos tan fanáticos es muy peligrosa. Los discursos del odio de la extrema derecha dañan la convivencia de la sociedad y cuestionan consensos que creíamos sólidos, como el combate contra el machismo, que ha seguido causando asesinatos de mujeres este año. 

Uno de esos consensos que la extrema derecha intenta romper es el del respeto a todas las personas, independientemente de su orientación o de su identidad sexual. En 2021, lamentablemente, hemos sufrido muchas agresiones contra personas LGTBI. Hubo quien quiso escudarse detrás de una denuncia falsa para cuestionar las decenas de agresiones dolorosamente reales que sí se han registrado este año. Entre ellas, el asesinato de Samuel en A Coruña al grito de maricón. La presencia en parlamentos y ayuntamientos de un partido que resta importancia a la LGTBIfobia, cuando no la practica abiertamente, y la dependencia de algunos gobiernos de los votos de esa formación invitan a vigilar muy de cerca cualquier mínimo retroceso en derechos e igualdad. Este año, lamentablemente, la división entre distintas corrientes del feminismo a cuenta de la ley trans ha hecho salivar de alegría a los machistas retrógrados de siempre, encantados de ver división donde debería existir una unión inequívoca, dado que las injusticias y desigualdades denunciadas por las distintas asociaciones proceden igualmente del patriarcado. 

En el capítulo de dolorosas injusticias de este año ocupa de nuevo un lugar destacado el drama de la inmigración. Hemos visto escenas espantosas, de absoluta desesperación, en distintas partes del mundo, como Siria, donde continúa la guerra más de diez años después, o en Afganistán, donde la salida descontrolada de las fuerzas encabezadas por Estados Unidos provocó una huida aterrorizada de miles de personas ante el regreso de los talibanes al poder. También en la frontera entre Bielorrusia y Polonia, ya que las autoridades de aquel país, con el impulso de Rusia, siempre dispuesto a desestabilizar un poco más a Europa, decidieron utilizar a seres humanos indefensos y desesperados como arma política. Asqueroso. Inhumano. 

Este 2021 ha sido el último como canciller de Angela Merkel, una de las políticas europeas que más se comprometió con la acogida de los refugiados, aunque eso le costó críticas y ataques en su país. Ella ha marcado una época en Alemania y en la Unión Europea. Su sucesor, el socialdemócrata Olaf Scholz, no lo tendrá fácil. Encabeza un gobierno tripartito que, en teoría, hará girar ligeramente a la izquierda la política de la primera potencia europea, aunque no se esperan cambios bruscos. Por cierto, provoca cierta envidia sana la forma ejemplar en la que se llevó a cabo el traspaso de poderes en aquel país. Entre los retos del gobierno alemán, igual que del resto de gobiernos del mundo, estará el cambio climático. La Cumbre del Clima de este año, celebrada en Glasglow, logró algún tímido avance, aunque insuficiente en opinión de todos los expertos. 

Con un año de retraso, aunque sin público por culpa de la pandemia, se celebraron los Juegos Olímpicos de Tokio. La cita deportiva, en la que la delegación española logró 17 medallas, estuvo marcada por la ejemplaridad exhibida por algunos deportistas, como la gimnasta Simone Biles, que ayudó a visibilizar la importancia de la salud mental, sin duda, uno de los temas de los que más se ha hablado este año, y ya era hora, o como el saltador británico Tom Daley, quien lanzó un emocionante mensaje tras proclamarse campeón olímpico, dirigido a los jóvenes homosexuales como él que sientan que el mundo es un lugar gris e inhóspito para todo aquel que se sabe diferente. "Espero que cualquier joven LGTBI pueda ver que por muy sólo que se sienta, no lo estás, no estás solo y puedes conseguir lo que quieras. Tienes a tu familia elegida, que te apoya", dijo en la rueda de prensa. 

Termino este artículo de balance del 2021 con algunas buenas noticias que nos ha dejado este año, que también de eso ha habido. En mayor o menor medida, para muchos este 2021 ha sido el año de los reencuentros. Por ejemplo, en mi caso, con Barcelona y Donosti. Uno de los días que más he disfrutado este año fue un sábado libresco en Madrid, en el que visité la Feria del Libro y también dos librerías que tenía pendientes desde hacía tiempo, Amapolas en octubre y La Mistral. Esta última (en la foto) es una de las librerías abiertas en Madrid este año. El extraordinario balance del 2021 para el sector del libro es una de las mejores noticias que nos deja el año, una de las más esperanzadoras. Parece que se confirma que muchas personas se reencontraron con la lectura en el confinamiento, se refugiaron en ella más que nunca, y quieren seguir con esa pasión. Según la Confederación Española del Gremio y Asociaciones de Libreros (CEGAL), las ventas de libros han crecido este año un 25% y podrían cerrar 2021 como el mejor año en una década. ¿Qué mejor noticia para acabar el año?

¡Feliz 2022!

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