Nevada histórica

 

Reconozcámoslo, antes de 2020 abusábamos del término histórico. Daba igual un triunfo deportivo, un programa de televisión o cualquier suceso político más o menos excepcional. Es muy humana esa necesidad de sentir que se está viviendo algo que nunca antes ocurrió, aunque en realidad casi todo ocurrió ya antes, casi todo lo que nos pasa les pasó a otras personas que posiblemente también querían sentirse especiales y creerse que lo que les tocó vivir a su generación es algo inaudito, totalmente histórico. Lo cierto es que la tercera acepción de "histórico" que recoge la RAE, "digno de pasar a la historia", es lo suficientemente ambigua y abierta como para que que encaje con casi cualquier cosa que nos resulte inusual. Pero sí, admitámoslo, abusábamos del término. Por definición, no puede haber algo histórico a diario, como a veces daba la sensación. Todo era histórico hasta que nos empezaron a pasar cosas históricas de verdad. 

Da la sensación de que esa sed de vivir algo histórico quedará saciada por mucho tiempo tras los últimos meses. Histórica está siendo la pandemia del coronavirus, que un año después de ser detectada en China sigue causando miles de muertes y trastocando la vida de cientos de millones de personas en todo el mundo y, salvando todas las distancias, histórica fue la nevada de ayer en España, causada por la borrasca Filomena. Sobre todo, en algunas partes del país, en especial, en Madrid. Como siempre cuando ocurre algo especial o, incluso, histórico, los sociólogos se ponen las botas, porque nuestra forma de reaccionar ante determinados acontecimientos dice mucho de nosotros mismos y de la sociedad. No ha sido una excepción la gran nevada de ayer, la nevada del siglo la llaman ya algunos (el siglo lleva sólo 20 años, recordamos, así que no parece tan exagerado afirmarlo). 

Algo sí tenemos claro: en las anteriores grandes nevadas no existían las redes sociales, que todo lo magnifican y viralizan. Imagino que hace 70 años, en esa otra gran nevada que bloqueó Madrid y con la que se compara la que ahora vivimos, también había cascarrabias que censuraban todo lo que hacían sus vecinos, pero claro, no tenían Twitter. La alegría que provoca la nieve en las grandes ciudades donde no hay costumbre de verla, pienso sobre todo en Madrid, es bastante irracional, sobre todo, si se tienen en cuenta los efectos adversos de las nevadas, lo sucias y peligrosas que se quedan las calles, los problemas de movilidad que provocan... Pero quién dijo que las alegrías y las ilusiones deban ser racionales. 

Por la razón que sea, la nieve atrae mucho, da felicidad, nos devuelve de alguna forma a la infancia. Nos gusta salir a tirarnos bolas de nieve y hacernos fotos para inmortalizar la nevada histórica. Nos encanta pisar la nieve y asombrarnos del manto blanco que vemos cuando nos asomamos a la ventana. Nos maravillan las fotografías de los monumentos de la ciudad repletos de nieve. Ayer en Madrid, y no sólo en Madrid, luego voy a eso, vivimos algo que casi no recordábamos por culpa de la pandemia: una gran alegría colectiva, algo que nos unió un poco a todos, si quitamos a los cuatro cascarrabias de Twitter y a la minoría a la que no les gusta la nieve. Creo que en esas sonrisas de ayer hay algo más que la clásica felicidad que provoca la nieve y sus bellos paisajes cada vez que nos visita. Creo que en esas sonrisas mostramos también las ganas que tenemos de volver a reír y a vivir sin miedo al maldito virus. Fue una especie de locura colectiva, una forma de decirnos que nos merecíamos una alegría, pasar una mañana en la que la máxima preocupación fuera construir el muñeco de nieve más original. 

Entre los cascarrabias que tanto sufrían ayer por ver felices a otras personas (¡cómo osan!) ocupan un lugar especial los que criticaron que se informara tanto de lo que pasaba en Madrid. Creo que pocas personas estarán tan de acuerdo como yo en que hay un exceso de información sobre Madrid y en que a veces los medios nacionales parecen funcionar más como medios regionales madrileños, pero da la casualidad de que lo ocurrido ayer en Madrid sí es histórico y sí merecía tanta atención. Que una gran urbe como Madrid se bloquee de esta forma y que viva la mayor nevada en muchas décadas es informativamente relevante, por más que excesos en otros momentos sobre lo que sucede en Madrid lleve a algunos a meterlo todo en el mismo saco. Lo de ayer sí merecía esa atención, guste o no. 

La nieve fue para muchos un respiro pero, por supuesto, fue más que eso. Ha causado estragos. Porque la gran nevada también tiene sus contradicciones, como todo en la vida. Sí, disfrutamos, pero también lamentamos ver caerse árboles y comprendemos lo mal que tuvieron que pasarlo las personas bloqueadas en la carretera y, sobre todo, las personas que viven en la calle. Y, por supuesto, elevamos un grado más nuestra admiración por sanitarios, policías, militares, camioneros, empleados de limpieza y tantas y tantas personas que llevan dos sucesos históricos, la pandemia y ahora esta gran nevada, demostrándonos qué es un empleo esencial de verdad y qué no lo es en absoluto. 

Todos estos inconvenientes van de la mano de la nevada histórica, la misma que nos alegró y nos permitió divertirnos. Eso y el riesgo que debemos tener en cuenta, por las heladas y el peligro de desprendimiento de placas de hielo. Y, por supuesto, también las recomendaciones de las autoridades de no salir de casa salvo si es imprescindible, una recomendación que entiendo hasta cierto punto compatible con salir a la puerta de tu casa a pisar algo de nieve y hacerte un par de fotos. Como siempre, se trata de tener un poco de sentido común: no es lo mismo bajar a tus niños al jardín de al lado de casa con calzado adecuado y la máxima precaución. Hoy la prioridad es que se restablezca la normalidad lo antes posible, para que los suministros de medicamentos y alimentos, así como los servicios de emergencia, puedan funcionar. Está claro que la gran nevada, esta nevada histórica del 9 de enero de 2021 que siempre recordaremos, deja consecuencias indeseadas, pero también nos regaló algo que coronavirus nos había arrebatado: una alegría colectiva (casi) unánime, un respiro, un oasis de belleza en medio de la pandemia y de la preocupación. Un instante fugaz de diversión. Lo necesitábamos. 

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