Simone Biles, Tom Daley y la ejemplaridad

 

Los deportistas no tienen ninguna obligación de ser ejemplares, pero hacen mucho bien cuando deciden serlo. Nunca he compartido esa idea según la cual las personas famosas deben dar ejemplo con sus acciones, porque tienen una gran responsabilidad social, porque se lo deben a la misma sociedad que las ha encumbrado. No lo creo porque pienso que a un deportista se le admira por sus logros deportivos, no por si es un buen ciudadano o no. La exigencia a los famosos deberá ser la misma que al vecino del quinto, que pague sus impuestos, cumpla las leyes y demás. Pero no entiendo que deba haber una exigencia especial para quienes son famosos. Eso sí, precisamente por su posición, tienen un altavoz enorme, lo que otorga a los mensajes que lancen una gran repercusión. No están obligados a ello, pero es maravilloso cuando los deportistas utilizan ese altavoz para abrir debates necesarios o defender causas sociales justas. 
Por razones distintas, que no tienen nada que ver la una con la otra, aunque han despertado semejantes reacciones en determinadas personas, la gimnasta estadounidense Simone Biles y el saltador británico Tom Daley han sido protagonistas de la primera semana de los Juegos Olímpicos de Tokio. Ella, una de las mejores gimnastas de todos los tiempos con apenas 24 años, se retiró de la final por equipos por un problema de ansiedad, porque decidió anteponer su salud mental a la gloria deportiva. Él, de 27 años, que fue uno de los deportistas más jóvenes en acudir a unos Juegos hace años, aprovechó la rueda de prensa que dio como flamante campeón olímpico para lanzar un mensaje a todos los jóvenes homosexuales que sientan temor al rechazo: "soy campeón olímpico y soy gay". 

Por partes. La decisión de Biles ha sido admirable, porque pone en primer plano una realidad, la de la salud mental, que todavía se percibe como un tabú, de la que apenas se habla. Ella ha hablado con honestidad. Ha contado que no se siente bien, que ya no disfruta de la gimnasia, que era su vida. Ha explicado que siente que tiene la presión de todo el mundo sobre ella, que hace lo que antes le apasionaba por los otros, más que por ella. Ha dicho que necesitaba parar y que su salud es lo primero y, lo que es más importante, lo ha dicho en medio de unos Juegos Olímpicos. Porque nada es más importante que la salud, en efecto. Y porque nadie habría cuestionado la retirada de Biles si se hubiera fracturado un tobillo o una muñeca. 

Algunas personas, en particular, hombres, señoros, digamos, han criticado a Biles y han dicho que es débil mentalmente, que la presión forma parte de su deporte, que allá ella si no lo sabe soportar... Si no fuera tan serio el tema, sería cómico que unos tipos que ven los Juegos en su sofá de casa, cerveza en mano, se tomen la libertad de juzgar lo que hace o deja de hacer una mujer que con 24 años ha alcanzado una gloria infinitamente mayor que la que ellos alcanzarán nunca, y que hace ejercicios que ni por asomo ellos podrían siquiera imaginar. Tomarse la libertad de juzgar a alguien que sufre un problema de ansiedad es propio de personas carentes de sensibilidad, es decir, de malas personas. 

Luego está esa gente que, con tanta buena voluntad como desconocimiento sobre estos problemas de salud, cuando alguien de su entorno tiene una depresión, le dice que se anime y se deje de tonterías. Esa gente. Por eso es tan importante el gesto de Biles. Por eso la estadounidense, que ya era admirable por su labor en la gimnasia, lo es ahora mucho más. Porque reconocer nuestras fragilidades no nos hace débiles, sino más fuertes. Porque nadie está libre de sufrir problemas de salud mental y porque basta ya de que el discurso dominante, sobre todo en determinados ambientes, sea el de la censura, el cuestionamiento de los problemas de salud mental, la burla o la sospecha. Más Simone Biles y menos discursos destructivos. Los deportistas de élite no son máquinas, son personas. Todos lo somos. Y está bien que dejemos de fingir lo contrario. Nos rompemos, a veces. Tenemos altibajos. Y si no se habla de ello, parece que no existe. Simone Biles ha roto ese silencio. 


Esos mismos señoros que dicen que Biles es una floja reaccionaron ante las palabras de Tom Daley ("soy campeón olímpico y sou gay") con el clásico "no nos importa con quien se acueste". Porque ya se sabe que ser heterosexual no es sólo acostarse con alguien del sexo contrario, pero ser homosexual se reduce a andar acostándose con otros hombres u otras mujeres. Patrañas de este estilo, en fin, que intentan restar importancia al gesto de Daley, lo cual revela una colosal falta de empatía y sensibilidad. Pero, claro, lo de la sensibilidad y la empatía, ahora que lo pienso, les parece propio de flojos y de débiles mentales. Ay. 

Tom Daley decidió ser ejemplar desde muy joven. Lo dicho, no tenía ninguna obligación de serlo, pero lo decidió y es muy de agradecer. En 2013, con 19 años, contó en un vídeo de YouTube que había conocido a alguien maravillloso y que ese alguien era un hombre. Desde entonces, ha sido un referente en la defensa de las personas LGTBI y en su inclusión en el mundo del deporte. Un mundo, sobre todo algunos casos como el fútbol, en el que queda mucho aún para alcanzar la igualdad real. Tras proclamarse campeón olímpico junto a su compañero del equipo estadounidense, Daley lanzó un precioso mensaje en la rueda de prensa, por cierto, junto a los equipos de Rusia y China, que habían quedado segundo y tercero, países ambos donde las personas LGTBI son permanentemente hostigadas y perseguidas.

Aunque los señoros que criticaron a Daley no lo entiendan, ese mensaje es necesario y hace mucho bien, sobre todo, a los jóvenes temerosos de vivir en libertad, de contarle a sus familiares y amigos quiénes son, de eso que se llama salir del armario, en el que nos mete la sociedad heteronormativa y su aversión a la diferencia. "Espero que cualquier joven LGTBI pueda ver que por muy sólo que se sienta, no lo estás, no estás solo y puedes conseguir lo que quieras. Tienes a tu familia elegida, que te apoya. Estoy muy orgulloso de decir que soy un hombre gay y también soy campeón olímpico. Me siento muy empoderado, porque cuando era joven creía que no sería capaz de hacer nada, por ser como era, y que ahora sea campeón olímpico demuestra que puedes ser lo que quieras". 

Es un mensaje poderoso, sobre todo, sabiendo que Daley sufrió acoso escolar y que muchos otros jóvenes lo padecen hoy por ser quienes son, simplemente por ser distintos de lo que otra gente espera de ellos, por el miedo a la diferencia de quienes los rodean. Los deportistas no tienen la obligación de ser ejemplares, pero es digno de agradecer y elogiar cuando lo son. Porque pueden utilizar su posición para lanzar este tipo de mensajes y contribuir a hacer del mundo un lugar algo mejor, un poco más habitable. Y eso, por cierto, también es el auténtico espíritu olímpico.  

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