Una noche en el Palacio


El hoy llamado Wizink Center, para mí siempre Palacio de los Deportes, ocupa un lugar destacado en mi cartografía sentimental de Madrid, como en la de tantas otras personas. Desde esta noche, vacuna mediante, mucho más. En el Palacio he cantado y bailado en multitud de conciertos. Allí hice realidad el sueño de ver a Serrat y Sabina juntos en un escenario, poco antes de que el mundo se detuviera en seco por un virus. Fue una noche inolvidable, en la que los dos genios compartieron e intercambiaron sus mejores canciones, banda sonora de tantas vidas. 


Allí, en el Palacio, he disfrutado  con el éxito de los mismos cantautores a los que tantas veces había escuchado antes y he vuelto a escuchar después en pequeñas salas, como Andrés Suárez, Rozalén o Marwan. También a Zaz, en uno de los conciertos que recuerdo con más cariño, más parecía aquello París que Madrid, que esa noche fue una fiesta. Y, por supuesto, Vetusta Morla, con los que despedí el año en el Palacio en 2018 y 2019, cuando no sabíamos nada de virus ni pandemias.


También en el Palacio disfruté hace muchos años de un maravilloso Madrid-Estudiantes de baloncesto, en el que animaba al Madrid pero quedé asombrado y rendido a los pies de la pasión de la demencia, la afición estudiantil. En el Palacio asistí hace unos años a una Copa del Rey del baloncesto que, como siempre, fue una fiesta, con el colorido de las distintas aficiones y la posibilidad de ver un par de partidos seguidos. Guardo un gran recuerdo de ese torneo, como todo lo que importa, más por el ambiente que por el resultado de los partidos que vi, por las emociones compartidas, las sensaciones provocadas por la experiencia. También allí, en el Palacio, disfruté del Europeo de atletismo de 2005, una experiencia fabulosa, porque es un deporte que nunca antes había visto en directo. Además, es un deporte peculiar para ver in situ, porque son muchos deportes en uno y, la vez que se disputa una carrera, hay otra competición en el centro de la pista. 


He sido, en fin, muy feliz en el hoy llamado Wizink Center. Allí he hecho casi de todo y, como tantas otras personas,  desde hace unas horas sumo a la lista de las cosas que he hecho en el Palacio una que jamás pensaría que haría en semejante lugar: vacunarme contra el Covid-19. Esta noche, madrugada ya, había una cola a las puertas del Palacio, pero no para ver un partido de baloncesto ni asistir a un concierto (aunque pronto me enteré de que también había habido un concierto, de Pablo Alborán). Se hacía raro esperar para recibir una vacuna donde tantas veces había aguardado que abrieran las puertas para vibrar en un concierto, pero tiene su parte metafórica. 


Es bello, a su manera. Allí donde hacíamos tantas cosas que ahora son un riesgo, juntarnos despreocupados con miles de personas, al lado de desconocidos no convivientes para gritar, saltar, sudar y cantar, es donde hoy empezamos a soñar con dejar atrás esta pesadilla de la maldita pandemia. En el mismo sitio al que esperamos volver pronto como antes, sin miedo, ni distancias de seguridad, ni geles hidroalcohólicos, ni mascarillas, recibimos ahora una vacuna que sabemos que no es la panacea ni ofrece una protección absoluta, nada lo hace en esta vida, pero que es un indudable punto de inflexión. Que siga llamando a este espacio Palacio y no Wizink Center, ahora que lo pienso, es un buen indicador de que ya me iba tocando vacunarme. 


Antes de vacunarme, mientras espero en esa cola, al lado de compañeros de concierto y de vida, que también me acompañaron en esta noche de resaca de la semifinal de la Eurocopa contra Italia (seguí la tanda de penaltis desde el taxi que me llevaba al Palacio) y rodeados de fans que persiguen a Pablo Alborán a su salida del concierto, pienso muchas cosas. Pienso en quienes no han podido llegar a vacunarse, víctimas de este maldito virus, y en quienes han perdido a seres queridos y saben que hoy se vacunan contra el mal que se los arrebató. También pienso en tantos países en los que apenas llegan vacunas, siempre a la cola de todo, siempre olvidados por los países ricos, aunque si algo nos ha enseñado esta crisis es que ningún país del mundo puede aislarle y hacer la guerra por su cuenta cuando se desata una pandemia o ante problemas globales como el cambio climático. 


Pienso en la ciencia, que ha logrado el hito de desarrollar varias vacunas contra el virus en tiempo récord. Naturalmente, pienso en los sanitarios, esos a los que aplaudíamos desde los balcones y las ventanas, a los que nunca podremos agradecer bastante lo que hicieron, a quienes deberíamos cuidar mucho más, porque es importante que, además de nuestro cariño, sientan el respeto y el reconocimiento que merecen. 


Me acuerdo cómo de niño, cuando me llevaban a vacunarme, no iba precisamente con ilusión, mientras que hoy celebro el pinchazo como si fuera el mejor regalo posible. Porque lo es. Pienso en cuándo volverá a ser la vida como antes, cuándo este maldito virus será un mal recuerdo del pasado. Imborrable, porque deja mucha huella en mucha gente, pero pasado. Ojalá pronto. Me pregunto cuándo haremos una cola en el Palacio, pero para una un concierto abarrotado de gente. Pienso en si de verdad apreciaremos a partir de ahora más cada pequeño plan, cada momento que antes dábamos por hecho. Pienso en poner todo de mi parte para que así sea. Y pienso en el aumento de los contagios entre los más jóvenes, que son los que aún no se han podido vacunar. Pienso en la importancia de no caer en la irresponsabilidad ni tampoco en el sensacionalismo. Pienso en lo difícil que ha sido, que está siendo, esta pesadilla pandémica para todos y también pienso que todos lo hemos hecho lo mejor que hemos podido, que hemos tenido todos altibajos, momentos mejores y peores, pero nunca hemos llegado a ser los mismos ni a sentir ni vivir como antes. Pero estamos aquí y otros muchos, desgraciadamente, no han tenido esa suerte y merecen nuestro recuerdo. Pienso, todo hay que decirlo, en el sueño que tendré al día siguiente. Y pienso que este largo post es como un selfie con palabras de recién vacunado. Como cuando, al salir de un concierto en el Palacio, pienso en cómo retratar lo vivido, para recordarlo y transmitirlo, para seguir viviéndolo un rato. Esta pesadilla sigue, la responsabilidad es igual de obligada y necesaria, pero de esta noche en el Palacio salgo esperanzado. Ya queda menos. Como la maravillosa novela de Milena Busquets, también esto pasará. 

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