Justicia para Samuel

 

Llevo una semana buscando las palabras para escribir sobre el asesinato de Samuel en A Coruña al grito de “maricón”. Ya tengo claro que no las encontraré nunca, porque son indescriptibles la rabia, el dolor y la tristeza que siento, que sentimos tantos, pero no podemos permitirnos callarnos ante este aumento preocupante del odio y de la LBTBIfobia. Nos va la vida en ello. Estos días, ha habido muchas personas en España más preocupadas en apresurarse a decir que el crimen no fue homófobo que en condenar la homofobia y la oleada de agresiones que sufrimos estos últimos meses. A Samuel lo asesinaron llamándolo "maricón de mierda", pero al parecer es muy difícil encontrar en esa brutal paliza componentes homófobos.


Visto lo visto, parece claro que Rubén Serrano acertó de pleno al titular su último libro No estamos tan bien. Eso parece. No estamos tan bien y, además, estamos más solos de lo que pensamos. La desolación por el asesinato de Samuel, insisto, al grito de "maricón", es insoportable. Cómo encontrar las palabras, cómo saber qué decir. Estos días, que no he podido hablar ni escribir sobre este asesinato, porque duele demasiado, sí he podido leer algunos artículos extraordinarios, lo cual me ha reconfortado mucho, porque necesitamos tomar la palabra y combatir el odio, no callarnos nada, ya hemos callado bastante. 

He leído, por ejemplo, el maravilloso artículo de Luz Sánchez Mellado en el que recuerda a Manolito, un compañero suyo de colegio, con el que todas las niñas jugaban, pero al que nadie defendía de los insultos homófobos y rancios de sus compañeros, al que pide perdón. O los hilos en Twitter del escritor Nando López, en los que compartía la rabia lógica por este crimen, pero en el que también buscaba transmitir aliento y compañía a los jóvenes LGTBI, esos que aún tienen miedo a compartir con sus familias lo que son, y que crecen en un peligroso e intolerable contexto de aumento de la violencia homófoba y legitimación del discurso del odio por parte de Vox y de quienes pactan con ellos. 

También he leído una muy interesante entrevista en El Diario.es con Laia Serra, abogada especializada en delitos de odio, en la que explica las deficencias del sistema para investigar este tipo de delitos. Cuenta en esa entrevista, por ejemplo, que cuando pensamos en un delito de odio pensamos "en un caso de laboratio, un ultra que sale a cazar gays". Esos casos existen, pero el odio está mucho más extendido en la sociedad. Este párrafo: "hay una visión muy estereotipada de los delitos de odio, y por lo tanto los jueces y la sociedad en general es completamente reactiva a considerar que el hombre, mujer o chaval medio sea capaz no de tener prejuicios, pero sí de pasar a la acción y ejercer violencia en base a estos prejuicios. Hay mucha dificultad de admitir esto porque conceptualmente significa condenar al hijo de la vecina del 5º y si él es autor de odio, cualquier ciudadano medio puede ser autor de odio. Y esto es mostrar los trapos sucios de una sociedad. Es muy confortable para todos pensar que el hombre maltratador es un monstruo y que el delito de odio lo comete el hombre forzudo con el bate de béisbol y tirantes, porque eso quiere decir que el resto no somos eso". 

Y he leído a Inma González explicar una obviedad, pero que es necesario explicar visto lo visto, y es que "lo que gritan mientras te matan, importa". Me ha reconfortado leer el contundente artículo de Rubén Serrano en Público ("un marica ataca el canon de masculinidad al que se ciñen los hombres. Leen nuestra pluma, nuestro deseo por otros maricas y nuestra libertad como una amenaza a la idea de "hombres de verdad", esa jaula que tanto les oprime y ese grupo al que tanto quieren demostrar que pertenecen: los hombres machos, duros, fríos, fuertes, que no lloran, que lideran, que tienen poder y tienen control") y el de Víctor M. González en la revista GQ, Samuel, no nos cansaremos de gritar tu nombre, en el que relata todo lo que aún no había hecho con 24 años, la edad a la que han asesinado a Samuel robándole tantas cosas. 

Desgraciadamente, también ha habido artículos, tertulias e intervenciones en otros medios que no siguen precisamente esa línea. Parece claro que debemos hacer un esfuerzo de pedagogía, aunque no debería ser tan complicado de entender que todas las personas debemos tener los mismos derechos. Este salvaje crimen, y el incesante aumento de agresiones contra personas LGTBI, marcan un punto de inflexión. No podemos seguir como si nada, no podemos mirar hacia otro lado. Los optimistas no tenemos demasiados motivos para seguir siéndolo. 

Este crimen apela a todas las personas decentes de la sociedad, por supuesto, pero nos apela particularmente a quienes no queremos ceder al miedo de la chusma que odia todo lo diferente. Así que no es momento de callar, sino de hablar, de gritar, y tampoco es tiempo de esconderse, sino de ser más visibles que nunca.  No vamos a dejar de ir de la mano de nuestra pareja, no vamos a pedir perdón ni permiso para ser nosotros mismos. No nos van a amedrentar. Ni vamos a dejar solos a los jóvenes de hoy, que asisten con miedo a este gris resurgir del odio. No vamos a calibrar cómo vestimos, qué gestos hacemos, qué decimos o cómo actuamos, sólo para no ofender a los homófobos. No mediremos dónde hacemos un gesto de cariño a nuestro novio y dónde no. No callaremos ni una. Ya está bien. El asesinato de Samuel es el caso más extremo y espantoso, pero raro es el día que no conocemos una nueva agresión homófoba en nuestro país. Callarse no es una opción. Temo tanto a los homófobos como a los que se ponen de perfil, a los que les resulta indiferente lo que nos está pasando. 

Todas las personas somos mucho más que nuestra identidad sexual, por supuesto, pero también somos eso. Es estupendo que no nos quieran reducir a si somos homosexuales o bisexuales, perfecto, pero es inquietante que quieran eliminar esa parte de nosotros. Si incomodamos, quienes tienen un problema son aquellos que se incomodan, no nosotros. Si alguien cree que ser quienes somos, sentir como sentimos y vivir como deseemos es hacer política o provocar, el problema lo tienen ellos, no nosotros. 

Estos días, además del tremendo dolor causado por el asesinato a Samuel, hemos vuelto a constatar que hay en nuestra sociedad cierta chusma que ante agresiones homófobas, igual que hacen con las agresiones machistas, enseguida preguntan por la nacionalidad de los agresores, porque sólo su xenofobia es mayor aún que su homofobia y su misoginia. También hemos descubierto que hay personas, y además en puestos relevantes, que creen de verdad, como señala el o atestado policial del crimen de Samuel, que no estamos ante un asesinato homófobo, porque los agresores no conocían a Samuel y, por tanto, no podían saber su orientación sexual. ¿En serio? ¿De verdad tenemos que explicar a estas alturas que todo aquel que no parece hetero, lo sea o no, es susceptible de ser insultado? ¿En serio es necesario explicar en el año 2021 que los niños que son marginados y que sufren acoso en las escuelas por ser diferentes al grito de "maricón" no saben su orientación sexual ni tampoco la conocen sus agresores, pero les pegan por pura homofobia? ¿Ahora los asesinos van a tener que firmar una declaración jurada en la que cuentan que matan a una persona porque es homosexual? ¿Tendremos que llevar algún distintivo por la calle? 

Es muy preocupante que se entienda tan poco de LGTBIfobia y que exista tan poco interés por entenderlo. No digo que las personas heterosexuales no puedan hablar de esto, al revés, necesitamos tantos aliados como sea posible, pero un poco de humildad y empatía, una disposición a escuchar a quienes sí han sufrido y sufren estas miradas de desprecio y estos casos de discriminación, más o menos graves, no estaría mal. 

También hay quien dice que maricón es un insulto muy habitual, que se usa tan a menudo que ya no significa nada... Como argumento para negar la existencia de la homofobia, es bastante flojo, la verdad. Indigna igualmente ver a tantos  políticos que no han dicho ni una palabra sobre la oleada de agresiones homófobas en su amado país, pero que han salido en tromba a presentarse como bravos y perseguidos defensores de los solomillos y chuletones, cuando un ministro les ha recordado la recomendación de reducir el consumo de carne que lleva haciendo la ciencia más de una década.

Nos llaman exagerados, nos dicen que qué más queremos, que ya hasta podemos casarnos (contra lo que ellos se manifestaron, por cierto). Pues podríamos empezar por que no nos agredieran por las calles, por ejemplo. Lo que amenaza su masculinidad frágil y tóxica no es a quien amamos ni cómo vestimos ni lo que hacemos o decimos, sino quienes somos. Por eso es tan grave e insoportable su odio, porque nos va la vida en ello. Y por eso no podemos callar, ni dejar pasar ni uno solo de sus comentarios, sus chistes. No. Ya está bien. Todos merecemos nuestros derechos y los merecemos ahora, ya, con urgencia, sin matices, sin armarios, sin actitudes prudentes no se vayan a enfadar los profesionales del odio. No merecemos que el PP de la Comunidad de Madrid utilice nuestros derechos como moneda de cambio para pactar con Vox, ni que haya tertulianos negando que haya homofobia alguna en un asesinato a alguien al grito de maricón, ni que todos los eurodiputados del PP salvo Esteban González Pons se nieguen a votar en contra de la ley homófoba de Hungría. 

No somos menos que nadie, ni vamos a salir a las calles con miedo. No nos van a callar. No vamos a consentir dar ni medio paso atrás. Que nos llamen lo que quieran, díganos que somos unos histéricos exagerados, pero cada agresión, cada ataque, cada insulto, serán respondidos. Ni un paso atrás contra el odio. Por Samuel. Por la vida que ya no podrá tener. Por todos. ¡Basta ya!

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