Acuerdo de mínimos en la COP26

 

Hasta las asociaciones más críticas reconocen avances en el acuerdo de mínimos alcanzado en la COP26, pero hasta los más entusiastas defensores de la Cumbre del Clima de Glasgow, como su propio presidente, reconocen que es insuficiente ante el gigantesco reto que supone el calentamiento global. Lamentablemente, el encuentro ha concluido de una forma habitual en este tipo de conferencias: un pacto que incluye algún tímido paso adelante, pero que queda muy lejos de las ambiciones con las que comenzó. Cuando echó a rodar esta Cumbre, el 31 de octubre, se hablaba de última oportunidad, de cita clave, de ocasión única. El resultado no se compadece con esos objetivos iniciales.


El acuerdo, alcanzado un día después del día en el que tendría que haber concluido la Cumbre, mantiene la meta de que el planeta no se caliente más de un grado y medio respecto a la era preindustrial. El problema es que no detalla cómo se conseguirá. A última hora, un grupo de países encabezado por China, India y Arabia Saudí, forzó cambiar de forma sustancial la mención a la eliminación del carbón. Se cambió "eliminar" por "reducir", y se incluyó, eso sí, el objetivo de dejar de ir dejando atrás (sin metas temporales concretas) las "subvenciones ineficientes" a los combustibles fósiles.

Si queremos ver el vaso medio lleno, tendremos que reconocer que es la primera vez que un documento de este tipo incluye una mención expresa a los combustibles fósiles, que son responsables del 90% de la emisión de gases con efecto invernadero. Pero la falta de concreción invita a ser cautelosos; pesimistas, incluso. Sólo se incluye una exhortación a concretar los objetivos de reducción de emisiones para 2030, pero se deja para la Cumbre del próximo año.

La cita de Glasgow ha vuelto a dejar de manifiesto la distancia sideral entre las posiciones de los países desarrollados y aquellos que están en vías de desarrollo. Dicho de otro modo, entre los países que con responsables de buena parte de la contaminación del planeta las últimas décadas y los que, digamos, no han tenido tiempo de contaminar demasiado, porque su desarrollo económico ha sido mucho menor, pero que pagan igualmente las consecuencias de los actos de otros. Es un asunto complejo que no se puede simplificar ni reducir a dos bandos, pero ese cisma es evidente. Hay asociaciones que critican que esta COP26 ha estado demasiado centrada en los países del norte y que ha dado voz especialmente a sus problemas y a su visión. Incluso desde un punto de vista logístico, por la dificultad de los desplazamientos en tiempos de Covid-19, hay quienes afirman que en la Cumbre no se han escuchado lo suficiente las voces de los países del sur.

Los países ricos se han comprometido a duplicar, hasta los 40.000 millones de dólares, sus fondos para ayudar a los países pobres a afrontar los efectos del cambio climático. Pero, de nuevo, existen dudas sobre el cumplimiento real de ese compromiso, ya que no sería la primera vez que se compromete una cantidad de dinero que luego no se termina reembolsando. Además, no ha habido avances en el mecanismo de pérdidas y daños que reclaman los países pobres para que los más desarrollados les ayuden a combatir los efectos del calentamiento global, lo que pasa por reconocer que son estos países los principales responsables de la crisis climática en la que nos encontramos. Eso también queda para 2022.

El grupo de negociación G77 más China, que reúne a 134 países en vías de desarrollo que representan el 70% de la población mundial, ha luchado durante toda la Cumbre para que se creara finalmente este mecanismo, esta financiación de los países ricos para permitir a los más vulnerables a hacer frente a los efectos del cambio climático. Entre esos países hay islas cuya propia supervivencia futura depende de poner coto al calentamiento global. Europa y Estados Unidos se han negado. Por su parte, China ha regateado a la hora de ofrecer compromisos concretos, más allá de su promesa poco clara de alcanzar el pico de emisiones de gases contaminantes antes de 2030.

Desde que comenzó, la Cumbre ha sido una especie de competición entre los líderes mundiales por ver quién hacía la declaración más contundente, quién afirmaba de forma más nítida su compromiso contra el cambio climático y la necesidad de actuar. El problema es que las palabras deben ir acompañadas de hechos y, desde luego, no es siempre el caso. Por ejemplo, Francia, tradicionalmente muy comprometida con esta lucha, se ha negado a suscribir un acuerdo que sí firmó el resto de grandes países europeos para comprometerse a dejar de financiar combustibles fósiles fuera de sus fronteras. España, que dice querer ser abanderada de esta causa social, tiene un compromiso de reducción de emisiones en 2030 del 23%, muy lejos de las recomendaciones científicas para cumplir con el tope de 1,5 grados, según recuerda Greenpeace. El riesgo de que estas cumbres sean vistas cada vez más como un "blablabla", según dice en sus intervenciones Greta Thunberg, es cada vez mayor.

Por cierto, no deja de asombrarme la inquina que despierta esta joven. Puedo entender que haya a quien le siente mal que una joven venga a decirle lo que hace mal o lo que debería hacer, pero es innegable que ella y tantos otros miles de jóvenes que se han movilizado estos últimos años en contra del cambio climático, han ayudado a concienciar más a la población del reto enorme al que nos enfrentamos. Todos estamos de acuerdo en que el pacto alcanzado en Glasgow es insuficiente, pero parece igual de cierto que podría haber sido mucho menos ambicioso de no existir la presión de tantas asociaciones comprometidas y vigilantes, muchas de ellas, de jóvenes. Igual que los países pobres se enfrentan a las consecuencias de los actos de los ricos, los más jóvenes, que no han tenido tiempo a contaminar, se enfrentan a las catastróficas consecuencias de los actos de los que los antecedieron. Su protesta es perfectamente legítima y del todo comprensible.

La COP26, por tanto, no será recordaba como una Cumbre histórica, pero al menos sí deja algún que otro avance, como la mención a los combustibles fósiles, y nos ha permitido hablar más de la crisis climática que nos afecta. Hay que ir más lejos y lo antes posible. Las próximas cumbres del Clima, que se celebrarán en Egipto y en los Emiratos Árabes, serán nuevas ocasiones para intentar avanzar y buscar acuerdos más ambiciosos que el alcanzado en Glasgow. El planeta, el único que tenemos, no puede esperar mucho más tiempo.

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