Adiós, Tokio 2020; hola, París 2024


Mi profesor de Literatura en el instituto nos animaba siempre a escribir y expresar nuestras opiniones sobre lo que fuera. Recuerdo cómo, con una simpática imitación de ese tono pasota tan propio de ciertas fases de la adolescencia, nos pedía que fuéramos más allá del “está bien, me ha gustado, está bien”. Él nos animó, en fin, a ser más precisos a la hora de escribir, a razonar de alguna forma lo que pensamos, a explicar nuestros gustos. Recuerdo mucho aquellas clases y, siendo cierto lo que nos transmitía, la importancia de intentar elegir siempre las palabras correctas y ser lo más precisos que podamos con el lenguaje, también aprendí tiempo después que, a veces, algo nos gusta porque nos gusta. Y así está bien. Que no es preciso buscar grandes explicaciones ni elaborar sesudas teorías. Algo nos entretiene, nos agrada, nos atrae, y ya está. No hace falta, como canta Funambulista en una de sus canciones, ser como un idiota que se pone a maquillar de seriedad lo que le importa. A veces es mejor, como afirmó Woody Allen sobre la crítica cinematográfica, quedarse con la primera reacción que te causa algo, una película, lo que sea, aunque luego corramos a la búsqueda de palabras que vistan y abriguen esa reacción, que le den un cierto poso. 

Me gustan los Juegos Olímpicos. Me gustan desde siempre, desde que tengo memoria. Me gustan muchísimo, de un modo irracional, que es la mejor forma en la que algo te puede gustar, quizá la única de verdad. Disfruté, aunque muy niño, sin ser del todo consciente de lo que eso significaba, de Barcelona 92. Asistí con atención, y un cierto agrado bobo, a esas afirmaciones tan rotundas sobre la mala organización de Atlanta 96, sobre todo, en comparación con la cita barcelonesa que la antecedió. Madrugué para ver alguna pruebas en Sydney 2000. En la final de fútbol recuerdo, de hecho, que me quedé dormido poco antes del descanso y desperté ya bien entrada la segunda parte. En Atenas 2004 disfruté el simbolismo maravilloso de ver a los Juegos de la era moderna regresar al lugar donde todo empezó. En Pekín 2008 seguí con interés los debates sobre si un evento así blanqueaban a la dictadura china, al tiempo que me entretuve con las competiciones deportivas, como la prueba de ciclismo en línea, donde se impuso el español Samuel Sánchez. En Londres 2012 reconocí la excelencia en la organización de la cita, aunque lamenté que no se celebrara en Madrid. Su ceremonia de inauguración es la mejor que he visto, con la mismísima reina prestándose a actuar para la ocasión.  De Río 2016 recuerdo la emoción especial que suponían los primeros Juegos en América del Sur. ¿Y de Tokio 2020? ¿Qué recordaremos de Tokio 2020, que ha llegado hoy a su fin con la ceremonia de clausura en la que se ha entregado el testigo a París como próxima organizadora de los Juegos?

Lo primero, claro, que en realidad se disputaron en 2021. Han sido los primeros Juegos Olímpicos celebrados con un año de retraso y en mitad de una pandemia mundial. La organización japonesa ha aprobado con nota el mayúsculo reto que suponía esta cita olímpica. El temor a los contagios de Covid-19, la obligación de celebrar las pruebas sin público y la oposición al evento de la mayoría de la población nipona han marcado estos Juegos. Y, aun así, los he disfrutado muchísimo. Quizá porque me gustan los Juegos y ya está, no hacen falta muchas más explicaciones. Ahora que todos necesitamos regresar a la normalidad, o a algo lo más parecido posible a ella, volver a disfrutar de unos Juegos ha sido sanador. Sin público y con mascarillas por todos lados, sí, pero han vuelto los Juegos y eso da una relativa sensación de normalidad, aunque el contexto actual sea de todo menos normal. Ha sido estupendo ver la agenda del próximo día y cuadrar horarios, para saber cómo podría seguir las opciones de medalla española o qué pruebas podría ver al día siguiente. 




A pesar de la diferencia horaria, que ha hecho que las competiciones se concentraran en la madrugada y en la mañana en España, recordaré varios grandes momentos de estos Juegos. Sin duda, el valiente gesto de Simone Biles, que se retiró de la final por equipos de la prueba de gimnasia por problemas de salud mental, lo que ayudó a abrir un debate necesario. Regresó a tiempo de colgarse un bronce y volver a sonreír y disfrutar con su pasión unos días después en otra categoría. Ella dio ejemplo, como lo hizo Tom Daley, saltador británico que proclamó “soy campeón olímpico y soy gay” nada más ganar el oro, para lanzar un mensaje de esperanza a los jóvenes LGTBI. También recordaré muchos otros gestos de deportividad entre los participantes de los Juegos, porque han demostrado que eso que se llama espíritu  olímpico sigue existiendo. Como la española Ana Peleteiro, bronce en triple saltó femenino, que celebró el récord mundial de Yulimar Rojas, su rival pero también amiga, en esa misma final. O la reacción de todas las rivales de la nadadora sudafricana Tatjana Schoenmaker al batir el récord del mundo en los 200 braza, que acudieron inmediatamente a felicitarla con entusiasmo. O las historias de superación del equipo olímpico de refugiados. O tantas y tantas otras historias que recuerdan que los Juegos son mucho más que una simple competición deportiva. 

El día tiene 24 horas, el tiempo es limitado e, incluso cuando un deporte nos resulta atractivo y muy entretenido de ver, no es posible seguir la actualidad de todas esas disciplinas a lo largo del año. Por eso es maravilloso conectar con los Juegos Olímpicos y ver por televisión, literalmente, lo que nos echen. No sabía nada de la modalidad de kata en karate, pero he disfrutado con el oro de Sandra Sánchez y la plata de Damián Quinteto. Tampoco tengo el mejor conocimiento del tiro olímpico, pero madrugué un sábado en cuanto escuché por la radio que Alberto Fernández y Fátima Gálvez iban a disputar la final olímpica, que fue trepidante. Vibré y me quedé prendado de la madurez de Adriana Cerezo, plata en taekwondo, que abrió con su plata el medallero español. 




Siempre me asombra la habilidad de los gimnastas y no fue distinto con el impresionante ejercicio de Ray Zapata en la modalidad de suelo, que le valió la plata y que además narró Paloma Del Río (luego voy a ella, que merece capítulo aparte). Como toda España, he alucinado con Alberto Ginés, oro en escalada, y como todo Twitter, también lo he hecho con su cuenta personal, aunque ésa es otra historia. Conté emocionado por WhatsApp a una amiga la plata de Mailaen Chourraut, admirable dentro y fuera del canal de aguas bravas, igual que la también veterana Teresa Portela, plata en piragüismo. Sufrí y vibre con la selección española de fútbol, plata ante Brasil en la final, sin ser yo nada de eso, ya que el fútbol es un deporte que no me entusiasma demasiado. Cosas de los Juegos. 

Celebré, aunque confieso que la vi en diferido, la medalla de plata de Saúl Craviotto (leyenda del olimpismo español), Marcus Cooper Walz, Carlos Arévalo y Rodrigo Germade, plata en K4, y también me maravillé con la selección española de waterpolo femenino, plata tras un inmenso torneo. Yo, que soy un gran amante del ciclismo, disfruté con las pruebas en línea y contrarreloj, con la anécdota de que Annemieck Van Vleuten, plata, llegó a meta en la carrera en ruta pensando que había ganado, porque no sabía que la austriaca Kiesenhofer iba por delante. Celebré la victoria del ecuatoriano Richard Carapaz en la prueba en ruta masculina y la enésima resurrección de Primoz Roglic en la contrarreloj. No suelo seguir el ciclismo de montaña y esta vez me acerqué a la prueba, lo cual celebró, porque me maravilló la espectacular remontada de David Valero para ganar el bronce. 





El tenis es un deporte que digo algo más y en él festejé el triunfo de Pablo Carreño ante Djokovic en la final por el tercer puesto. Reconozco que cuando vi que el serbio había caído en la otra semifinal lamenté la mala suerte de Carreño por tener que enfrentarse a él en la lucha por el bronce. Pero el español hizo un partido soberbio y sacó de quicio a Djokovic. El medallero olímpico español se completa con los bronces de Joan Cardona, en vela en clase Finn, y Jordi Xammar y Nico Rodríguez, en clase 470, y con el de la selección española masculina de balonmano, los hispanos, en la que algunos deportistas, como Raúl Entrerríos, se despedían de la selección y cerraban una época. 




Aunque no se llevaron medalla, estos Juegos de Tokio también serán recordados como los del fin de una era en la selección española de baloncesto masculino, la familia, con el adiós de Pau y Marc Gasol. Es inmensa la gratitud que le debemos a esta generación de deportistas. Es especialmente admirable Pau Gasol, uno de los más grandes deportistas españoles de la historia, que regresó a las canchas tras una fea lesión y lo dio todo para despedirse a lo grande de la selección, en unos Juegos Olímpicos. Una derrota ante Eslovenia en la fase de grupos, y la mala suerte del sorteo, nos cruzo con Estados Unidos en cuartos. Aunque llegamos a soñar con la victoria, no pudo ser. Un final que no desluce lo más mínimo lo que estos jugadores llevan dos décadas regalándonos. Recuerdo que un profesor en el colegio, otro distinto al que cité arriba, nos pidió hacer presentaciones orales sobre el tema que quisiéramos. Yo elegí la generación de oro, la de los Gasol, Navarro y compañía, que ganaron el Mundial sub19 del año 1999. Allí comenzó todo. Hace 22 años. Desde esa presentación hasta hoy, no han parado de hacer historia. 




Quien también lleva muchísimo tiempo alegrándonos y entreteniéndonos es Paloma del Río. La periodista de TVE, especializada en deportes minoritarios, en especial, la gimnasia, se jubilará dentro de dos años, lo que en principio significa que estos han sido sus últimos Juegos. Es de esperar que para París 2024 haya alguna fórmula para que podamos volver a escuchar su voz, inconfundible. Admiramos a Paloma del Río porque siempre ha estado ahí, pero no sólo. No es una cuestión de resistencia, de llevar tantos año, es que es una profesional excepcional, que se prepara cada retransmisión de un modo admirable, que transmite auténtica pasión por lo que narra, que hace cómplice y partícipe al espectador de lo que está contando, y que entiende que debe ser didáctica con aquellos espectadores que no son expertos en el deporte que narra. Es ejemplar su trayectoria, como lo es su compromiso con el deporte femenino y con las disciplinas minoritarias. Hoy ha estado muy acertada una emocionada Almudena Cid al despedirse de Paloma del Río en su última transmisión olímpica, antes de la ceremonia de clausura, agradeciéndole su profesionalidad, su pasión y su apoyo a los deportes a los que menos atención suelen prestarle los medios. 

Además de todo eso, es referente LGTBI, porque ha hablado con naturalidad de su mujer y ha contado que es lesbiana, en un mundo heterosexual y no siempre del todo abierto a la diversidad. También en eso es un referente. Estos Juegos ha recibido muestras unánimes de apoyo y de cariño. Ojalá podamos escucharla en París 2024 porque, ahora que lo pienso, ella es sin duda también una de las muchas razones por las que adoro los Juegos Olímpicos. Los próximos serán en la ciudad más bella del mundo, que además tiene el mismo horario que nosotros, así que podremos disfrutarlos todavía más. Ya queda menos para París 2024, para esa emoción que nos provocan los Juegos, a la que quizá en el fondo no haga falta poner muchas más palabras que “me gustan”. Nos gustan, los adoramos con una pasión ciega e irracional, y eso ya es suficiente. Hasta la próxima. 

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