Las mejores películas que he visto en 2021

 

Quizá la conversación más recurrente de este año entre los amantes del cine ha sido aquella que tiene que ver con lo mucho que está costando que los espectadores vuelvan a las salas. La pandemia detuvo en seco todo tipo de actividades, pero parece que ninguna está sufriendo tanto como el cine. Las salas de conciertos vuelven a llenarse, por ejemplo. Los restaurantes están hasta los topes. Las agencias de viaje no dan abasto cuando llegan los puentes. Pero las salas de cine continúan prácticamente vacías. Parece que muchas personas han cambiado de hábitos y se han entregado definitivamente a las plataformas. No se trata de negarse a los cambios ni de añorar un pasado glorioso, pero somos muchos los que seguimos pensando que el cine visto en las salas adquiere otra dimensión, que los cines siguen siendo un lugar donde entrar para que se detenga el tiempo, para viajar a otros mundos, y que el salón de tu casa puede ser más cómodo, pero te predispone menos a entregarte a las historias de ficción. 
El tiempo dirá si la pandemia ha provocado este cambio sin vuelta atrás en el consumo de cine que, por otro lado, ya se venía anticipando antes. Todo este preámbulo, que me ha quedado un poco largo, sirve para hablar de la película con la que más he disfrutado este año, Quién lo impide, de Jonás Trueba, que vi precisamente en una sala de cine, la de la Cineteca, en Matadero. Una película que, según contó Almodóvar en una entrevista, se quedó sin poder ver en las salas, porque cuando quiso ir, ya la habían retirado de la cartelera. Hay mucha belleza y mucho cine en esta película extraordinaria. Pero también hay algo de bendita locura, de enorme osadía. En este momento en el que la gente va cada vez menos al cine y demanda historias cortas, Trueba estrena un filme de 220 minutos, rodado durante cinco años, con momentos para la calma y el diálogo pausado. Benditos ilusos. 

La película, que a ratos es ficción y a ratos documental, que alterna testimonios de jóvenes que hablan sobre la representación de los adolescentes en el cine y en la televisión con historias ficticias que, sin embargo, están llenas de verdad, se va construyendo a sí misma a medida que avanza. Concebida con dos descansos de cinco minutos, el espectador cae rendido ante lo que ve en pantalla. Jonás Trueba consigue que parezca fácil lo que en realidad es una auténtica proeza. El amor, la educación, la política, la amistad, el feminismo, la propia idea de España, el compromiso... Todo tiene cabida en esta película que es la gran rareza del 2021, quizá el filme que más me ha cautivado desde Boyhood, con quien comparte algunos elementos, aunque también se diferencia de ella en muchos otros aspectos. 

Verano del 85, de François Ozon, es la otra película que más me ha conmovido este año. Es mucho más que una historia de chico conoce a chico. Una película sobre la muerte y la identidad, sobre el deseo y la pasión, sobre la sensualidad y aquello que nos hace sentirnos vivos. Como escribí en su día, si tuviera exactamente 100 minutos para explicarle a alguien por qué me encanta el cine, le enseñaría esta película. 

Entre las mejores películas que he visto este año, aunque sean de ejercicios anteriores, también está La boda de Rosa, de Iciar Bollaín, protagonizada por Candela Peña. Es una historia chiquita, muy honesta, que habla de la importancia de cuidarse y quererse a uno mismo. Todos conocemos en la vida real a más de una Rosa, mujeres que se entregan de forma incondicional a los demás (familia, pareja, amigos) sin tener tiempo para ellas mismas. Y eso, tiempo para ellas, es lo que buscan en sus paseos semanales las protagonistas de Invisibles, de Gracia Querejeta, que se estrenó en cines poco antes de que el coronavirus detuviera nuestras vidas. La cinta, protagonizada por Emma Suárez, Adriana Ozores y Nathalie Poza, permite al espectador colarse en esas charlas entre tres amigas que reflexionan sobre sus vidas y la situación de la mujer en la sociedad, sobre todo, cuando se cumplen los 50 y, en cierta forma, pasan a ser invisibles para muchos. 

Si formara parte de la Academia de Cine lo tendría realmente difícil para elegir a mi preferida en la categoría de mejor película (Quién lo impide ha sido seleccionada como mejor documental), porque dos de las mejores películas que he visto este año están nominadas. Las dos son muy diferentes, pero ambas tienen una enorme calidad. Hablo de Maixabel, de Iciar Bollaín, y de El buen patrón, de Eduardo León de Aranoa. Ambas también comparten la excelencia interpretativa de sus protagonistas. En la primera, Blanca Portillo da vida a Maixabel Lasa, viuda de Juan María Jauregui, asesinado por ETA, quien se reunió con uno de los responsables de la muerte de su marido. La historia real que cuenta la película tiene una carga emocional muy intensa, pero el filme acierte siempre con el tono. Una película formidable, que acongoja, pero que es necesaria. 

En El buen patrón es Javier Bardem quien ofrece un recital interpretativo de esos que no se encuentran a menudo. Presente prácticamente en cada plano, Bardem se transforma en un empresario paternalista y patoso que se mete en la vida de sus empleados sin el menor pudor y que es capaz de casi cualquier cosa con tal de recibir un premio a la excelencia empresarial. La sátira del mundo laboral es el contrapunto a Los lunes al sol, que hace años, con el mismo director y el mismo actor protagonista, mostró el drama del paro. 

Para terminar, dos películas de buen rollo, de esas que te transmiten ganas de vivir y te hacen sonreír, y otras dos que no te hacen precisamente sonreír, más bien, todo lo contrario, pero que también son necesarias. Por acabar con la sonrisa, empiezo con estas dos últimas. Hablo de Retour à Reims, basada en el libro homónimo de Didier Eribon, en el que se hace un repaso de la historia de la clase obrera en Francia mediante fragmentos del libro y a través de imágenes de archivo, y No tendrás mi odio, un documental que puede verse en Filmin, que toma como punto de partida los atentados de noviembre de 2015 en París para mostrar distintas formas de reaccionar a tamaña sinrazón. 

Mucho más alegres, ya digo, son las otras dos películas que destaco de mi 2021 de cine: Luca, de Pixar, que nos lleva a un verano en un pueblo de la costa italiana y plantea una historia sobre la importancia de ser uno mismo y aceptar al diferente, y El cover, el debut como director  de Secun de la Rosa, que disfruté en una calurosa noche de agosto en el cine de verano de La Bombilla, en Madrid. La película es un buen antídoto contra el pesimismo o la tristeza. Una preciosidad. 

Mañana, el mejor teatro que he visto en 2021. 

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