Luca

 

Año tras año, película tras película, Pixar sigue creando historias de una extraordinaria belleza, que disfruta el público infantil, por el colorido, la fantasía y las aventuras de los personajes, y los mayores, porque siempre hay algún mensaje o reflexión tras la cinta, siempre hay distintas capas, distintos niveles de lectura. No hay muchos casos como el de Pixar, un estudio, ahora propiedad de Disney, que sólo produce dos tipos de películas: buenas y muy buenas. O, quizá, tres: buenas, muy buenas y obras maestras. Luca, dirigida por Enrico Casarosa y estrenada en Disney Plus el pasado viernes, está quizá en la primera de esas categorías. Es decir, un filme recomendable, con el que disfrutar una hora y media de un verano italiano de descubrimiento, exploración y celebración de la diferencia. Una delicia. 
Es admirable y asombrosa la regularidad en la genialidad de Pixar, su consistencia contando e inventando nuevas historias, siempre con un sello propio, pero nunca con miedo a ir más allá y a explorar nuevos mundos y realidades. Las emociones humanas, reflejadas con maestría en la soberbia Inside Out; la muerte, en Coco y Soul, o el paso de la niñez a la adolescencia, en las distintas sagas de Toy Story, son algunos de los temas abordados por Pixar en sus últimas películas, siempre con un cuidado exquisito de cada plano y una fotografía deslumbrante. 

Ahora llega Luca, una fábula con varias lecturas posibles, pero que fundamentalmente es un canto a la diferencia, al respeto al diferente. Luca vive bajo el mar junto a su familia y un día sale a la superficie, lo que le permitirá descubrir un mundo diferente, en un bello pueblo de la Riviera italiana en la que todo es precioso... salvo el pequeño detalle de que los humanos consideran a Luca y los que son como él a unos monstruos marinos a los que hay que matar. En cuanto sale del agua, Luca adopta una apariencia humana, pero si se sumerge, o incluso si se moja un poco, vuelve a su apariencia original. Por eso, la aventura y el descubrimiento del pueblo, de la mano de Alberto, estará también plagado de peligros, ya que se expone al odio y la incomprensión de los vecinos. 

Como siempre, porque de eso va el cine y la cultura, cada cual puede sacar sus propias conclusiones. Se ha hablado mucho sobre la posible lectura LGTBI del filme, por aquello de que un joven sale del agua gracias a otro, y descubre una nueva vida, sin miedo a las miradas ajenas, que juzgan y desaprueban a quien es diferente. Es una interpretación posible, aunque la fábula parece ser más general. Es perfectamente aplicable también a la inmigración. Los habitantes del pueblito donde transcurre buena parte de la trama odian y temen al diferente, que además viene del mar. ¿Nos suena? En cualquier caso, el mensaje es claro y bello: aceptar al diferente, no cegarse por el odio y la ignorancia. 

Pero, más allá de estas posibles interpretaciones, la película se disfruta mucho por la belleza de la recreación del mundo marino, del pueblo y también de los sueños y las fantasías de los personajes. Hay una escena del filme en la que Alberto anima a Luca a soltarse, a no escuchar a esa voz que le dice que no lo intente, o que lo invita a ser prudente. "Cállate, Bruno", le pide que le espete a ese voz interior que le impide ir un poco más allá y ser atrevido y osado. Los guionistas del filme también mandan callar a esa voz, porque se dejan llevar y no escatiman escenas oníricas maravillosas, en las que los personajes fabulan una realidad distinta, más bella, más libre. Son de lo mejor de la película, el regalo para este verano de Pixar, la enésima creación de un estudio al que tanto debemos. Sí, Pixar lo ha vuelto a hacer. 

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