Verano del 85

 

Si tuviera exactamente 100 minutos para explicarle a alguien por qué me encanta el cine, le enseñaría Verano del 85 y, así de paso, volvería a disfrutar de ella. La última película de François Ozon reúne muchas de las cualidades que busco en el cine. El director francés busca hacer algo distinto con cada nuevo trabajo. Abordan todos ellos temáticas muy diferentes entre sí, pero a todos los termina uniendo la personal, lúcida y apasionante mirada de Ozon. Y el cine, como cualquier otra representación cultural, va exactamente de eso, de la mirada desde la que se cuenta una historia. Es esa mirada la que logra despertar emociones y remover al espectador. 

Desde la primera escena sabemos lo que pasará, pero eso no le resta emoción a la película, porque sabemos en cierta forma dónde nos llevará el filme, pero no cómo. Y el cómo lo es todo. Es una película deslumbrante y luminosa, pero también tiene un componente inquietante y misterioso, algo que es sello de identidad del cine de Ozon. Esta película, por cierto, es la adaptación de una novela que no he leído, así que no puedo opinar de la fidelidad a la historia original, pero sin duda sí reconozco la mirada de Ozon en cada plano, en cada diálogo. 

Verano, mar, amor, pasión... Es una película irresistible. Alex, un joven de 16 años conoce a David, de 18, de forma casual. Conectan de inmediato. Ya el primer día, éste le ofrece a aquel trabajar en la tienda que regenta junto a su peculiar madre desde que falleció su padre. Los dos representan dos formas distintas de entender el amor y la propia vida. La acción transcurre en el verano encantador y luminoso de una pequeña localidad costera de Normandía, ni particularmente bonita, ni tampoco fea. Aparecen en el film varias escenas llenas de sensualidad y belleza en el mar. También la poesía de Verlaine. Hay igualmente un par de escenas preciosas y muy potentes, de una intensidad dramática extraordinaria, en las que suena Sailing, de Rob Stewart. Según ha contado Ozon en alguna entrevista, esa escena no estaba prevista inicialmente. Por cierto, en la muy atractiva banda sonora del filme también aparece In between days, que The Cure estrenó, precisamente, ese verano del 85.  

La química entre los dos personajes, a quienes dan vida Félix Lefevre y Benjamin Voisin, también juega a favor de la historia, en la que todo está en su sitio y funciona a la perfección. En Verano del 85 aparecen varios de los rasgos clásicos del cine de Ozon, como la relación entre la realidad y la ficción, las trampas de la memoria, los relatos que empleamos más para construir la propia realidad que para recordarla. Igual que En la casa, vemos a un profesor que anima a escribir a un joven, cuyos relatos tienen base real. La película ofrece buenos diálogos, personajes que transmiten verdad, con sus contradicciones, debilidades, sueños y deseos. 

La muerte, con la que Alex está obsesionado y por la que siente una extraña fascinación, es uno de los temas centrales del filme. También el amor. "Inventamos a las personas a las que amamos", escuchamos en un momento de la película. Entre los muchos encantos que hacen este filme irresistible está la delicadeza con la que se cuenta la relación del joven protagonista con sus padres. En una escena, su madre menciona a un familiar que intuimos homosexual, o al menos, no normativo, del que el joven no había oído hablar. Poco después, Alex le pregunta a su madre si le caía bien ese familiar. "Sí", responde ella. Es un diálogo de pocas palabras, pero sensacional, en el que ni el joven ni la madre hablan en realidad de ese familiar. 

Verano del 85 es, en fin, una de esas películas que no olvidas fácilmente, de las que te llegan fogonazos muchos días después de verla, de las que recuerdas con una gran sonrisa y van creciendo en tu memoria, de las que, en fin, sirven por sí mismas para explicar en 100 minutos por qué amo el cine. Una película extraordinaria. 

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