Invisibles

 

Invisibles, de Gracia Querejeta, se estrenó a finales de febrero del año pasado, poco antes de que el mundo se detuviera por culpa de la pandemia de Covid-19. Era mi primera película en la lista de pendientes para ver en el cine. Y llegó la pesadilla pandémica. Los cines cerraron. La vida se paró en seco. Ahora, la película se puede ver en Filmin y en RTVE Play (otro día hablamos de la amplia y muy atractiva oferta de esta plataforma gratuita de la tele pública), así que por fin he podido desquitarme. 

 

Invisibles es una película sencilla, teatral, centrada en los diálogos y en el talento interpretativo de sus tres actrices protagonistas: Emma Suárez, Adriana Ozores y Nathalie Poza. Ellas dan vida a tres amigas que quedan cada jueves por la mañana para pasear por un parque y, de paso, ponerse al día. No hay más. Y es más que suficiente para construir un filme muy valioso que aborda toda clase de cuestiones, empezando por esa invisibilidad a la que alude el título y a la que, con demasiada frecuencia, condena la sociedad a las mujeres cuando alcanzan la cincuentena, esa edad en la que para mucha gente los hombres son sabio y maduros y ellas, viejas. 

El espectador siente que se asoma por una rendijita a esas conversaciones semanales de las tres amigas. Amelia (Nathalie Poza) es cándida e inocente y tiene problemas serios con la hija adolescente de su novio, que no la soporta y le hace la vida imposible, pero que tiene pavor a quedarse sola. Julia (Adriana Ozores), es ácida e irónica, o esconde al menos tras esa pose su mal estado anímico y lo desmotivada que se encuentra en su trabajo como profesora de matemáticas y en su matrimonio, que no rompe porque le gusta su vida, pero por el que ya no siente nada. Elsa (Emma Ozores), es combativa y segura de sí misma, atractiva, acostumbrada a despertar interés en los hombres. 

Cada una ejerce un rol en el grupo. Las tres se quieren, pero la cinta no se esconde a la hora de mostrar las dificultades y las aristas de la amistad, como cualquier relación humana. Son muy directas entre ellas, a veces demasiado, hasta el punto de hacerse daño y resultar incluso crueles, aunque saben que siempre podrán contar con las otras cuando vengan mal dadas. Son mujeres imperfectas, con sus manías y obsesiones, también con sus virtudes y principios. Son, en fin, personas de carne y hueso, no estereotipos planos. Es una película que celebra la sencillez y el diálogo pausado. 

A lo largo de la hora y veinte que dura el filme se habla, entre otros temas, de feminismo, de lo irresistible que es a veces juzgar a los demás, de la amistad y las distintas formas de entenderla, de la confianza en una misma, de la educación y sus males, de la vida en pareja, del sexo, del trabajo, de la salud mental, de cómo la autoestima puede ir cayendo en picado a medida que se cumplen años en esta sociedad que desprecia la veteranía, del amor y sus misterios insondables, del miedo al cambio, de la soledad elegida y la que no lo es, de la depresión, del acoso laboral, de la dificultad de encontrar empleo a los 50, de la necesidad de tener vida más allá del trabajo... Y, entre medias, algunas escenas memorables, con momentos para el lucimiento de las tres inmensas actrices protagonistas, como esa escena en la que al personaje de Nathalie Poza le preguntan si ha rehecho su vida y responde irritada que no sabe lo mucho que odia esa expresión, eufemismo de encontrar otra pareja, como si la única manera de rehacer una vida fuera estar en pareja. 

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