La boda de Rosa

 

Hay muchas Rosas como la protagonista de la última película de Icíar Bollaín. Son personas, en su gran mayoría, mujeres, que anteponen la felicidad del resto a la suya propia, que se entregan por completo a los demás (sus padres, sus hermanos, sus hijos, sus parejas, sus amigas, sus compañeras de trabajo...), a cualquiera antes que a ellas mismas, mientras posponen sus deseos e ilusiones, que desconocen el sentido de la palabra asertividad. Nunca dicen que no, nunca piensan en ellas antes que en nadie más. Siempre hay algún favor que hacerle a alguien. Hay muchas Rosas, sí, y en gran medida por eso, porque la película desborda autenticidad, porque es muy verdad, La boda de Rosa emociona tanto. 

El cine de Bollaín acostumbra a detenerse en lo importante de verdad, a posar su mirada en historias cotidianas que apelan directamente al espectador. Siempre desde un punto de vista reflexivo, tierno y humanista. Todos sus personas son en el fondo frágiles, cada uno afronta las adversidades de la vida como puede. La boda de Rosa, igual que antes El olivo y tantas otras, es un pequeño oasis en medio de tanto ruido, una deliciosa invitación a la serenidad y a la reflexión desde la emoción, a pensar en lo que vale la pena en la vida, a alejarnos del estrés y las prioridades confundidas de nuestra sociedad

Rosa, a quien da vida con su talento habitual Candela Peña (¿hay algo que haga mal esta actriz?), es una mujer que está a punto de cumplir los 45 años y vive entregada a los demás. En el trabajo, donde siempre está dispuesta a echar horas extras sin que nadie le dé ni las gracias, y en su vida personal, ya que es ella la que se hace cargo de su padre, mientras su hermano (Sergi López) vive adicto al trabajo, lo que le ha costado su matrimonio, y su hermana (Nathalie Poza) tiene problemas con el alcohol, lo que le ha costado su empleo. Ella siempre está ahí para ayudar a todo el mundo, incluida su hija, madre muy joven de dos niños, que vive en Reino Unido con su pareja. 

Un buen día Rosa dice basta y toma la decisión de casarse consigo misma. Tiene novio, pero no va de eso. Ella se quiere casar consigo misma para prometerse que se cuidara, que pensara en ella y en lo que le haga feliz, que se perdonara y se tratara mejor a partir de ahora, que no dejará que la vida pase sin pensar nunca en lo que quiere de verdad. El viaje emocional de Rosa es conmovedor. Su gente no entiende lo que está pasando, claro, e incluso en algún momento la acusan de egoísta, a ella, que o ha hecho otra cosa que entregarse a todos los demás. Es una historia exquisita, muy tierna, y con una apelación directa a los espectadores, porque todos podremos sentirnos identificados con algún aspecto de la película. No siempre es fácil encontrar esos momentos para uno mismo, para cuidarse y disfrutar, sin más pretensiones, sin pensar en nadie ni en nada más. 

La película dispara contra la normalidad, la cuestiona, la hace trizas. Una boda de una mujer consigo misma, sin pareja, que por fin decide dejar de ser obediente y complaciente, que da un paso adelante y se cuida como merece. Con un reparto magnífico, un guión bien construido y varios momentos de los que cuesta contener la lagrimita, La boda de Rosa es también una película feminista, pero lo diremos bajito, no vayamos a espantar a quienes sufren urticaria a esta palabra, porque también ellos, o especialmente ellos, deberían ver esta película. Es una película formidable que incluye en sus créditos finales, por cierto, una preciosa canción de Rozalén creada para este filme, otro regalo más de la última película de Icíar Bollaín. 

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